América Latina, a lo largo del tiempo, ha estado expuesta al riesgo político y a los ciclos de la economía internacional. La crisis de 1929, como el impacto del alza del precio internacional de los hidrocarburos en la década de los setenta, ocasionaron presiones inflacionarias que se agravaron unos años después con el alza de las tasas de interés y el impacto frontal que tuvo la llamada “crisis de la deuda” en países con un alto endeudamiento externo. América Latina virtualmente no creció en la década de los ochenta, precisamente en una coyuntura política de retorno a la democracia en Perú, Argentina, Uruguay y Brasil.

En un contexto de desequilibrios macroeconómicos e hiperinflación, nuestra región debe sentar las bases de una institucionalidad democrática que en el caso peruano fue desafiado por las hordas maoístas de Sendero Luminoso y el MRTA. Las reformas económicas impulsadas en los años noventa, fueron facilitadas por el crecimiento significativo de la economía mundial y por la apertura de mercados en un entorno marcado por la globalización y una revolución tecnológica sin precedentes.

En el siglo XXI, la izquierda latinoamericana ha puesto en práctica otras estrategias, no produciéndose ni el “fin de la historia” como señaló alguna vez Francis Fukuyama, ni el fin de las ideologías, siendo evidente que debe retomarse el debate ideológico ante la propaganda y el accionar político de un neomarxismo militante. Las cifras elocuentes de crecimiento económico y reducción de la pobreza a lo largo de las últimas décadas, han sido desdeñadas políticamente por el llamado “socialismo del siglo XXI” y cuestionado militantemente por el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla.

Hoy, se cuestiona la desigualdad y se impulsan agendas políticas que priorizan nuevos derechos que no están consagrados en la Carta de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, dejando de lado la primacía de los derechos fundamentales. América Latina enfrenta una crisis marcada por la hegemonía de gobiernos que reprimen y coartan las libertades fundamentales de sus ciudadanos, ante la indiferencia de la comunidad internacional. La llamada Revolución cubana, acostumbrada al subsidio de la URSS en un primer momento, luego pudo sobrevivir en alianza con el chavismo urdiendo planes de hegemonía política regional, implementando planes de cooperación que hicieron posible la transferencia de generosos recursos financieros desde Caracas.

El Frente Sandinista de Liberación Nacional se ha convertido hoy en un instrumento al servicio de la pareja presidencial Ortega-Murillo, que no tienen reparo en encarcelar y reprimir a sus opositores, incluyendo a integrantes de la Iglesia Católica.

En un contexto en el que la economía venezolana neutraliza la hiperinflación y aumenta el ingreso de dólares procedentes de las remesas enviadas por los migrantes venezolanos que laboran en el exterior; se desarrollan conversaciones entre el gobierno norteamericano y la dictadura de Nicolás Maduro. Estados Unidos bajo la administración de Joe Biden, aparentemente tiene el claro propósito de asegurar el abastecimiento de hidrocarburos en el corto plazo, ante un escenario impredecible derivado de la invasión de Rusia a Ucrania. La industria petrolera venezolana que llegó a exportar 3 millones de barriles diarios, ante la desastrosa gestión del chavismo, fue descapitalizada y virtualmente quebrada. Hoy, Estados Unidos dialoga con Nicolás Maduro, el presidente Biden indulta a los sobrinos de Nicolás Maduro que fueron sentenciados, dando muestras de ceder ante una petición expresa del dictador; que a la par, libera a ciudadanos norteamericanos. Más allá de las negociaciones en curso, se entiende que la administración norteamericana no ha olvidado que en Venezuela existe un gobierno dictatorial. Nos preguntamos cuál es el grado de compromiso de Estados Unidos con la institucionalidad democrática en América Latina.

El Departamento de Estado norteamericano hoy modera su lenguaje y sus gestos, ante gobiernos que violan los derechos humanos y por cierto trata de mantener en un buen nivel las relaciones con los gobiernos de Gustavo Petro, Gabriel Boric, Andrés Manuel López Obrador, Pedro Castillo, Luis Arce o Alberto Fernández. Estados Unidos observa América Latina con cierta lejanía, luego de haber impulsado Tratados de Libre Comercio, que multiplicaron los indicadores de comercio exterior, pero no por ello fueron un freno para la migración hacia Estados Unidos. El fracaso de las tiranías latinoamericanas seguirá siendo la principal causa de una migración que no cesa y de una crisis humanitaria sin límites.

Artículo publicado en El Reporte de Perú


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