De la misma manera que el obispo de Coro, monseñor Roberto Lückert, le ofreció bendiciones a Donald Trump por “abrirles los ojos a los venezolanos”, muchos revolucionarios del país viven en una especie de trance religioso o posesión satánica, según como se observe, viendo la mano del gobierno de Estados Unidos en todas las esquinas.

Los gobiernos de Cuba y Venezuela viven en una letanía permanente de que la culpa de todos sus problemas políticos y económicos es producto de la política estadounidense en América Latina, y prácticamente no existe ningún reconocimiento a la responsabilidad propia en el desenvolvimiento de su destino como nación.

Semejante conducta ha sido señalada por otros observadores políticos como Andrés Oppenheimer, quien aludió a una obsesión latinoamericana por el pasado y muy poca preocupación por el futuro, tal como se observa en las diferentes Cumbres de las Américas de los últimos quince años, las cuales se han convertido en torneos verbales de discursos estadounidenses en los que los presidentes juegan a demostrar quién es más antiimperialista y radical, y se ha llegado al caso grotesco de patrocinar actividades paralelas (Cumbre de los Pueblos) para sabotearla, tal como ocurriese en la memorable Cumbre de Mar del Plata en Argentina, en la que Hugo Chávez y Néstor Kirchner se convirtieron, en su opinión, en los nuevos libertadores de América.

Comenzando por Cuba, poco o nada se informa de que el primer embargo contra dicho país fue uno de venta de armas contra la dictadura de Fulgencio Batista en marzo de 1958. Las sanciones estadounidenses se aplicaron en plena época revolucionaria, en octubre de 1960 y febrero de 1962, la que estableció el actual embargo que en el lenguaje político cubano se denomina como “el bloqueo”, de manera de darle más fuerza retórica en el discurso.

Ni el más fanático enemigo de la Revolución cubana o su más exaltado apologista puede negar el que sucedieran grandesAncla cambios sociales y económicos durante los años sesenta, setenta, ochenta y principios de los noventa, que ocurrieron muy a pesar de las sanciones estadounidenses.

La alfabetización, la construcción de un sistema educativo, sanitario y deportivo fueron hechos concretos que se demostraron en indicadores internacionalmente aceptados por la ONU y, que causaba cuestionamientos a las democracias pluralistas de América Latina, que tenían problemas para alcanzar estos logros sociales.

Esta situación se manifestó en dos hechos históricos trascendentales: el envío de  fuerzas militares expedicionarias en los setenta y ochenta desde Cuba hasta África para combatir en Etiopía, Eritrea, Mozambique y Angola, al tiempo que se derrotó a Suráfrica, la mayor potencia militar africana, y la victoria deportiva en los Juegos Panamericanos de La Habana en 1991 sobre Estados Unidos, lo que se consideraba impensable en su época para cualquier país latinoamericano. En ambos casos el bloqueo no afectaba el rendimiento de las instituciones militares y deportivas, amén de sus instituciones sanitarias, educativas y culturales que funcionaban adecuadamente, como señalaban los defensores de la revolución al compararla con los demás países de sistemas democráticos-pluralistas.

Entonces, vino la desaparición de la Unión Soviética y de los miles de millones de dólares en subsidios y regalos que mantenían la economía cubana en movimiento, y la aparición del verdadero problema, como es la falta de competitividad de la economía cubana en el ámbito agrícola e industrial en los mercados mundiales, por lo que quedó solo el sector turismo como una ventana de desarrollo económico, que no ha conseguido sino de 4 a 5 millones de visitantes anuales, cuando necesitaría alrededor de 50 millones de visitantes para sacar a dicho país de su crisis económica permanente. Esto es impensable sin el acceso al mercado estadounidense, especialmente si consideramos que en el fronterizo estado de Florida se llega a 90 millones de visitantes anuales entre turistas internos y foráneos.

Es aquí donde se cae el mito de la resistencia exitosa de décadas al bloqueo, debido a la capacidad institucional del gobierno de Cuba, y comienza el terrible Período Especial, de grandes sufrimientos y sacrificios, en el que todo lo malo es producto del embargo estadounidense y no de la incapacidad de poner productos o servicios a escala planetaria en el resto del mundo. Esta situación, prácticamente, se terminó con la llegada al poder de Hugo Chávez en 1999.

A partir de este momento, gracias al petróleo de Venezuela, se unen las dos historias políticas y económicas de ambos países con la adopción errada de las fracasadas políticas económicas de la revolución socialista, en la que se destaca la expropiación de 1.267 empresas privadas, desde empresas petroleras hasta estacionamientos; se le da al Estado la dirección única de los asuntos económicos y ahoga, así, toda iniciativa privada y prácticamente expulsa a todo inversionista foráneo que no fuera un actor estatal aliado del gobierno nacional como Bielorrusia, la Federación de Rusia, la República Popular China, la República Islámica de Irán y la República Socialista de Cuba.

Describir el boom petrolero de Hugo Chávez requiere de varios volúmenes para describir a las beneficiarios de este proceso a escala nacional e internacional, que van de la veintena de países latinoamericanos y caribeños que recibieron más de 50 mil millones de dólares por Petrocaribe, a los ciudadanos pobres de Boston, diferentes países africanos y asiáticos, y también empresas europeas afines al socialismo, pasando por millones de empleados públicos y centenares de miles de turistas internacionales que salieron de Venezuela a conocer el mundo, gracias a la venta del cupo, mientras que la deuda externa se cuadruplicaba al mismo tiempo.

Lamentablemente, para el gobierno nacional, y para desgracia de la sociedad venezolana, se acabó el boom petrolero y la corrupción desaforada en las empresas estatales logró lo que J. D. Rockefeller consideraba imposible, quebrar una empresa petrolera, siendo este el botón de muestra de que ha ocurrido también en centenares de empresas públicas y unidades de producción agrícolas e industriales a lo ancho de todo el país. Es obvio que los presidentes Bush, Obama y Trump no tenían injerencia en el nombramiento de los presidentes de estas instituciones, y la responsabilidad de estos desastres es exclusivamente endógena y autóctona, por lo menos hasta que el gobierno nacional denuncie que la CIA llenó el país de alcaldes, gobernadores y presidentes de institutos, fundaciones y empresas de producción social con la misión de destruir a la economía de Venezuela.

Comienza entonces la letanía del bloqueo, sanciones y el embargo estadounidense como la excusa a todos los problemas pasados, presentes y futuros y no se puede admitir que nuestra economía está lastrada por la corrupción, la ineficiencia y, en muchos casos concretos, por la incapacidad específica para ejercer cargos gerenciales y técnicos muy especializados de parte de muchos burócratas, que a paso de ensayo y error, juegan a ser empresarios con grandes costos humanos y materiales.

Todas las ventajas naturales de una economía basada en recursos naturales se pierden si no tiene la capacidad de extracción y exportación en forma eficiente a escala internacional, y si se pretende industrializar al país es necesario crear una serie de instituciones judiciales, administrativas, educativas, de servicios, que permitan un crecimiento económico y sostenible en el tiempo, con consenso social y una política de Estado que dure décadas, más allá de los cambios de gobierno.

De forma no tan sorprendente, el gobierno nacional va a insistir, igual que el gobierno de Cuba, en que todos los problemas se derivan del bloqueo y ya aparecieron los especialistas que calculan las pérdidas en centenares de millardos de dólares para explicar el desastre económico que trae la recesión desde 2014, como, por fin, admitió el Banco Central de Venezuela después de muchos años de esconder las estadísticas económicas oficiales del país.

No olvidemos que existe una diferencia fundamental entre los revolucionarios cubanos y los venezolanos, la cual se refleja no solo en la formación ideológica, sino también, en ciertos casos, en las cuentas bancarias foráneas y propiedades inmobiliarias y negocios en el mundo desarrollado. A veces se pregunta el autor de este artículo qué pasaría si el gobierno decidiera imitar a Vladimir Putin, quien prohibió la posesión de cuentas y bienes extranjeros a sus funcionarios en la Federación de Rusia.

Cierro este escrito suplicando por un llamado a la transparencia como única solución al problema de la corrupción, y a no seguir con la excusa del bloqueo, embargo o sanciones estadounidenses para tapar el fracaso de las políticas económicas del gobierno nacional.

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!