Nadie como Fidel Castro supo explorar con profundidad política la naturaleza de los 4 gigantes del alma (El Miedo – La Ira – El Amor – El Deber) e inducir la fuerza y la atracción de sus efectos sociales en los objetivos revolucionarios planteados. Allí están los resultados en 64 años de revolución en el pueblo cubano. En sus buenos tiempos, la puesta en escena y el histrionismo hicieron del líder comunista un político a quien la indiferencia le era ajena entre cubanos, entre latinoamericanos, entre occidentales hasta que el globo le quedó pequeño. Sus maratónicos discursos salían de Radio Habana Cuba hasta cualquier radiecito de onda corta en Sabaneta de Barinas en Venezuela, en Rosario Argentina o en La Higuera en Bolivia. Y desde allí se fueron sembrando en amor-odio. El origen de las referencias de cómo el embeleco babeante de admiración en un sector de las sociedades contra la fijación homicida en otro servían de péndulos de desplazamiento emocional desde donde lo que ocurría en Cuba no era indiferente ni ajeno. La Habana se había convertido inexplicablemente en La Meca política, social y económica del momento. Y lo sigue siendo para algunos, a pesar del desastre. Líderes políticos, intelectuales, académicos, científicos, escritores sirvieron de palanca mediática en su momento para catapultar la revolución que había bajado desde la Sierra Maestra.

En la isla, el barbiespeso de Birán supo combinar en las 4 patas de esa mesa para ganarse mayoritariamente el amor de los cubanos en su tiempo, sembrar el miedo en sus adversarios, cultivar la ira eventual de protestar por las acciones revolucionarias que aplastaban cualquier reacción, y balancear oportunamente el deber en todos. La reacción y la explotación de los eventos de la Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles en 1962, la explotación del internacionalismo cubano en Angola, Siria, Argelia, Etiopía, Nicaragua, Granada, Panamá, República Dominicana y las conocidas incursiones en Venezuela con la experiencia guerrillera, les pusieron a muchos en algún momento una franela con la icónica imagen del fotógrafo Alberto Diaz (Korda) del Che mercadeado de manera capitalista. Todo eso en su momento se convirtió en una política de Estado manejada a través del G2 y su refinada, eficiente y pulida maquinaria de inteligencia, contra inteligencia y propaganda. Allí están 64 años de carambolas en las 4 bandas de estos gigantes del alma.

En 6 décadas y media, 12 millones de cubanos en 110.860 kilómetros cuadrados de superficie han servido de laboratorio de experimentación e inducción psicológica, inicialmente con soporte de la URSS y sus satélites, y desde 1991 de manera independiente con toda la experiencia acumulada de manipular el amor, contener la ira, incentivar el miedo y torcer el rumbo del deber hacia la patria por el atajo del líder y de la revolución. Les ha funcionado. ¡Y cómo!

La primera vez que el comandante hundió el escalpelo para ingresar en las profundidades emocionales criollas de la humanidad venezolana fue el 23 de enero de 1959. Estaba aún caliente en el aire la pólvora de la Sierra Maestra y el líder cubano vino a Venezuela a buscar recursos. Un año antes el gobierno provisional encabezado por el almirante Wolfgang Larrazábal había enviado un avión con algunos soportes logísticos que se incorporaron a otros del continente que se habían arrastrado en las simpatías por los acontecimientos de la isla antes del 1º de enero de 1958. Un discurso multitudinario en El Silencio, uno en el Congreso Nacional y el más importante: el de la Universidad Central de Venezuela, tan igual a la bienvenida popular del aeropuerto de Maiquetía, le dieron un perfecto diagnóstico de la sociedad venezolana y sus relaciones emocionales durante los cinco días de su estancia en Venezuela. Distinto su encuentro con el presidente electo Rómulo Betancourt, de quien recibió un rotundo no a sus peticiones petroleras. Cuando retornó a La Habana ya tenía in pectore un informe sobre las cojeras y las dolencias que se proyectaban desde Caracas en el miedo, en la ira, en el amor y en el deber. Tres años después las teclas para disparar el miedo en la sociedad de Venezuela y la ira del sector político se activaron con las insurrecciones militares de El Porteñazo, El Carupanazo y El Barcelonazo en 1962; que se enlazaron con los diez años de la actividad en los frentes guerrilleros alentada desde la isla con muchos venezolanos estudiantes flechados en el amor político de esos tiempos del encendido discurso en el Aula Magna. ¿Y el deber? Al menos la mayoría de los nacionales fuera de la universidad supieron alinearse con la Constitución y la democracia en su consolidación de 40 años.

Desde 1998 esa experiencia ha sido refinada, pulida y perfeccionada con la llegada de la revolución bolivariana al poder en Venezuela. La manipulación emocional del venezolano alentada desde salas situacionales ad hoc lo han puesto a brincar pasionalmente entre el placer, el dolor, la exaltación, la alegría, la desesperanza, el odio, la depresión y la división social en el segmento opositor con fines políticos. 7 millones de venezolanos que hacen parte de la diáspora alrededor del mundo son la expresión de esos efectos. La revolución ha avanzado con un plan, un solo liderazgo, y un solo objetivo: la permanencia ad eternum en el poder. Y a la fecha lo ha cumplido. Quien se haya salido de esa línea ha sido segregado y arrinconado hacia el anonimato político y en el claustro de la indiferencia. En tanto en la acera de enfrente se ha hecho sobremanera complicado un alineamiento en torno a la unidad y el establecimiento de un plan político para lograr un cambio en el corto plazo. Con cada liderazgo opositor derrotado en 24 años de revolución bolivariana –Arias Cárdenas (2000), Pedro Carmona Estanga (2002), Carlos Ortega (2002), Enrique Mendoza (2004), Manuel Rosales (2006), Henrique Capriles (2012-2013), Juan Guaidó (2019) las piruetas del miedo, de la ira, del amor y del deber han rebotado en todas las intensidades de la emocionalidad como si obedecieran a una línea establecida, a un objetivo definido y precisado. Y allí se estancan incisivas, reiterativas y categóricas, mientras por el frente desfila el cadáver político del momento; en este momento el de la carroza mortuoria del gobierno interino con sus banderas del cese de la usurpación, del gobierno de la transición y de las elecciones libres.

Hay en este momento un ambiente electoral en Venezuela. Frente a eso el régimen rojo no tiene sobresaltos por candidatura, por plan, por recursos, por fechas, ni por campaña. Están definidos. Al otro lado hay indeterminaciones , vaguedades y un claro ambiente de incertidumbre amarrado a las nubes de muchas expectativas desde donde los grupos que hacen vanguardias a las candidaturas mantienen un encendido torneo de acusaciones e imputaciones de todo tipo. Todas relacionadas con supuestas vinculaciones con el régimen y con corrupción. Ninguna se salva de eso que acusan de «hacerle el juego a Maduro» al participar en las elecciones. Léase bien ¡Ninguna aspiración! Hay un todos contra todos en la arena opositora, una cayapa desde donde se esgrimen los garrotes del miedo a una candidatura contra las lanzas afiladas de la ira de quienes apoyan a otra, mientras que el amor que se siente por las siglas del partido priva por encima del deber de recuperar la democracia, la libertad y el Estado de Derecho, y este se eclipsa ante el oportunismo y las ambiciones de otros. Allí sobrevivirá hasta las elecciones una candidatura agonizante y lista para los santos óleos. Desde arriba, por un huequito como haciéndole seguimiento al diseño establecido, toda la nomenclatura roja rojita, cotufas en mano, asiste sin presión y distendida a presenciar la matanza política en ese coliseo romano a la venezolana cuyos daños les dará a partir de 2024 en unas elecciones libres y con garantías de observación internacional, seis años adicionales en el poder hasta el 2030. Mientras tanto la siguiente carroza fúnebre moviliza el cuerpo exánime del candidato unitario de la oposición con el cortejo compungido de un sector de la sociedad venezolana que aún no le consigue explicación de por qué si se es una mayoría cercana a 85%, una minoría del 15% se impone. Y entonces la inevitable analogía entre el David bíblico rojo rojito de la actual revolución bolivariana y el Goliat filisteo asentado en el liderazgo opositor y sus seguidores apasionados es siempre el librito explicativo a la mano. Que es lo mismo de reseñar la sobrevivencia política del régimen cubano durante 64 años frente a Estados Unidos, allí mismo a 90 millas de separación.

Esas exploraciones a punta del escalpelo político de Fidel Castro en la humanidad venezolana le han llegado a un calado insólito a la emocionalidad criolla; destinos como el miedo, terminales como la ira, paradas ocasionales en el amor e incursiones eventuales a través del cumplimiento del deber tienen sus propias válvulas internas en el venezolano, y desde el régimen en La Habana y su sucursal en Caracas han sabido apretarlas y aflojarlas a conveniencia. Y todo eso pasa por la firme subestimación al régimen y su poder de permanencia.


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