El sitio más largo y letal de la Segunda Guerra Mundial fue el de la ciudad de Leningrado de la Unión Soviética, 900 días casi exactos rodeados por las tropas del Tercer Reich desde el 8 de septiembre de 1941 (le dedicamos un artículo al inicio del hecho en su 80 aniversario), aunque se intentó liberarla con la ofensiva de invierno de principios de 1942, finalmente fue imposible por la victoria del contraataque alemán y de nuevo en verano con igual resultado. En el siguiente invierno (1942-1943) el Ejército Rojo buscó aprovechar el desastre militar de la Wehrmacht en Stalingrado y el Cáucaso, para hacer retroceder al invasor en los otros dos frentes (norte y centro) de manera simultánea, logrando recuperar un trecho de tierra de 12 kilómetros en la costa del lago Ladoga (sureste de la también llamada Petrogrado). De inmediato se construyó una línea ferroviaria (“el camino de la victoria”) que llevará alimentos y recursos; pero, ¿se lograría también romper el sitio?

La tradición historiográfica ha definido al asedio de Leningrado como “sitio”, aunque en realidad este no respondía a un total bloqueo, porque el lago Ladoga le permitía un abastecimiento mínimo para mantener la resistencia. Era el llamado “camino de la vida” o “ruta del hielo”, la cual fue una vía marítima en verano y por el hielo entre finales de otoño hasta principios de primavera. Esta última se realizaba con camiones que con frecuencia se hundían en las áreas menos congeladas, y muchas  veces la Luftwaffe los bombardeaba, e incluso si no lo hacía, la cantidad de alimentos lograda no podía abastecer adecuadamente a sus 2 millones de habitantes. De modo que la mayor parte de los fallecidos fueron por hambre, congelamiento y enfermedades (la mitad de la población ¡1 millón de personas!); superando en un gran porcentaje a los defensores. Es la gran tragedia de la Segunda Guerra Mundial: el primer conflicto militar en que mueren mucho más civiles que combatientes.

La literatura autobiográfica nos permite acercarnos a la terrible tragedia del sitio. Se han publicado varias antologías de diarios, entre los que hemos leído el de una joven de 17 años: Diario de Lena Mukhina. Son los testimonios de todo un pueblo que vivía con menos de 125 gramos de pan diario en el invierno (1941-1942) que llegó a temperaturas de 30° centígrados bajo cero. De esa forma, el hambre y el frío mataban a más de 4.000 personas diarias en estos tiempos. No tenían tampoco ni luz, ni agua y por tanto estaban sin calefacción. Se empezó a mezclar la harina con cualquier cosa para rendirla; a comerse los animales (aves, perros, gatos, etc.) hasta que después se cayó en el canibalismo (asesinaban a extraños pero también familiares, se conocieron casos de los propios hijos). Lena cuenta que todos sus pensamientos, incluso en sueños, estaban centrados en la comida. Al llegar la paz, escribe, compraría mucha comida y sería feliz. La palabra “hambre” se repite una y otra vez a lo largo de cada uno de sus entradas en el diario.

En nuestro anterior artículo sobre el tema nos referimos a la bibliografía que usamos junto a las películas que se hicieron al respecto, advirtiendo la ausencia del filme occidental Enemy at the gates (Jean Jacques Annaud, 2001). Nos faltó también hablar de los documentales y entre ellos recomiendo dos: el episodio “Red Star (Soviet Union: 1941-1943)” de la serie The World at War (Jeremy Isaacs, 1973-1974), y el episodio “5. Leningrado” de la serie docudrama Soviet Storm: WW2 in the East (dirección a cargo de Anna Grazhdan y guion de Artem Drabkin y Aleksey Isaev; 2011). Ambos son excelentes, pero el primero, tal como he dicho sobre esta serie en repetidas ocasiones, me causó un gran impacto porque lo vi en mi niñez y adolescencia; y es uno de sus capítulos más emocionantes y sentidos (la poesía fue un refugio para sus ciudadanos). El guion dice que en Leningrado, a pesar de tanta muerte y sufrimiento, las industrias militares nunca dejaron de funcionar y la ciudad con su coraje terminó venciendo al Tercer Reich. El segundo ofrece muchos detalles militares con sus dramatizaciones reconstruidas por computadoras y el uso de mapas.

Entre agosto y septiembre de 1942 los alemanes trataron de capturar la ciudad, y fueron sorprendidos por una ofensiva rusa para recuperar el trecho costero y aliviar el sitio. Ninguno alcanzó sus objetivos, y el sitio se mantuvo; pero los defensores aprendieron y aprovechando el golpe de Stalingrado se lanzó la “Operación Chispa” el 12 de enero de 1943. A  los seis días habían logrado la conexión con Leningrado y ya no lo perderían más nunca, aunque seguían al alcance de la artillería de la Wehrmacht. Poco a poco su poder de fuego e inteligencia fue creciendo y anulando los ataques del enemigo. Y pasó otro año para poder alejar al Tercer Reich de las fronteras de la capital de la Revolución bolchevique y del imperio de Pedro el Grande, porque el siguiente intento: la “Operación Estrella Polar”, también fracasaría en esta meta. En todo caso, la realidad había cambiado porque el abastecimiento terrestre era casi permanente y de mayor tonelaje que el marítimo.

La semana que viene trataremos, Dios mediante, la importantísima Conferencia de Casablanca (14 al 18 de enero de 1943), y digo importante porque estableció la estrategia general para lograr la victoria sobre el Eje desde el lado angloestadounidense. En ella surgió el principio (propuesto por el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt) de “rendición incondicional”, que tantas polémicas produjo entre los historiadores.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!