El fin de semana pasado (26, 27 y 28 de julio de 2019) se reunieron en Caracas los representantes del llamado Foro de Sao Paulo. Organizaron dicho encuentro para hacerlo coincidir con la llamada Cumbre de los Países No Alineados.

Una forma de garantizar una presencia mayor de dirigentes y activistas políticos de los movimientos más radicales de la obsoleta izquierda latinoamericana, así como de los grupos terroristas afilados a este  sindicato de grupos políticos extremistas.

Los partidos con una presencia de valores democráticos, y con alguna afinidad por la izquierda en el continente, rehusaron hacerse presentes en el sainete de la trasnochada izquierda borbónica.

No hay duda de que más allá de todas las calificaciones que han surgido en estos días, respecto de este grupo de actores políticos del continente, lo que caracteriza a este movimiento es la falta de autenticidad de todos sus integrantes, y su genética adscripción a la violencia, inspirados en el dogma marxista de la lucha de clases, devenido después en organizaciones  dedicadas al crimen.

En efecto, cuando uno los lee u oye comunicar sus planteamientos, y aprecia en la práctica todas sus actuaciones, no puede menos que repudiar el doble discurso, la falta de honestidad intelectual y el vulgar pragmatismo que les caracteriza.

En efecto, estos visitantes vinieron a hablarnos de “paz”, “justicia social”, “independencia” e “inclusión” en un país donde sus anfitriones son los responsables de una cultura de la  violencia, de la entrega de nuestra soberanía política y de nuestro territorio a potencias transcontinentales, donde además sus camaradas son los destructores de una sociedad, que la desmembraron y arruinaron, creando la mayor masa de desposeídos, enfermos, y hambrientos que hoy conoce América Latina.

Estos personajes del parque jurásico del comunismo latinoamericano vienen a ofrecernos unas lecciones, que ellos no practican. Pero lo más grave es que vienen a respaldar  políticamente a una camarilla política vinculada a crímenes de lesa humanidad, creadores de un Estado hecho el aparato de  corrupción más descomunal conocido en el hemisferio occidental en lo que va del presente siglo.

Hablar de ética, de paz,  de justicia, inclusión y Estado de Derecho en una reunión como esa, y en este país, en la hora presente, es como colocar un prostíbulo como el paradigma de la castidad.

Obviamente, el peor despropósito surge de la misma voz de Nicolás Maduro, cuando llega hasta calificar como “líderes de paz” a los jefes de la guerrilla de las FARC de Colombia. Es el mundo al revés. Los violentos y asesinos de miles y miles de seres humanos son “lideres de paz”. Los demagogos y populistas son los que garantizan “la justicia social”. Los agentes de Cuba y el comunismo mundial son garantes de nuestra “independencia”. Los traficantes de droga son “los hombres nuevos del socialismo del siglo XXI”.

Menester es, por lo tanto, sobre todo en una nación como la venezolana, rescatar el verdadero significado de las palabras y el auténtico contenido de los conceptos que con tan descarado desparpajo ponen en el papel y pronuncian en los discursos.

No hacerlo es dejar abierta la puerta para que sectores de nuestra sociedad, y sobre todo los más jóvenes, terminen confundiendo en razón de la realidad, el verdadero sentido de conceptos que para nosotros los demócratas en general, y muy especialmente para los demócrata cristianos en particular, nos son muy caros, y representan un paradigma en la vida personal y social.

La lucha por la ética en la política y en toda la vida social es un desafío permanente. El trabajo para superar la pobreza y avanzar en el logro de la justicia social es un objetivo permanente. La equidad es otro desafío. Si logramos elevar la ética y avanzar en la justicia y en la equidad estamos garantizando la paz. Ya nos lo marcó con meridiana claridad San Paulo VI en su encíclica Populorum Progresio. “La justicia es el nuevo nombre de la paz.”

El Foro de Sao Paulo, reunido a expensas del hambre y las necesidades de nuestro pueblo, es todo lo contrario. Ellos representan la inmoralidad, la muerte, la violencia, la injusticia y la destrucción de nuestros pueblos. Venezuela es su mejor ejemplo.


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