the last of us

The Last Of Us concluyó con el típico episodio de trámite, un tanto predecible, de los polémicos finales de temporada de HBO.

El desenlace divide la opinión, con razón, por su plano redundante en la acción, el cierre de un bucle, casi de vuelta al punto de origen, como un viaje de los antihéroes, cuyo llamado de la aventura clausura en la vuelta al hogar.

Ali Abassi fue el director del capítulo nueve, decepcionando a quienes seguimos su cine más retador y fantástico, el de títulos como Border y Holly Spider.

Su contribución en la saga tomó verdadero vuelo conceptual y terrorífico en el episodio anterior, el ocho, donde la protagonista enfrentó a una banda de caníbales, disfrazados de ovejas evangélicas de un culto decadente de rednecks.

El trabajo audiovisual del desenlace, por el contrario, resultó harto convencional, desde el propio guion de Neil Drukmann hasta la ejecución planita del realizador, con escasa garra creativa.

El carácter rutinario de libreto y diseño de producción, se expresó en cuestiones de manual de acción apocalíptica, derivadas del videojuego: un par de salvamentos inverosímiles de último minuto, revelaciones y muertes que no conducen a ningún sitio, que no sea el del comienzo para resetear la historia y abrir el retorno de la segunda temporada.

Ni hablar de aquella postal de destrucción de ciudades y urbanizaciones, de edificios y casas abandonadas, que hemos visto miles en los últimos años.

La Boca del Lobo de Haneke y War of The Worlds, tras la pandemia. Next!

El sello de Craig Mazin, detrás del guion, no tuvo el impacto de su obra maestra, Chernobyl, dando argumentos a los defensores de la fuente original, a los fanáticos del game, para bajarle los pulgares al desarrollo accidentado del arco dramático, bastante desigual en su trayecto, a veces sorprendiendo por sus decisiones arriesgadas contra la expectativa de la pieza canónica, en otras mostrándose como un pragmático servicio para las nuevas audiencias de la representatividad y el wokeísmo, perdiendo la naturaleza física del cuento distópico.

En tal sentido, The Last of Us contempla la paradoja de la serie, entre su genuina idea de adaptar y su forzada dinámica de gustar a los centenialls, bajo el mando del plantel protagónico.

Así que la producción resume la falta de identidad que conlleva, en la actualidad, hacer una versión que termine por satisfacer a diferentes targets antagónicos, sin agradar del todo a ninguno, porque los boomers perciben el truco de guiñarle el ojo a los mercados alternativos, y los chicos resienten la instrumentación adulta de sus cuestiones de género.

La realidad de la producción nos dice mucho de su manipulación estética.

Los showrunners, en verdad, tienen más que ver con el contexto de Pedro Pascal, el de cuarentones y cincuentones de éxito en Hollywood, que el de la imagen de renegada que encarna Bella Ramsey, con su porte no binario.

Por ende, The Last of Us nos grafica el problema que sufre la industria en 2023, al intentar conquistar a una demanda polarizada y fragmentada, buscando cerrar una brecha generacional, que a la postre agrieta y radicaliza, por su explotación.

En el medio, sí cómo no, un derroche de talento en la concepción de algunos episodios claustrofóbicos y crepusculares en su revisión de los pilares del western, al ser atravesado por la influencia de The Walking Dead.

Pero de pronto, a los escritores se les olvidó darle entidad a sus bestias, a sus zombies, para que logremos empatizar con ellos, desde una visión más empática de la monstruosidad, no como mera carne de cañón a la que se le dispara, como telón de fondo de una carnicería estereotipada de malos y buenos salvajes.

Incluso, la cacareada escena con la jirafa, que compensa al caos y el desierto, me pareció un cliché que de lo obvio y programado, por la inteligencia artificial de la estructura, ni conmueve, ni sale del contraste seudopoético de los outsiders que se sensibilizan en el contacto con la fauna extraviada, como en un cromo sacado de una fotocopia de Parque Jurásico. Una pose de Spielberg, que no cuadra.

He preferido el tropo de la secuencia en el mall, aunque tampoco luzca demasiado diferente al de una cita romántica en Euphoria.

O que la primera temporada haya sido, al final, un ejercicio de enganche adictivo, para extender la serie por tres temporadas, mientras se narran flash backs inventados y subtramas que atascan a la novela.

Lo dicho, The Last of Us no se atreve y no puede, jugársela por un cierre contundente, que nos haga caer la quijada.

Solo los protagonistas compartiendo un fracaso gatopardiano, en el que todo cambia, para que nada cambie.

Un loop, un círculo vicioso, del que tenemos un postgrado en el streaming.


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