3PuntosLinealesPlanos, de Rafael González. Foto. José Reinaldo Guedez

El espacio como uno de los elementos constitutivos del movimiento, es factor determinante en la acción de danzar.  Su interés es tan antiguo como los actos de representación escénica, y sobre él se han establecido consideraciones colectivas vinculadas con rituales del cuerpo como divertimento, así como otras aproximaciones asociadas al cuerpo reflexivo surgidas en la modernidad de las artes. Todo hace parte de lo social, como canalizador de los impulsos individuales y grupales que configuran el hecho creador.

Un recital de danza realizado el 5 de abril de 1944 en la Brooklyn Academy of Music, anunció la era de Merce Cunningham, el celebrado coreógrafo estadounidense que logró que los rígidos conceptos sobre el espacio escénico existentes se tornaran ilimitados. De acuerdo con su teoría, cada bailarín ocupa un lugar determinado que se convierte en su centro vital, desplazándose naturalmente en él y tomando posesión del mismo. La conjunción de estos centros permite que el movimiento del intérprete sea visible desde multiplicidad de lugares del escenario.

La noción espacial de Cunningham permitía una amplia libertad de creación y la construcción de estructuras coreográficas impensables, dando como resultado un movimiento instantáneo y fortuito. Sus famosos events fueron acciones que alcanzaron alto impacto por su formato sin estructura evidente, susceptibles de ser representadas en todo tipo de espacios no convencionales: calles, plazas, edificios, azoteas, sótanos, museos, iglesias y canchas deportivas.

La utilización de la música en relación con la danza representa otro hallazgo significativo de este creador, para quien la danza constituye una entidad autónoma, rechazando cualquier subordinación de esta al elemento sonoro. La música, en todo caso, resulta un acontecimiento simultáneo, aunque separado, de la acción del movimiento. También es relevante la forma en la que Cunningham relaciona la danza con los elementos plásticos, propiciando una ruptura con la concepción tradicional de la escenografía y el vestuario, los cuales convierte en sugerentes entornos escénicos.

Rainforest, de Merce Cunningham

El espacio escénico constituye para el coreógrafo venezolano José Ledezma, precursor de la danza contemporánea en el país,  su hábitat fundamental y su amplia utilización su razón de ser como creador. Ajeno a la narración innecesaria y al gesto exagerado, el coreógrafo centra su atención en un movimiento casi aséptico, tan solo “contaminado” por el propio sentimiento humano.

Un poco más allá (1977, Shubert), tal vez represente la obra de Ledezma por excelencia. Ella resume el ideal que siempre lo ha orientado dentro de la creación coreográfica. Pieza poseedora de un particular diseño espacial a través del cual las acciones grupales se desarrollan con amplitud, descomponiéndose por instantes  para de nuevo retomar su integralidad. Uno a uno los cuerpos aparecen. Son volúmenes individuales, errantes. Con lentitud se concentran y se separan. De pronto, la quietud se trastoca en dinámica energía, por momentos violenta. Los cuerpos danzan asimétricamente. Cada uno lleva consigo una carga particular implícita. Al final, la quietud retorna. Los cuerpos se reúnen para el reposo.

Rafael González, discípulo de Ledezma, posee una concepción intuitiva del espacio, en el que prevalecen propuestas de elevadas valoraciones visuales. Para este coreógrafo, también con formación dentro de las artes plásticas, la danza “es una expresión del cuerpo en movimiento en un espacio dibujado en rectángulos, círculos, espacios infinitos o delimitados, oscuros, transparentes, posibles dentro de un dispositivo escénico”. Es así como la composición espacial y la de movimientos van tomadas de la mano para recrear atmósferas, volúmenes y sensaciones visuales.

Un poco más allá, de José Ledezma. Foto Sigala

Su obra 3PuntosLinealesPlanos (2012, efectos sonoros) ejemplifica esa visión aséptica y ordenada -en este caso de carácter místico y futurista- de los ámbitos de comunicación, más que de representación, propuestos por González, siempre con claros intereses esteticistas. Se trata de un espacio sorprendente en su equilibrio y pulcritud.

Rudolf Laban, el fundamental científico y creador del movimiento concibió el espacio a partir del cuerpo del bailarín, así lo refiere Jacques Baril en su tratado La danza moderna. De Isadora Duncan a Twyla Tharp (París, 1977). En este espacio, que Laban llamó kinesfera, el intérprete experimenta el movimiento con conciencia y plenitud.

 


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