Este 18 de febrero se conmemoran setenta y ocho años del arresto de los hermanos Hans y Sophie Scholl, quienes fueron  posteriormente condenados a la muerte en la guillotina por un tribunal conducido por uno de los juristas del horror, quienes hicieron del derecho un espacio para la aplicación de una justicia sin virtud, retorcida y presta a satisfacer los fines de quien domina.

La resistencia pacífica y ciudadana de estos jóvenes universitarios, frente al poder total y aplastante de un régimen que se constituyó en el ejecutor de un atropello indecible sobre la dignidad y la escala moral de la humanidad, se convirtió en un verdadero monumento a la templanza, la valentía y la fortaleza como armas en contra del Estado Total.  Aquella Alemania cuna del pensamiento había cedido víctima de un cruel dictador, de un enajenado mental, un “loco moral”, usando la definición de la psicóloga clínica Santoro; sujetos sin control de los límites de sus acciones, quienes piensan que están por encima del bien y del mal y que además son capaces de cualquier tropelía para y por satisfacer sus más oscuros deseos. Así el Führer era el partido y el partido era el pueblo alemán, se gestaba entonces en medio del sopor colectivo, que suele acompañar a estos movimientos de coaptación total, la estocada final y fulminante en contra de todas las formas de libertad, el partido dominaba todo y su perverso ministro de comunicación, cuyo apellido es sinónimo de la mentira y el discurso avieso Joseph Goebbels, había logrado dominar a todo el sistema educativo, desde el  parvulario jardín de infancia, hasta la tecnificada, libre y humanista formación universitaria; la educación era así pues un mecanismo más de dominación.

Del control total, se pasa al estado de sospecha colectiva, el tirano y su poderoso aparato tienen la capacidad de escuchar absolutamente todo, en este ambiente tan hostil para el ejercicio humano de la libertad, un grupo de jóvenes, quienes lograron escindirse de las redes de las juventudes hitlerianas y advertir la absoluta falencia de contenido veritativo en los mensajes que buscaban adoctrinar y borrar la significación de la racionalidad, decidieron unirse en torno a un movimiento de denuncia. Afirmaban que el régimen todopoderoso no era una maquinaria efectiva de guerra, los horrores del frente y particularmente las bajas de Stalingrado, compelían a decir la verdad y parar la masacre, el movimiento «Rosa Blanca” en alemán “Weiße Rose”, nombre cuyo origen quedó sellado en la hoja homicida que decapitó a Hans y a Sophie, unos indican que proviene de un poema del siglo XIX del poeta Brentano, otros que es una versión del poema del cubano José Martí, “Siembro una Rosa Blanca“, o tal vez el nombre del movimiento venga de un libro escrito por Traven El tesoro de la Sierra Madre, pero en lo personal y siendo ahora espectador y víctima de la sociedad de la sospecha, me inclino  a pensar que el valiente Hans, enfrente  de sus captores de la Gestapo, optó por defender al librero antinazi,  Josef Söhngen, quien les facilitaba un lugar para sus reuniones, pues en este acto de complicidad se evidencia la presencia absoluta de la virtud de la templanza y la valentía, la cual como máxima supone no traicionar ni traicionarse.

Los Scholl, y todos los miembros de la “Rosa Blanca” son un ejemplo cabal y tangible de la lucha de las virtudes y la bondad, en contra de las formas desproporcionadas de la tiranía. La valentía de Sophie y Hans, los llevaron a constituir en la Universidad Ludwig Maximilian (LMU), un espacio para lograr hacer verdadera acción universitaria, la cual no es otra que cuestionar los discursos únicos, oponerse al pensamiento homogéneo y construir contradiscursos para la verdad y la libertad, ese es el fin de las universidades libres y autónomas: formar ciudadanos, con escala moral, para imponerse a la acción omnímoda de un estado total y criminal, cada panfleto producido en una imprenta manual, trayendo a reflexión que la imprenta fue una invención alemana del buen Gutenberg, y el medio a través del cual el relato heroico de los hermanos Scholl logró llegar indenme hasta nosotros, sirviendo además para que los aliados, lanzaren estos volantes sobre una Alemania reducida a la estupidez por la acción perversa de la mentira hecha propaganda, la obra siniestra goebbeliana, que había logrado hipnotizar a un país entero, que se abrazaba a las frenéticas arengas del tirano para proseguir en su “guerra total”.

Los hermanos Scholl, decidieron denunciar la mentira oficial, y hace setenta y ocho años, un empleado tarifado de mantenimiento de la LMU, denunció a la valiente y diminuta Sophie, quien desde la planta alta de esa prestigiosa Alma Mater, lanzó los volantes hacia el atrio de aquel edificio, sellando su destino en las hojas torcidas de la justicia horrorosa y dejando un legado de lucha, fortaleza y firmeza frente al opresor. Para Hans y Sophie, la Universidad era cuna de la verdad, crisol de la libertad y jamás instrumento de adoctrinamiento y menos de groseros himeneos con el opresor.

Habían entendido con apenas dos décadas de vida, lo que muchos jamás aprenden, la libertad, las virtudes y los principios no tienen precio, ni pueden ser anestesiados, los valores no son canjeables por cuotas de poder, por dadivas pecuniarias o por patentes para la corruptela, son las virtudes los pilares de la sociedad y si estos se corrompen la sociedad se derrumba. Los hermanos Scholl y su valentía son una dosis eterna que inocula valor y honestidad, por ende en estos oscuros años de persecución, en estos años mustios de la moral líquida y la sociedad de la sospecha, la valentía de los hermanos Scholl, nos compele con la libertad y sus formas, con la justicia, con la prudencia, en tanto o más esta sea distinta a la entropía e improvisación en el ejercicio de la vida, y por supuesto con la valentía, esa dosis necesaria de fortaleza que nos lleva a imponernos contra el mal y la expansión total del Estado y sus maneras groseras y antinaturales.

Hans y Sophie no murieron en vano, por el contrario, se enfrentaron a la sociedad de cómplices y al aparato homicida del Estado hitleriano, la valentía de estos dos jóvenes es un monumento pétreo al empeño grosero de quien impone la maldad como política de Estado, una rosa blanca en contra del horror, es la lección que le ha permitido a Alemania exorcizar sus demonios, educar para no repetir a Auschwitz, educar para deshitlerizar a la sociedad, reconociendo como falsa, inoficiosa e incompatible con la acción humana toda ideología que promueva el odio como mecanismo de solución de los problemas sociales. La hoja cayó sobre esos cuellos, pero jamás calló sus bocas irredentas, sus plumas llenas de verdad y la imprenta que hacía usable a la verdad.

 


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