Barinas
EFE

El resonante triunfo electoral recientemente obtenido por las fuerzas democráticas venezolanas, en la repetición de las elecciones en el estado Barinas, ha terminado por consolidar la certeza de que la fórmula de voto y unión sí trae resultados favorables.

De esta manera, se cierra un ciclo histórico, en el cual asistimos con inquietud a la fragmentación de lo que ha debido ser una lucha unitaria en diversas regiones del país, durante las recién celebradas elecciones de gobernadores.

Una atomización que, sin duda, nos arrebató victorias que hubieran sido posibles; mientras en otros lugares sí se obtenían triunfos, marcados por el sentido común de seguir la única estrategia lógica en una situación similar.

La otra gran contradicción se pudo ver en el electorado. Mientras unos estaban movilizados para votar activamente, otros tantos defendían la abstención como una forma de protesta ante los atropellos y abusos de poder que se han hecho cotidianos en Venezuela.

Siempre insistimos en que nuestro único mecanismo para propiciar el cambio es el voto, y que, cuando este se materializa en avalancha, no hay manera de ignorarlo.

Fue lo que sucedió en Barinas el pasado noviembre. El mensaje de sus ciudadanos fue meridianamente claro; aunque se hizo lo imposible por minimizarlo y descalificarlo.

Pero esa salida masiva de los barineses a votar fue lo que marcó la diferencia, ya desde las primeras elecciones.

Y sucedió lo que muchos imaginábamos. La entidad llanera se mantuvo en vilo durante varias semanas. El conteo de votos se suspendió, alegando cualquier cantidad de absurdos vericuetos legales. Se sacó de juego al candidato que las proyecciones daban como ganador y se ordenó, finalmente, repetir dichos comicios. Todo sucedió en medio de una táctica abiertamente absurda, dictada por el desconcierto y las contradicciones.

Fue así como quienes estaban en contra de la voluntad del pueblo se metieron en un callejón sin salida.

Repetir comicios significaba que los ojos de Venezuela entera y de todo el mundo estarían sobre Barinas, que la gente saldría ahora a votar en mayor cantidad y con más razones. Y que las supuestas dudas sobre los resultados que se alegaron la primera vez, iban a ser sonoramente disipadas en la segunda ocasión.

Es así como Sergio Garrido ganó, al obtener 172.497 votos (55,36%) frente al otro candidato, que obtuvo 128.583 (41,27%).

Hoy celebramos un triunfo regional cargado de simbolismo, pues se trata nada menos que de la tierra donde nació el fallecido presidente Hugo Chávez, el mismo que alguna vez dijo que iba a gobernar hasta el “dos mil siempre”.

Y es que ese supuesto blindaje de aparente naturaleza sobrenatural, al cual apelaba el chavismo, se ha ido resquebrajando con los años a consecuencia de errores y abusos reiterados que han decepcionado, incluso, a muchos que presumían de ser sus partidarios hasta la muerte.

Pero si algo era un supuesto punto de honor era Barinas. Dentro del mito convenientemente maquillado para prolongar el poder, el estado llanero jamás daría la espalda a su hijo ni a su familia, con lo que pretendían perpetuar a una dinastía de características feudales en el corazón de la Venezuela del siglo XXI.

El tiempo pasa, las etapas se superan, el poder no es para siempre. Las fisuras también han demostrado que el bloque rojo no es tan monolítico como pretenden hacernos creer. Y para colmo, la gente se cansa.

Ni siquiera la presencia exagerada de fuerzas del orden público, desplegadas en el evento electoral con el fin de intimidar a los votantes, pudo tener efecto en el veredicto final de los ciudadanos.

La mejor noticia que traen los barineses para los nuevos tiempos de Venezuela, es que la fórmula de unión más voto masivo sí resulta. Que a ella le debemos los mejores resultados de las elecciones de noviembre y que a ella también se debe el haber alcanzado unos números que muchos consideraban imposibles en Barinas.

Una hazaña que seguiríamos considerando inalcanzable si nos hubiéramos dado por vencidos antes de intentarlo, lo cual es el objetivo de la narrativa oficialista, que pretende colonizar la mente y el corazón de los venezolanos con una derrota aprendida que es definitivamente una farsa.

Así de importante es lo sucedido, calificado por el historiador Elías Pino Iturrieta como “una patada histórica a la antirrepública y el desenfreno del personalismo”.

Un viejo dicho asegura que si las vacas hablaran entre sí, no existirían los mataderos. Valga la metáfora para asegurar que si los ciudadanos estamos comunicados y conscientes, con una estrategia y se la exigimos a nuestros líderes en el marco de un esfuerzo unitario, podemos aprovechar con el voto la brecha que se ha abierto hoy. Una oportunidad que ya no es un sueño, sino un hecho.

 


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