Este es el orden del día de la Asamblea Nacional este martes

El próximo 5 de enero  es un día fatídico, es decir grave, desgraciado. No lo puedo calificar de otro modo. Venezuela, su gobierno, su política, su sociedad, entra en un período de desinstitucionalización cuyas consecuencias son difíciles de prever. Por un lado, concluye la legitimidad de la actual AN, y por otro lado comienza una nueva legislatura con una precaria legitimidad. La Constitución no ampara a partir del 5 de enero a ninguna, hemos perdido la  legitimidad constitucional y entramos en el mundo inaprensible de la paraconstitucionalidad, o en términos de la idea del derecho del régimen, de la supraconstitucionalidad, no en el sentido de los valores y principios a los que sirve o debe servir toda Constitución, sino la que se define por la prevalencia del poder sobre el derecho, la voluntad de poder por encima de la racionalidad de la ley.

Sostengo, en lo que respecta a la definición de las políticas del régimen, que constituyó un error de Maduro no abrir las puertas a la participación de vastos sectores de la oposición democrática en las pasadas elecciones legislativas, celebradas el 6 de diciembre. Sus fuerzas legitimadoras hubieran aumentado considerablemente, se hubiesen enriquecido sus bases de apoyo, un viraje positivo cuyas consecuencias serían beneficiosas para robustecer su cuestionada estabilidad, su pervivencia, que se define más allá del nudo poder, pues se superarían obstáculos que en la coyuntura actual son más difíciles de superar. Una vez más, el poder enceguece a los que se niegan a ver.

El reto a arrostrar por la oposición democrática, particularmente la que acompañó estos  años a Juan Guaidó, es mayor. El 5 de enero deja de existir la AN actual, Guaidó queda sin piso político, deja de presidir un ente tornado inexistente y pasa a ser una suerte de “poder inanimado” mientras los sectores de la comunidad internacional que hasta ese día lo apoyan, decidan qué hacer con él. ¿Qué hacer entonces ante tan infausta situación? No soy quién para dar recetas sobre un tema tan grave como acuciante; me tomaré la libertad de sugerir algunas recomendaciones. Lo primero es someterse a una confesión, la autocrítica de su comportamiento, el asumir la conciencia de los errores cometidos y su propósito de enmienda. Definido esto, plantearse la unión sin ninguna clase de exclusiones, solo la exclusión de los “alacranes” que pululan a su alrededor. Nada de jefes, la oposición actual no tiene jefes, no tiene líderes que gocen del reconocimiento de todos, y menos de la sociedad venezolana, que sufre la ausencia de conductores sabios que la ayuden a abrir caminos hacia un mundo mejor. En suma, abogo por un liderazgo colectivo.

Vivimos una situación desgraciada y por eso el próximo 5 de enero es un día fatídico. Guaidó significó en sus inicios una esperanza, hoy revela ser una desgracia. No le pidamos peras al olmo, el joven dirigente que es Guaidó tenía ante sí un reto formidable que él solo no podía asumir. Enfrentarse a un régimen de la naturaleza malvada como el régimen de Maduro implicaba un esfuerzo gigantesco, una fortaleza de unión, política y social, de la cual careció siempre Juan Guaidó. Si se puede hablar de culpa, y este no es un asunto puramente moral, la culpa es colectiva, fundamentalmente de los partidos y dirigentes que lo acompañaron desde la AN. En los momentos críticos de los países con situaciones parecidas a la nuestra, la fortuna puede ser generosa o esquiva. Nosotros, lamentablemente por esta vez, no tuvimos la diosa fortuna de nuestro lado, nos fue esquiva. Y es que la amplitud de visión, la clarividencia y la pasión lúcida que definen al estadista son una “rara avis” en la Venezuela de hoy.


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