El ego y el poder son una vaina muy arrecha. No dejan pensar, obnubilan a cualquiera, y más si se tienen inclinaciones autoritarias. Es el caso de Evo Morales, hasta el domingo presidente de Bolivia, quien se empeñó en quedarse atornillado en la silla presidencial pese a que los bolivianos le habían gritado: ¡Ya basta! Convocó a un referéndum en febrero de 2016 para preguntarles sobre su postulación al cuarto período de gobierno y salió raspado. Le dijeron en su cara que no lo querían.

Pero su ego y sus ansias de seguir mandando en el pequeño país suramericano lo llevaron a ignorar la advertencia que entonces le hizo el pueblo y se postuló para las elecciones presidenciales del pasado 20 de octubre, en las que recurrió al fraude electoral para torcer la voluntad de los bolivianos. No tenía los votos y pretendió imponerse con trampa. La gente se cansó, no se lo caló más y se fue a las calles hasta conseguir la restitución democrática en el país. No hubo golpe de Estado, hubo una lucha por la defensa de los derechos civiles y políticos de la mayoría.

Sin ánimos de comparar el proceso histórico que se escribe en Bolivia con el venezolano, algunas lecciones claras nos deja: ¿cuándo entenderán nuestros gobernantes que todos tienen fecha de vencimiento? ¿Cuándo entenderán que las reelecciones indefinidas solo traen hastío entre la gente y alto grado de corrupción por parte de la esfera de poder? ¿Cuándo entenderán los militares que deben defender, por encima de todo, la Constitución, las leyes y la voluntad de la mayoría? Y sobre todo, ¿cuándo entenderemos, los políticos y los ciudadanos, que para comprobarse un fraude electoral y detonar cualquier cambio político primero se debe participar en el proceso?

No me cansaré de insistir en que si hay una participación masiva, candidato único, unidad electoral, presencia en todas las mesas de votación y observación internacional, ganamos; y si hay fraude, tendremos las pruebas para demostrarlo. Muchos alegarán en contra de esto las elecciones de 2013, o la de los diputados de Amazonas y la de Andrés Velásquez. A favor pudiera poner sobre la mesa los resultados de las parlamentarias de 2015, que son las que mantienen el apoyo internacional, y las del Zulia de 2017. Sin embargo, no es momento de seguir mirando atrás para anclarnos en los reclamos. Si miramos por el retrovisor, que sea para aprender de los errores y seguir adelante. Cada quien que haga su mea culpa. Lo cierto es que a pesar de todo y de todos, hoy el mundo está pendiente de Venezuela y debemos aprovecharlo. Las trácalas del oficialismo ya no pasan inadvertidas. Los países ya no se hacen la vista gorda con nuestro caso.

Bolivia lo logró y hoy celebra su victoria política. Hoy es el epicentro de la alegría del continente y ejemplo para el resto de los países en los que persisten gobiernos autoritarios y enquistados en el poder. Bolivia se liberó de 14 años de gobierno encabezado por Evo Morales, el líder cocalero que todo este tiempo ha bailado pegado con los personajes del eje de izquierda, como Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Lula en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, la Kirchner en Argentina y los Castro en Cuba.

Pero esta historia apenas comienza. Queda mucho camino por recorrer. Ojalá los líderes que tendrán la responsabilidad de llevar la transición en Bolivia a puerto seguro actúen con cabeza fría, sin egos, alejados de las pasiones y venganzas para tomar las decisiones correctas. Un paso en falso les puede costar el regreso de Evo. En Venezuela lo sabemos muy bien. Aquí ya lo vivimos.

@gladyssocorro


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