Sobre el abstencionismo apático, el pasado 8 de octubre, Sophia Moskalenko escribió un artículo en la revista digital Psychology Today. El artículo, relacionado con las elecciones norteamericanas, se tituló «¿Cuánto debemos confiar en las encuestas electorales de 2020?». Moskalenko es Ph.D en psicología en la Universidad de Pennsylvania y se especializa en terrorismo y radicalización.

Explicó Moskalenko que, en ese entonces a menos de un mes de las elecciones presidenciales, los resultados de las encuestas se multiplican y aparecen a diario: The Economist, FiveThirtyEight, Rasmussen, Fox News, CNN, Quinnipiac, NBC News, y la lista sigue y sigue.

Hace veinte años, para recopilar datos, los encuestadores, especialmente capacitados para tal finalidad, tenían que comunicarse con los encuestados a través de un teléfono fijo. En ese entonces, las encuestas eran caras y tomaban mucho tiempo y esfuerzo.

Hoy en día, las encuestas por Internet son más baratas, rápidas y logísticamente más simples. De hecho, hay más encuestas disponibles para el público en general. Más aún, un votante promedio tiene los resultados de las encuestas disponibles en la palma de su mano, en cualquier momento, todo el tiempo y circunstancia.

Sin embargo, lo que no todos saben es que es muy probable que este conocimiento que tienen los potenciales votantes al alcance de un respiro, influya en su comportamiento el día D, es decir, el día de la elección.

Como todos ya harto sabemos, en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, las encuestas mostraban que Hillary Clinton mantenía una cómoda ventaja sobre Donald Trump. Solo 12 días antes de las elecciones, los principales medios de comunicación informaron que Clinton lideraba una encuesta nacional con una enorme ventaja de 14%. Con base en estos resultados, los expertos predijeron una victoria fácil de Clinton. Sin embargo, el 8 de noviembre de 2016, Clinton recibió 48% del voto popular, perdiendo el colegio electoral ante Trump.

En la opinión de Moskalenko, hay varias explicaciones para la notable diferencia entre las encuestas de ese entonces y el resultado de las elecciones de ese entonces. Uno es el efecto del anuncio del FBI, 11 días antes de las elecciones, de que estaban reabriendo su investigación sobre los correos electrónicos de Clinton. Un anuncio, a todas luces, con sus giros para interpretación pero no en éste artículo.

Ahora bien, Moskalenko afirma que hay otra explicación: las mismas encuestas podrían haber influido en el electorado, al alentar la pereza social entre los partidarios de Clinton.

Entonces amigos lectores, ¿qué es pereza social?

En 1913, un ingeniero agrícola francés, Max Ringelmann, notó que la gente trabajaba menos en grupos que solos. Sus experimentos apoyaron su corazonada. Cuando las personas estaban solas, dirigían todo su esfuerzo en tirar de la cuerda. Sin embargo y cuando estaban en un grupo, las personas se esforzaban menos. Y cuanto más grande era el grupo, menos esfuerzo aportaba cada individuo.

Esta tendencia a aflojar esfuerzo cuando se trabaja como parte de un grupo se llama pereza social. Las personas se sienten menos motivadas cuando comparten la responsabilidad del producto final con otros.

La pereza social ocurre con diferentes tareas, no solo con tirar de la cuerda. Por ejemplo, cuando se les pide que animen y aplaudan, los participantes producen menos ruido cuando creen que son parte de un grupo que aplaude que cuando lo hacen solos. La pereza social también ocurre fuera de los laboratorios de los psicólogos: en el lugar de trabajo, en la educación superior y en las donaciones caritativas.

Los factores que alimentan y aumentan la pereza social incluyen el anonimato, la baja responsabilidad personal por el resultado y la baja recompensa personal por el resultado. Todos estos factores están en juego en la votación: una actividad anónima con poca responsabilidad personal y poca recompensa personal. Por tales razones, no resulta sorprendente que la pereza social pueda afectar la conducta de voto.

Apunta Moskalenko que la pereza social también aumenta cuando las personas se enteran de cuánto han contribuido ya los demás al objetivo común.

La ventaja de dos dígitos de Clinton en las encuestas, dos semanas antes de las elecciones de 2016 y los expertos casi anunciando su victoria, probablemente crearon las condiciones perfectas para la germinación de la pereza social entre sus partidarios. ¿Por qué esforzarse cuando la meta ya está cerca? Este pensamiento podría haber llevado a muchos a quedarse en casa el día de las elecciones en lugar de votar.

Con Internet y las redes sociales haciendo que las encuestas estén más disponibles, la posibilidad de que las mismas influyan en el comportamiento de la votación es especialmente probable. Y cuando un candidato parece liderar por un margen cómodo es cuando los datos de las encuestas pueden dañar más las posibilidades de que tal candidato sea elegido.

Según lo reportó Jonathan Landrum el pasado viernes 23 de octubre, en el portal de Associated Press, el segundo y último debate presidencial entre el presidente Donald Trump y Joe Biden fue visto por 63 millones de espectadores (versus 73,1 millones en el primer debate) y las cifras contabilizadas por Nielsen entre 15 cadenas de televisión que lo transmitieron, arrojaron que Fox News obtuvo la mayor cantidad de espectadores en comparación con otras redes con 14,7 millones. Fox superó a ABC y NBC, que tuvieron a más de 10 millones de espectadores, mientras que CNN tuvo 7,2 millones, MSNBC tuvo 6,7 millones y CBS tuvo 5,5 millones.

Del párrafo anterior se extraen dos conclusiones. Una es el segundo debate fue visto por un 14% menos de espectadores; la otra es que Fox News obtuvo dos veces más espectadores que CNN. Consideren ahora que Fox es pro Trump y CNN no lo es. Considere también que tal porcentaje menor de televidentes podría ser un indicador (leading indicator) de abstencionismo apático. Ahora considere que el pronóstico de una revista británica seria como The Economist arroja una ventaja de +8,6% para Biden en el día de la elección.

A todo lo anterior habría que sumarle el efecto Streisand derivado de los hechos acaecidos el pasado 14 de octubre cuando Facebook y Twitter decidieron censurar la difusión de un artículo del New York Post que reveló detalles de un asunto que intentó comprometer la imagen del candidato demócrata, Joe Biden. A última hora se añaden los sucesos de Philadelphia.

Ya estamos casi sobre el momento decisivo: a nada de verificar si estos dos efectos, el efecto Streisand y el efecto pereza social, impactan o no en la re-elección de Donald Trump.


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