En el artículo anterior dejamos claramente establecido que ese discurso confrontativo del todo o nada, incondicional o enemigo, buenos y malos… no tiene cabida en un Estado que se apellide Ciudadano, en el que se entiende que “todos somos necesarios” y que la generación de un clima de confianza solo lo da el respeto mutuo.

En efecto, únicamente en un contexto de confianza recíproca entre gobernantes y ciudadanos, sin grietas: odios o rencores, respeto a los derechos y a los deberes, y de vigencia de valores de solidaridad social, como plantea Oscar Oslak, que aunque lo decía haciendo referencia a que en ese ambiente podía echar raíces la socialdemocracia, yo lo diría sobre cualquier ideología, porque es el respeto y el reconocimiento entre el Estado y sus ciudadanos lo que fortalece la democracia, independientemente de la ideología que adelanten sus gobernantes.

Es hora de dejar de pensar por los demás y querer imponer ideas a ¡trocha y mocha! ¡a juro y porque sí! La gente sabe lo que quiere y cómo lo quiere, ya son mayores de edad, parafraseando a Kant. Sobre todo en estos tiempos de información y conocimiento en tiempo real.

La gente sabe qué es el comunismo y lo que significó para el mundo. Pero también siente que es importante ser solidario, la presencia del Estado, buscar la igualdad, les duele tanta pobreza… de allí que esa ideología fue cambiando en el tiempo, con el comunismo gulash húngaro (1960-1989), con elementos de economía de mercado que supuso un distanciamiento con Stalin; la política de Deng Xiaoping cuando en la década de los setenta lanzó el programa Boluan Fanzheng, eliminar el caos y volver a la normalidad, que corrigió los horrores de la Revolución Cultural, en medio de una frase célebre “No importa que el gato sea blanco o negro mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”; con el planteamiento de Teodoro Petkoff de Las dos izquierdas (2005), cuando marca la diferencia entre los gobiernos socialdemócratas progresistas o capitalistas con rostro humano con los revolucionarios; hacia la socialdemocracia.

Véase que la socialdemocracia a pesar de su reciente declinación en Europa, ha sido el sistema que mejor ha conciliado el capitalismo con la gobernabilidad democrática. Todos los países nórdicos, que fueron su cuna, integran el «top 10» en la mayoría de los indicadores con que se evalúa el desempeño de un país, liderado por Dinamarca.

La razón de su éxito se entiende solo con observar el nivel de vida del liderazgo político: sin lujos, sin escoltas, sin chofer, sin restregarle a los demás su posición de poder y dominio. Son países con bajísima tolerancia a la corrupción política, con quienes nos podemos recrear en la serie de Borgen de Netflix. Pero sin ir tan lejos, en América Latina tenemos un ejemplo en Uruguay, donde la izquierda ha tenido una presencia importante sobre todo entre 2004 y 2010 con Tabaré Vásquez y Pepe Mujica, este último recordado por su intelectualidad y honestidad, reconocida por propios y extraños, con la imagen de que entró y salió del gobierno con el mismo Volkswagen.

Así que cuando a mí me dicen que no podemos cambiar, siento que es una manipulación, un mito creado por las élites que no quieren cambio porque pierden sus privilegios.

¿Cómo rompemos esas cadenas con ese pasado elitesco que solo vela por sus intereses? Qué impide que nuevas ideas estrechen ese largo y ancho espacio entre “democracia” y “calidad de vida», entre “poder” y “ciudadanía”, lo trabajaremos en el próximo artículo.

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@carlotasalazar


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