En una sociedad como la nuestra, mortificada por una revolución reaccionaria —valga el oxímoron o la contradictio in adiecto—, autoproclamada bonita, socialista y bolivariana, arropada ideológicamente con una colcha de retazos históricos, versión simplificada, ¡Oh, balazo!, del hermano Nectario María, y magnificada en tono declamatorio con ditirambos expoliados a Venezuela Heroica (Eduardo Blanco, 1883), para la cual el tiempo no transcurre o ha dejado de existir, la casualidad se impone a la necesidad, todo se posterga sine die y se nos va la vida esperando, ¿vanamente?, la caída del régimen por efectos de la gravedad o del providencial advenimiento de un ángel exterminador. Es pertinente insertar aquí la muy manoseada y repetida frase de George Santayana «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo». En sintonía, sospecho, con la sentencia del filósofo y ensayista hispano estadounidense, suelo comenzar mis singladuras por el mar de las divagaciones remitiéndome a una o varias efemérides. Hoy, 7 de marzo, no es excepción, pues en fecha semejante, hace exactamente 17 siglos (321 d. C.), Constantino I el grande instauró el domingo, «venerable día del sol», como séptimo de la semana, en sustitución del sábado judío. Además, el presente es jornada dedicada en el santoral a la veneración de Tomás de Aquino y a unos cuantos varones santificados a pesar de sus raras gracias: Revocato, Agatodoro, Eubulio, Capitón, Eterio y Sátiro de Milán, cuya santidad, conjeturo, no se relaciona con sus homónimos, los míticos seres itifálicos de caprinas orejas, patas y cola, acompañantes de Pan Y Dionisio.

Es domingo y culmina la primera semana de este mes equinoccial, cuya denominación deriva de Mārs, nombre latino del dios romano de la guerra. El pasado lunes, con ánimo acaso de rendir homenaje a la marcial deidad, el general en jefe Vladimir Padrino López, vicepresidente sectorial de soberanía política, seguridad y paz y, al parecer insustituible, ministro del poder popular para la defensa —no se debe malgastar capitulares en esa quincallería de títulos tan ornamentales como sus condecoraciones, pero buena para impresionar tarjetas de presentación—, amenazó a Colombia con llegar hasta no sabe dónde, alegando presuntas acciones bélicas de la «oligarquía» neogranadina (entrenamiento de mercenarios y planificación de magnicidios): ¡ojo con los  Idus Martiæ! Días antes, el jefe del ejército rojo y celador del arsenal bolivariano, en alusión a los intereses geopolíticos de Estados Unidos en el Esequibo, declaró con horrísona sintaxis: «Hay un claro y visible objetivo, intención de ‘balcanizar’, de desintegrar no solamente el Estado sino la integridad territorial de Venezuela y eso los estamos viendo con mucha claridad desde la fuerza armada nacional bolivariana y, por eso, representa un tema de seguridad». No es fácil de tragarse una enormidad como el intento de desmembrar el país en varias naciones (esta es la acepción de «balcanizar» asentada en el Diccionario de uso del español de María Moliner). Y si en Venezuela soplasen vientos cismáticos podrían originarse en el irrespeto a las autonomías estatales, imponiendo supragobernadores (protectores) en las entidades no controlados por la alianza PSUV-FANB. ¿Desintegrar la integridad?, ¡hágame usted el favor!

Con relación al delirio vocinglero y patriotero del inamovible secretario general en funciones del partido militar creado en 1999 para complacer al Sr. Chávez, mediante la aquiescencia constituyente, el actor y director Héctor Manrique tuiteó: «Amenaza con llegar a Bogotá si pisan Venezuela y no han podido llegar a la Cota 905, porque el Coqui los corre a plomo limpio». 

La destemplanza y falta de sentido de las proporciones del incombustible Padrino no empañaran, supongo, las pompas y circunstancias reservadas a lamentar el largo adiós del mesías de Sabaneta, como se acostumbra cada 5 de marzo, desde hace 7 años, con lacrimosos plañidos de cocodrilo y un irracional culto a su personalidad, perversa y mágico-religiosamente fomentado en registro proselitista. Si la pandemia y la epiléptica cuarentena madurista lo permiten, habrá sarao fúnebre en el cuartel de la montaña, donde oficial y presumiblemente descansa, ¿en paz?, y sobre su tumba, una rumba: ¡uh, ah, Chávez no se va! ¡uh, eh, Chávez se nos fue!

En torno a la viabilidad y factibilidad del festejo in memoriam, me limito simplemente a especular: no domino el arte de la adivinación, y cuando el show conmemorativo del hegemón y sus secuaces alcance su coral y orgásmico clímax, mis divagaciones estarán en la redacción de El Nacional. En todo caso, Nicolás Maduro aprovechará la calva pintada ocasión para reiterar sus vínculos afectivos con  quien de vez en cuando se le aparece transfigurado en pajarito encinto o ingrávida mariposa, y alguna vez se creyó reencarnación de Arquímedes y procuraba un punto de apoyo en La Habana, Trípoli, Teherán, Minsk, Harare y Managua, a objeto de mover la Tierra y, with a little help of his friends ―Fidel, Gadafi, Lukashenko, Mugabe y Ortega—, salvarla de la «voracidad del capitalismo salvaje», colocando el planeta en la órbita socialista del siglo XXI; o, probablemente abrumado por el peso de las sanciones en su contra —su cabeza, recordemos, fue tasada en 15 millones de machacantes verdes—, acorte el rollo evocativo y se desboque en ayes, quejándose de la ojeriza internacional respecto al origen fraudulento de su investidura y el cariz dictatorial de una administración centralizada, a despecho del artículo 4° de la carta magna vigente —«La República Bolivariana de Venezuela es un Estado Federal descentralizado en los términos consagrados en esta Constitución, y se rige por los principios de integridad territorial, cooperación, solidaridad, concurrencia y corresponsabilidad»—, opresiva, represiva, y militarizada al extremo. A lo mejor se va de bruces y anuncia medidas a no cumplir inherentes a la vacunación y el imposible retorno a la normalidad; imposible, porque después de la peste amarilla y parafraseando a Arthur Clark, el futuro no será como antes y, objetivamente hablando (o escribiendo), a los venezolanos nos confiscaron el presente, se nos negó de plano el porvenir, y fuimos retrotraídos a un pasado de sombras e ilusiones perdidas.

¿Tendrá el zarcillo tanto poder como aparenta o su fortaleza radica en la lealtad de Fuerte Tiuna, condicionada a desmesuradas prebendas, y en la astuta asesoría teledirigida desde el habanero Palacio de la Revolución, tal es la opinión de los analistas del fenómeno nicochavista? No es fácil responder a esta interrogante ni entender cómo, con una trayectoria vital sin ilustre, se las amañó para convertirse en mano derecha del comandante zurdo y cósmico —¿sobrará la «S»?— y, en consecuencia, su heredero universal. Podríamos zanjar la cuestión, atribuyendo a la suerte su irresistible asunción; y aunque la política no es un juego de azar, mucho ayuda estar en el lugar y el momento adecuados en caso de producirse un vacío de poder, cual aconteció cuando Hugo cantaba «El manisero», y nos echó el vainón de designar a su sucesor bajo los efectos de ahuevoneantes fármacos cubanos y de los persuasivos consejos del Dr. Fidel Castro Ruz. Este, con su ocurrencia de las misiones, lo había librado de la revocación. Prestar oídos a sus recomendaciones y hacer de sus deseos órdenes obedecidas a pies juntillas, devino naturalmente en práctica consuetudinaria del fenecido presidente y de su legatario —la ciudadanía perdió la cuenta de los viajes realizados por estos al pretendido edén caribeño y de las visitas a Caracas de altos e influyentes personeros de la dictadura antillana a fin de poner orden en la pea—: no es ficción la invasión consentida. No sé si he satisfecho la inquisitoria formulada al comenzar este largo párrafo de cierre. El asunto amerita quizá un especial de Nuestro insólito universo. También una rigurosa investigación de las andanzas de Nicolás en el tiempo transcurrido entre sus escarceos sindicalistas y la irrupción en la escena nacional de Hugo Chávez Frías. Llenar esa inmensa laguna ayudaría a comprender lo incomprensible. Si no, seguiremos sin poder explicarnos cómo un sujeto tildado de vago e irresponsable por David Vallenilla, quien fuese su jefe en el Metro de Caracas, saltó del asiento de metrobusero y analgatizó en la silla miraflorina. Vale la pena acometer la pesquisa y olvidarnos, por ahora, de un fortuito desplome de Maduro: conocer su pasado nos permitirá definir su destino y no precisamente en una mesa de negociaciones.

 

 


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