Piénselo muy bien, casi ningún día, ninguno de nosotros marchamos a dormir sin haber visto en los medios o en las redes por lo menos un par de asesinatos o muertes de cualquier tipo. En algunos habrán sido ficcionadas en una serie, un comic, u otro tipo de contenido producido con la finalidad de “entretener”, pero también podrá ser un cadáver real en un noticiero o en una imagen en las redes. Una audiencia bien formada puede en estos casos distinguir la realidad de la ficción, pero dudosamente un niño pueda entenderlo.

Mucho se ha estudiado sobre la correlación entre la exposición a la violencia en los contenidos audiovisuales y en el potencial comportamiento violento de los individuos. Varias corrientes discuten sobre este tema con posiciones distantes. Se dice que la violencia exhibida por los medios se calca de la misma manera en la audiencias que la consume. En el caso de los niños, se habla de niños invisibles, esos que no gritan no se hacen sentir pero que se forman cargados de violencia

Lo cierto es que la violencia es un ingrediente habitual y exitoso cuando se trata de vender contenidos audiovisuales. La asociación norteamericana National Coalition on Television Violence indica que a los 8 años de edad, un niño ha visto 15.000 homicidios en TV, por su parte la Asociación Española de Telespectadores y Radioyentes aporta indicando que cada semana se ven 70 homicidios, 420 tiroteos, 8 suicidios y 30 torturas en televisión.

Jesús Martín Ramírez (2007), catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, analiza en su libro Televisión y violencia, el modelamiento e imitación de conductas violentas inducidas por el contenido de los medios audiovisuales, Ramírez desarrolla la tesis de la desensibilización emocional y los efectos desinhibidores que acaban considerando la  violencia como algo cotidiano, normal y tolerable por la sociedad, donde el sujeto se siente con derecho a responder de modo amenazante y agresivo para resolver situaciones problemáticas. El autor también sostiene la tesis del aprendizaje observacional ya que “quienes observan escenas violentas suelen aprender nuevos modos de comportarse violentamente, hasta entonces desconocidos por ellos”.

Aunque sigue en pie la controversia sobre la interpretación de los datos, dada la dificultad de medir con exactitud el nivel de agresividad inducida por lo medios, la mayoría de los trabajos apuntan a que los chicos que se comportan más agresivamente son los que, tomados en su conjunto, ven más televisión o redes, y prefieren las escenas violentas. Este tema también debe ser analizado lastimosamente desde conductas suicidas en la juventud. Un estudio conducido por Paula J. Clayton, MD, University of Minnesota School of Medicine, indica que anualmente fallecen en todo el planeta casi 800 000 personas como consecuencia de un suicidio, y que el suicidio fue la la segunda causa de muerte entre las personas de 10 a 34 años.

Estar en capacidad de abordar la tecnología con facilidad no es sinónimo de madurez tecnológica. La doctora Rosa Elcarte (2021), representante de Unicef lo expresa de manera muy clara. Ella enfatiza que los niños y niñas no son expertos digitales por defecto. “El hecho de que hayan nacido rodeados de tecnología no significa que sepan cómo defenderse ante los riesgos que pueden ocurrir en Internet”.

Existe en consecuencia un nuevo tipo de marginalidad, y ella es la tecnológica. Es distinta a la social o económica que profesaba Paulo Freire, pero que al igual que aquella, produce una exclusión del individuo en nuestra nueva sociedad, que ya no es industrial. Esa marginación puede venir expresada por la incapacidad de entender y relacionarse a través de la tecnología con los pares sociales, pero también se expresa en los individuos  que no son capaces de entender los impactos mediáticos quedando entonces a merced de cualquier intento de manipulación mediática.

 


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