No necesariamente el mal gobierno, el amor ciego por las ideas muertas, los anuncios necios o la megalomanía de un presidente significarán el surgimiento de una alternativa de poder en Colombia en el mediano plazo. Hay países, tristemente, en los que la clase política ha defraudado de tal manera que no hay espacio para la sensatez.

Países en los que el concepto de buen gobierno se hundió en el descrédito, cuando no en el fango de las frustraciones. Muchas veces se conjuga con históricos odios y resentimientos que alinean radicalismos irreconciliables.

Así que no importa que un presidente como Petro amenace con arruinar la economía desde cuando presentó un programa de gobierno socialistoide, con promesas de acabar el desempleo por decreto, la minería a cielo abierto y los yacimientos no convencionales. Eso a pesar de que el sector aporta más del 48 por ciento de las raquíticas exportaciones nacionales y de que fue precisamente el derrame de la bonanza minero-energética sobre la economía bogotana la que camufló su infortunada gestión cuando fue alcalde de la ciudad.

No importa que diga que Estados Unidos está arruinando a todas las economías latinoamericanas, que respalde exóticas conjeturas de decrecimiento económico o soslaye los avances científicos para anteponer un plan global de desconexión inmediata de los hidrocarburos, como hizo en Egipto.

Habría que preguntarse, ¿a quién parece importarle que su autobiografía, Una vida, muchas vidas, trasluzca un posible rasgo de personalidad caótica al estar plagada de engaños? ¿A quién parece importarle que su discurso radical de transición energética no tenga un plan concreto y menos conexión con su propuesta de 2018 de instalar paneles solares en todas las casas de la Costa Caribe? Una región que sufre por los incrementos vertiginosos de las tarifas de energía.

¿A quién parece importarle el afán del presidente Petro de erigirse como líder latinoamericano con una agenda volátil y difusa? Con propuestas tan promiscuas que incluyen despenalización de las drogas, cambio de deuda externa por protección de la selva amazónica, una red de energía eléctrica latinoamericana con energías limpias, derechos humanos en Nicaragua o reintegración de Venezuela al Sistema Interamericano, aunque haciéndose el de la vista gorda con la violación de derechos humanos. Si bien era menester el restablecimiento de relaciones con el vecino, ello no implicaba otorgarle el «premio» a Maduro de convertirse en su relacionista público.

De tal manera que están dadas las condiciones para una larga vida o ampliación del poder del partido o los sectores duros de la coalición de gobierno, aunque prime la confusión, una gestión económica desventurada o empeore la seguridad o bienestar.

Las razones son innumerables. Van desde la ausencia de liderazgos en la oposición, su fragmentación y débil articulación de un discurso alterno. A ello se suma la gran fatiga que dejaron gobiernos pasados, los impactos que pudiera traer una eventual condena al expresidente Uribe, quien todavía ostenta una posición preeminente en la derecha, y hasta, paradójicamente, el margen de maniobra fiscal del gobierno de continuar los altos precios del petróleo y del carbón.

Además, habría que agregar los errores pueriles de sectores opositores que, no contentos con precoces marchas, a las cuales les falta juventud, ahora hacen un impertinente y pésimamente estructurado pedido de renuncia al presidente Petro.

Pero no son los únicos. El gobierno también podrá halar políticamente de unos gaseosos diálogos regionales, que le permiten articular sectores progubernamentales; de unas negociaciones de «paz total» que distraerán al país por un buen tiempo, del gasto a manos llenas en subsidios y, si hiciera falta, hasta de la confrontación callejera y la agitación del enemigo interno.

Así que por muy orwelliano que parezca el presidente Petro, por mucha desazón económica e incertidumbre que pueda causar, es bastante probable que el gobierno y sus partidos más afines amplíen los espacios de poder en lo sucesivo.

Todo porque simple y sencillamente el desprestigio del buen gobierno y de la confianza no es gratuito, se paga con los intereses superiores del populismo.

@johnmario


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