¿Por qué hay naciones prósperas y otras que no lo son? Existen varios argumentos como la geografía, el clima, los mencionados por una de las mentes más preclaras del siglo XVIII como Rousseau; igualmente existe la tesis genética que descansa sobre la sofisticación de la raza, pregonada por Robert Malthus;  también por causa de la economía, descrita por el terror de la Ilustración como lo fue Míster Smith; bajo otro tenor, por el sistema político y de gobierno descrito por Hobbes. En fin, se tienen tantas tesis como gustos del cliente. Lo que sí es innegable es que todas en su momento lograron incomodar a los poderes de la época, pero hay uno que escapa siempre en los ambientes académicos y son las creencias religiosas; que si bien es una perspectiva que está al margen de la ciencia, la experiencia indica que son más prósperas las naciones que no sucumben a la ideologías idolátricas de un Estado megalómano y estatista, cargado de fetiches, timos, supersticiones con todo tipo de cultos paganos y toda clase de creencias, ritos, proscritos por la ley de las leyes divinas entregadas en el pentateuco, o la Torá, además en todos los evangelios que permitieron unificar a todos los pueblos de Occidente y del mundo entero.

En ese sentido, el culto a la personalidad, presente en los Estados modernos, en especial en los de corte totalitaria o estatista, van en contra de las leyes divinas.

En ese contexto, cuando se habla de Estado, es imprescindible hablar de leyes, y al hablar de estas es necesario revisar las leyes de las leyes, entregadas por la Providencia a la humanidad en la tierra. Estas son muy simples y claras, y a pesar de que, como los argumentos anteriores, no sean absolutos, son una constante en el devenir de la humanidad, por lo que se constata, tiempo tras tiempo, que son más prósperas las naciones que respetan el decálogo del Creador que aquellas que los transgreden, no en vano los padres fundadores de Estados Unidos basaron la construcción de Norteamérica en el decálogo de Moisés.

Así pues, un pueblo sujeto a un dictador, indiscutiblemente es un pueblo idólatra; mientras que un gobierno en la tierra atribuyéndose los poderes del Creador está reprobado ante la perspectiva de las sagradas escrituras; sin embargo, esto no viene solo, sino que de acuerdo con la experiencia histórica trae, en sentido lógico, inflación, hambre, éxodo, enfermedades, miserias, guerras, mortandad y toda clase de infortunios, es decir, barbarie.

Dice la historia que el imperio francés cae en desgracia cuando los delfines se precipitan en bacanales y todo tipo de excesos, promovidos por el séquito de timadores, coqueteando con la magia y fetiche que lograron poner el tesoro de la corona, en jaque; lo mismo sucedió en Moscú, cuando la Corte de los Zares, desesperados por salvar al heredero al trono, pusieron su fe en el desequilibrado Rasputín; si miramos la historia de todos los países, incluyendo los del siglo XXI, podemos observar su inclinación por cultos contrarios a las normas cristianas, que reposa en el verso, por excelencia del Shemá Israel: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Junto al verso de los evangelios, El más importante es: “Escucha Israel; el Señor nuestro Dios, El Señor uno es».


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