“Saber y explicar cómo hablamos asume para la psicología nacional importancia tan significativa como el más apasionante capítulo de nuestra historia”, afirma Mariano Picón Salas en el prólogo de la obra Buenas y malas palabras del profesor Ángel Rosenblat, a quien el ensayista llamaba el “Humboldt o el Explorador de las Palabras”. Los aportes de Rosenblat (el Andrés Bello del siglo XX) al conocimiento del habla no se limitaban a lo coloquial, sino también a lo académico. El filólogo partía de la premisa de que en español (o castellano, según las preferencias del hablante) no hay malas palabras sino un mal uso de ellas.

El profesor Rosenblat distinguió entre la forma útil del purismo y la forma negativa; esta última pretende convertirse en un obstáculo para la evolución del lenguaje, porque “nada humano, en materia de lenguaje, nos es ajeno”. En el habla estándar hay libertad por la legitimidad de las expresiones, pero no ocurre lo mismo en el lenguaje académico que debe ceñirse las normas de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que buscan que todos hablemos de acuerdo con reglas y principios comunes.

Andrés Bello, por su parte, proclamaba sin vacilar: “Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes” (Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Santa Cruz de Tenerife, Instituto Universitario de Lingüística Andrés Bello-Cabildo Insular de Tenerife, Edición crítica de Ramón Trujillo, 1981, p. 129). El mensaje es claro: hay que defender la pureza de la lengua sin que esto impida su evolución a partir de los aportes del habla popular. Y ello porque la lengua se modifica con el correr del tiempo e incluye nuevos vocablos y giros, tanto por invención de los propios hablantes como por la incorporación de préstamos lingüísticos. No hay modo de impedir esto. Los cambios son propios de la lengua viva; lo que se debe evitar es la degradación del idioma, al no respetar sus principios.

En esta faena de cuidar el idioma, hemos contado con los aportes del padre Pedro Pablo Barnola y Alexis Márquez Rodríguez. El primero nos iluminaba con su sabiduría y buen humor desde las páginas del diario El Nacional en su columna “Noto y anoto”. El segundo, también desde El Nacional, aclaraba dudas y orientaba con sus recomendaciones en su columna “Con la lengua”. Todo apuntado a un objetivo: preservar el buen uso del idioma.

Además de lo anterior, los venezolanos contamos con suficientes razones para ocuparnos de que la lengua se hable bien y de que esta se deslastre de la agresividad lingüística, ya que desde las alturas del poder se ha ido imponiendo un lenguaje que irrespeta los principios y reglas del español, según las normas recogidas en el Diccionario panhispánico de dudas, la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y por la agrupación de las Academias, como el Libro de estilo de la lengua española. La aparición de la neolengua revolucionaria es una de las mayores amenazas que atenta contra las predicas de Andrés Bello y de Ángel Rosenblat.

Veamos algunos casos de lo que está ocurriendo. Uno de vieja data y que se repite hasta en el lenguaje académico es la pluralización del verbo haber. Se suele decir “hubieron muchas personas en la fiesta”, cuando lo correcto es “hubo muchas personas en la fiesta”. Haber es un verbo impersonal; es decir, carece de sujeto y solo se conjuga en tercera persona del singular, salvo cuando funciona como auxiliar. La mayoría de los verbos en español se conjugan con un sujeto. Por eso, la tendencia es a creer que haber lo necesita; pero solo requiere un complemento directo. La oración “Hubo varias fiestas” está compuesta por un verbo conjugado y un complemento directo. Como no hay sujeto, se fuerza la situación y se pretende convertir el complemento directo en sujeto haciéndolo coincidir con el verbo mediante la pluralización. La regla señalada permanece invariable desde que Andrés Bello la explicó así: “El de más uso entre los verbos impersonales es haber, aplicado a significar indirectamente la existencia de una cosa, que se pone en acusativo: «Hubo fiestas», «Hay animales de maravillosos instintos»; frases que no se refieren jamás a un sujeto expreso” (Ob.cit, p. 466). En definitiva: el verbo haber no se conjuga con un sujeto sino con un complemento directo, salvo que funcione como verbo auxiliar (hubieron bailado).

La Nueva gramática de la lengua española señala que el verbo haber se usa como impersonal tanto si se refiere a los fenómenos de la naturaleza (hay truenos), como a “cualquier otra realidad: Había poco tiempo”. De inmediato, explica que en el lenguaje estándar se observa la pluralización de este verbo, a lo cual no escapa el periodismo. Sin embargo, la recomendación es el “uso no concordado del haber, tanto, Hubo dificultades, en lugar de Hubieron dificultades, Había suficientes pruebas para incriminarlos y no Habían suficientes pruebas para incriminarlos, etc.” (Madrid, Real Academia Española-Asociación de Academias de la Lengua Española, Sintaxis II, 2009, núm. 41.6, p. 3063). Entonces, en el lenguaje académico no es recomendable pluralizar el verbo haber en la búsqueda de un sujeto inexistente.

Otro de los errores comunes es el excesivo desdoblamiento del idioma, que es una moda lingüística promovida por el chavismo. Es lo que ocurre con la Constitución de 1999, en la cual se desdobla el idioma de manera agobiante: no se usa el masculino como género no marcado, sino que se incluye el femenino constantemente, lo que rompe el principio de economía del lenguaje. Se puede usar con prudencia este desdoblamiento (venezolanos y venezolanas) pero su uso exagerado e inútil hace muy pesado el lenguaje. Ejemplo de ello es cuando un revolucionario dice, “camaradas y camarados”. Aquí el error es aún más grave porque “camarado” no existe en español y mal puede ser el masculino de camarada. Si se quiere precisar el género, se usa el artículo: la camarada o el camarada.

La agresión lingüística se advierte también con el uso del símbolo arroba (@) para sustituir al masculino como género no marcado (abogad@s, por ejemplo). Esto constituye un error idiomático, tal como lo postula la Fundéu, por dos razones: arroba no es un signo lingüístico y porque no hace falta, puesto que el masculino, como género no marcado, incluye a ambos géneros. Este solapado e innecesario desdoblamiento del lenguaje es una manera de hacerse eco del discurso político de Hugo Chávez.

El uso del lenguaje de guerra en la vida política es otra deformación lingüística del populismo revolucionario. El empleo de términos militares por parte de los opositores es una evidencia del efecto expansivo del empobrecimiento idiomático como consecuencia del discurso político chavista. La utilización abusiva del lenguaje militar desvía la atención de los problemas que afectan al país. “Guerra económica” envuelve un eufemismo para ocultar el fracaso del modelo económico socialista. Este lenguaje, además, pretende justificar la represión y la violación de las libertades individuales en función de un conflicto bélico imaginario.

El español se ha hablado muy bien en nuestro país, como lo demuestra Ángel Rosenblat en su voluminosa obra sobre la materia. Nuestros presidentes han respetado el idioma en sus discursos, con sus propias características y sin apelar a la vulgaridad ni a la chabacanería. Incluso Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, dictadores militares, no usaban un lenguaje soez ni arrabalero. Esta manera de socavar el idioma, hasta imponer una neolengua, se inicia con la revolución bolivariana. El sector académico tiene el reto de impedir que este estilo se imponga.

Este capítulo de nuestra historia, abrumado por el dialecto revolucionario, puede analizarse a través del lenguaje oral y escrito que usamos. En la obra de Ángel Rosenblat, el Explorador de las Palabras, hay mucho material para vencer el proceso de degradación del lenguaje. Es, además, un compromiso con Andrés Bello que no podemos soslayar.


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