Foto EFE

Comienzan de nuevo a escucharse despropósitos relacionados a la absurda patraña del Estado comunal. El régimen no descansa en su empeño de complicarles todavía más la vida a los venezolanos, añadiendo a las penurias existentes las metas destructivas de una utopía sin destino. Lo del Estado comunal es una patraña, pues se trata de una pretensión extravagante destinada a engañar, y es absurdo pues carece de sentido. Nadie en su sano juicio es capaz de proporcionar una definición comprensible de semejante invento, y nadie podría atinar con un concepto claro que permita combinar los términos “Estado” y “comuna” o “comunal”.

Ahora bien, afirmar que se trata de una patraña no implica necesariamente que el empeño de hacer algo absurdo carezca de efectos reales. A muchos nos parecería absurdo, por ejemplo, desatar de manera deliberada sobre la humanidad un virus mortal, para causar estragos y esparcir el sufrimiento en todas partes. No obstante, aunque absurdo, es algo que podría ocurrir, y ya tenemos patentes indicios de que una tragedia como la descrita es posible. Algo puede ser absurdo pero no por ello inofensivo. Lo de los gallineros verticales fue una idea absurda pero podía entenderse, y al fin y al cabo resultó inofensiva, no hizo daño, y más bien contribuyó a un breve pero efectivo clima de comicidad, hilaridad y sana burla en nuestra agotada sociedad.

Lo del Estado comunal es distinto, pues a diferencia de los gallineros verticales hablamos de una patraña que puede tener nefastas consecuencias políticas y sociales. Desde los tiempos de Chávez y ahora bajo Maduro, el régimen promueve el Estado comunal como una especie de talismán, que mezcla los acostumbrados objetivos de poder y control social con las ambiciones utópicas del hombre nuevo, entre otros mitos del guevarismo revolucionario que persisten en las mentes de muchos en América Latina. El cúmulo de disparates teóricos con funestos efectos prácticos, generados por la izquierda de nuestro continente, es gigantesco, y la producción de barbaridades no tiene fin.

Con lo del Estado comunal, como han apuntado algunos comentaristas, nos remite al planteamiento de los soviets o consejos de obreros, campesinos y soldados formados por los bolcheviques, y utilizados durante un período como instrumentos organizativos y de presunta deliberación popular. En realidad, no obstante, los consejos fueron manipulados por el Partido Comunista y acabaron por subordinarse al “centralismo democrático” de Lenin, un eufemismo empleado para disfrazar el mando dictatorial de la cúpula marxista.

En nuestro caso, la retórica sobre el Estado comunal revela dos cosas. Por un lado, la aspiración de una sección del bloque en el poder, la que tiene sus raíces en el radicalismo ideológico y funciona en alianza con Cuba y el Foro de Sao Paulo, de preservar sus vínculos con objetivos revolucionarios, a ser llevados a cabo en Venezuela y a escala continental. Por otro lado, el Estado comunal busca en verdad y en la práctica reforzar la vigilancia y el control social mediante un tejido más firme y complejo, aparte de más eficaz, que complemente la fuerza bruta de los “colectivos”, extendiendo igualmente el dominio del PSUV y asfixiando aún más a los partidos democráticos, ya en extremo disminuidos. Se le hace, en otras palabras, un saludo a la bandera de la ideología radical, saludo que es mucho más que eso, pues se traduce al final en el acrecentamiento del dominio del régimen sobre el conjunto de la sociedad.

Esta es la teoría, en todo caso. ¿Hasta dónde puede llevar en la práctica, y qué consecuencias tendrían los intentos de ejecutar tales quimeras? Lo que puede preverse, creemos, será la multiplicación de cuerpos similares a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) cubanos, con una misión restringida a espiar, supervisar y reprimir a la población, en estrecha colaboración con los organismos establecidos de inteligencia y policía política. Ni de lejos se observará un aumento de la libre capacidad deliberativa de la gente y su poder de decisión real, sino el recrudecimiento del rumbo despótico del régimen, oculto bajo la cobertura fraudulenta de las llamadas “comunas”.

 


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