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Es una obviedad constatable para cualquier indagación sobre nuestra larga noche de piedra que la Iglesia Católica ha acompañado fielmente a la oposición venezolana en sus muchos caminos sin salida y en sus raros momentos de una esperanza cabal.

La inacción en que se mantuvo la oposición los últimos años, un silencio casi sepulcral para algunos, fue un tiempo en el que la preocupación llevó a la Iglesia Católica a crear, básicamente en la UCAB, una suerte de sede de la elaboración del diálogo intelectual para tratar de encontrar un diagnóstico del país enfermo y pensar algunas líneas de futuro. Una valiosa iniciativa, ayunos como estábamos de otros recintos del pensamiento por la destrucción de las universidades, en especial la UCV, y de otras entidades culturales. Pensar al menos las razones de nuestras imposibilidades para atinar con el camino a la democracia y sanar la miseria y el dolor de las mayorías.

Pero todos sabemos que durante mucho tiempo, demasiado quizás, no se movió una hoja del árbol de la liberación de los tiranos. Y no fue sino hasta que hubo una cosa llamada primaria, una idea quimérica en principio y convertida en realidad por quienes creyeron en el reto, que esa mayoría que desea un cambio recobró su voluntad. De allí salió una líder, valiente y consecuente, que alcanzó una victoria total y que está dispuesta, ella lo dice, a llegar hasta el final. Somos entonces los venezolanos, con nuestro compromiso, los que la debemos aupar y no abandonar en esa lucha contra los que se aferran al poder desesperadamente… con fusiles, no con pueblo.

Pues bien, la más alta dirigencia del clero nacional, arzobispos y obispos, han elaborado un documento, un exhorto, en el que recogen ese renovado espíritu nacional que llama a la esperanza y la acción colectiva, con la mayor claridad y valor.

Su diagnóstico de la Venezuela de hoy, de la tragedia que se vive, no puede ser más preciso. Para muestra, una cita amplia que nada oculta:

“Nos preocupa la pobreza generalizada; las fracturas de las familias producto de la migración forzada de millones de venezolanos; el creciente número de niños, adolescentes y adultos mayores desnutridos, con sus irreversibles secuelas para su vida; la inequidad social y económica; el deterioro de los servicios públicos y de salud; el desmantelamiento de las industrias básicas; la falta de seguridad jurídica, la corrupción administrativa y la impunidad; la falta de combustible y de transporte; el deterioro ecológico de extensas áreas, que afecta principalmente a los pueblos indígenas; el control que en algunas zonas ejercen diversos grupos irregulares armados. Así mismo, la violación de los derechos humanos y políticos que lleva consigo persecución, inhabilitación, represión, torturas y supresión de las libertades. Igualmente, la gravísima crisis educativa que se manifiesta, entre otras cosas, en la deserción escolar y docente, los bajos salarios de los maestros y profesores, el deterioro de las infraestructuras escolares”.

Igualmente, refiere el estado de postración de la oposición ya señalado y las condiciones que se necesitan para enfrentar el futuro: unidad, participación, capacidad para hablar y oírse, rechazo del líder mesiánico o un sector privilegiado, implicarse con el corazón y la idea, vocación por reconstruir una nación, la nuestra.


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