Por Erica Muñoz 

En la adversidad conviene muchas veces tomar un camino atrevido

Séneca

El auge en la tecnología ya estaba presente en la educación antes del impulso que le otorgaron los eventos del covid-19 y el aislamiento mundial que visibilizó la vulnerabilidad de los sistemas educativos. La educación sufrió un importante revés, en varias aristas, las insuficiencias en la tecnología como dotación, infraestructura, capacitación, brecha digital, alfabetización, tanto pública como privada. Las autoridades en educación, debido al colapso mundial y al cierre de las escuelas, transfirieron sus responsabilidades a las familias e incluso en un gesto deshumanizante dejaron que cada escuela, director, maestros y profesores con sus distintas realidades dieran respuestas a una situación compleja que amenazaba la vida.

Esta emergencia globalizada cristalizó lo que venía ocurriendo ante una serie de elementos tecnológicos que en el mejor de los casos presentaba vacíos legales e institucionales sobre su utilización, porque en general los sistemas educativos en la región ya adolecían de acceso a Internet, equipos o computadoras, plataformas, infraestructura, contenidos digitales, actualización del educador. Los entes reguladores de la enseñanza como la Unesco precisaban para Latinoamérica una mayor inversión de recursos económicos, humanos y políticos para lograr una equidad y alejarse de la brecha tecnológica.

La tecnología digital comenzó a desarrollarse realizando todo tipo de cambios, en especial en la forma de comunicarnos y desplegó una serie de herramientas, nuevos términos y códigos para crear también un nuevo lenguaje. La utilización de términos tales como: «chatear», «wasap», «tuit», «selfi» y «guglear» constituyen un nuevo vocabulario que evoca un cambio cultural, gracias al factor  que genera la era digital. Un ejemplo lo tenemos en la palabra “digital” que se adopta en este contexto tecnológico dándole un nuevo significado a su definición original.

En 1846 ingresa al diccionario de la academia esta palabra “digital” como nombre de planta cuyas flores eran de forma dedal y sesenta años después en 1914, pasó a significar también lo relativo con los dedos. El salto o mutación se realizó al vincularla con la tecnología y usarla para referirse a los equipos con base en los dígitos, donde algunos historiadores fijan su comienzo en el año 2007, cuando Steve Jobs presentó el primer teléfono móvil inteligente.

Hoy lo digital se atribuye al uso masivo de dispositivos digitales y de allí nace la generación de los llamados nativos digitales que se infiere con una mente configurada para entender el mundo digital, donde los teléfonos móviles, las tabletas y otros aparatos portátiles nos permiten llevar la comunicación más allá de lo hablado cara a cara.

¿Qué lugar ocupa la educación en esta realidad tecnológica que imprime en el educador su carácter lingüístico-social?

La educación como proceso complejo se asimila al contexto sociocultural, por lo que no escapa a esta realidad tecnológica. El educador en este contexto identifica y selecciona las herramientas tecnológicas para el aprendizaje, lo que lo induce a la digitalización, adaptación y creación de contenidos, modelos de evaluación y metodologías. Su apropiación en Latinoamérica sin buscar el “dataísmo” requiere de profundizar en derechos digitales, regulación de Internet, huellas digitales, identidad digital o ciudadanía digital del educador. La “identidad” está en la “mente” decía Castells (1998), porque considera que todo lo que se hace se alimenta de la identidad, tanto en el plano personal como en el plano colectivo donde ciertos atributos culturales se resaltan para construir el sentido y de esta forma, la identidad.

Por tanto, la identidad digital también tiene ciertos atributos porque reúne toda la información sobre una persona en la red. Esta identidad digital en el docente es esencial en esta realidad tecnológica, pero también lo es protegerla, por lo cual es importante ser conscientes de cómo gestionarla. La ciberseguridad es un concepto que emerge del plano tecnológico para evitar una mala gestión de su identidad digital que pueda ocasionar phishing o fraude informático que consiste en suplantar la identidad de una persona, el groomin referido sobre cuando un adulto se hace pasar por un menor de edad para obtener información o el ciberbullying, que implica el acoso cibernético que afecta de múltiples formas a las víctimas. Un uso responsable de las redes sociales implica no interactuar con desconocidos, no compartir imágenes comprometidas y, en definitiva, no crear una personalidad virtual ficticia de lo que somos en realidad.

La ciudadanía digital en este mismo orden de ideas es un concepto propio del entorno tecnológico que se alberga en un espacio público conocido como el Internet. Implica deberes y derechos. Estas responsabilidades del entorno digital conjugan el vivir en un mundo que contempla lo real y lo virtual. La complejidad de este concepto es propia del momento histórico, se vincula al educador, como otros de los retos para la función docente, que requieren una actitud reflexiva, crítica y consciente de los nuevos derechos que emergen de las diversas esferas del acontecer social-tecnológico.

Referencias

Castells, M. (1998). La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Madrid

Diccionario de la real lengua española. https://dle.rae.es/digital

 


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