Por Ignacio Serrano

El primer recuerdo que atesora este cronista sobre el gran César Tovar es una barajita en la que se le podía ver con un uniforme azulado, con vivos rojos. Ya pertenecía a los Tigres de Aragua. De hecho, estaba en su primera temporada con ese equipo. Ha debido ser un escándalo en los alrededores de aquella LVBP.

Los bengalíes tenían varios rostros notables en aquel álbum. Estaba Teolindo Acosta, también Vitico Davalillo, Roberto Muñoz y, por supuesto, David Concepción.

Esa barajita de Tovar era maravillosa. El furibundo aficionado que estaba naciendo por ese entonces, ya con 10 años de edad, tenía a Concepción en el empíreo, escoltado por Tovar y Davalillo, aunque de los tres solo recordara haber visto jugar al Rey David, en aquellas Series Mundiales de la Gran Maquinaria Roja.

La segunda memoria del utility caraqueño que guarda este columnista es otra barajita. Esta era bicolor, roja y amarilla, y en ella vestía la camisa y la gorra de los Rangers de Texas.

Ni los Leones del Caracas ni los Mellizos de Minnesota. Aquel niño leía ávidamente diarios y revistas, sabía lo que Tovar había significado para esas dos escuadras, pero se había perdido del gusto de verlo.

Y vaya que Tovar tuvo peso en esas dos instituciones.

Todavía es común que alguien cite la extraordinaria dupla que formó con Davalillo en los melenudos. Entre 1959 y 1976 fueron compañeros en la organización capitalina, verdaderos símbolos de los melenudos. Por eso, el historiador Javier González dedicó este mes varias líneas a «Pepito», como le conocían también en el norte, apodo derivado del más criollo «Pepe Burra», que a su vez venía de «Pepa e’ burra», que supuestamente era como en verdad le conocían en el dugout del Universitario.

Las anécdotas de Tovar son tan legendarias como sus hazañas en el diamante.

Ha tenido que ser muy bueno. En los años sesenta y setenta era muy difícil ser hispanoamericano y grandeliga. Los criollos se contaban con los dedos de las manos. Y sin embargo, este pelotero de vértigo, correlón y pimentoso, fue jugador de todos los días con los gemelos, entre 1965 y 1972, a pesar de no tener posición en el terreno.

Olvidemos por un momento sus lideratos en hits, dobles, triples, su tope personal de 45 bases robadas, porque este es quizás el dato más fascinante en la carrera de Tovar: cinco veces recibió votos para el premio al Jugador Más Valioso, incluso conquistó en 1967 la única planilla que evitó la unanimidad del entonces triplecoronado Carl Yastrzemsnki, y jamás fue dueño de una esquina del infield o los jardines.

La página de los Mellizos de aquel 1967 en Baseball Reference es el más claro ejemplo de esa paradoja: cada una de las ocho posiciones defensivas tiene un nombre distinto al suyo. Aunque el nativo participó en esa justa nada menos que en 164 cotejos, récord absoluto para la Liga Americana, él aparece en el espacio dedicado a la reserva.

¿Cómo es posible eso, si disputó todos los 162 choques originalmente programados para Minnesota, y todavía 2 más?

Es que Tovar era un adelantado, un superutility, término que se acuñaría dos décadas después. En ese 1967 de marras estuvo 70 veces en tercera, 64 en el center, 36 en segunda, 10 en el left, 9 en el short y 6 en el right.

Esa fue la tónica de su carrera. Es sorprendente. Al terminar su trayecto arriba, sumaba 1.467 compromisos, pero en ningún lugar acumuló siquiera 500. Apartando la inicial, la receptoría y el montículo, que únicamente visitó cuando le hicieron el homenaje de rodarle por las 9 posiciones en el mismo duelo, en todos los otros rincones construyó un pequeño nicho.

No era un defensor particularmente brillante. Pero podía hacer un poco de todo con el guante y no había manera de dejarlo en la banca.

Es una enorme tristeza que haya muerto tan joven. Tovar tenía 54 años de nacido cuando falleció de golpe, en 1994. Es precisamente la edad que en agosto cumplirá el muchacho que con admiración le veía en sus barajitas.

Hoy debería tener 80. Debería acompañarnos, como nos acompañan Vitico, Ángel Bravo, Oswaldo Blanco o Luis Aparicio, sus compañeros de generación.

Este cronista lamenta tanto no haber llegado a tiempo para ver tan siquiera un juego de Aparicio o del Carrao Bracho. Colgaron los spikes justo antes de que el futuro columnista viera su primera transmisión de pelota, gracias a ese abuelo gallego que amaba tanto a Venezuela que también amó el beisbol.

Igualmente lamenta no haber visto a Tovar con el Caracas. Nuestros mayores son afortunados. Fueron testigos de la dupla más brillante que recuerden los libros de nuestra historia peloteril, emblemas de una época romántica que terminó para siempre.

Esta semana se cumplieron 26 años de su inesperado adiós. Pero la impronta de Tovar fue tan profunda, que resulta imposible de olvidar.


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