Gustavo Petro viajó a España después de dejar a su país encendido con el discurso más populista pronunciado durante su gestión con ocasión del Dia de los Trabajadores. En éste llamó al país a una “revolución”, lo que para él no es otra cosa que abrazar su propuesta de reformas y su modelo de país.

Referirse en Colombia a “revolución” no es sin sesgo. Sobre la necesidad de revolución han arengado durante cinco décadas los grupos terroristas alzados en armas y ha sido el lema clave del régimen chavista que opera más allá del Arauca. Los resultados de los dos lados de la frontera están a la vista de la humanidad entera. Una de dos: o el presidente juega con fuego sin que haya necesidad de ello, o puede ser que Petro haya resuelto mostrar su verdadero talante. En todo caso, lo que Colombia necesita es todo menos ser incendiada con un llamado a revolución.

Pensándolo bien, la intemperancia del exguerrillero pudiera tener asidero en el hecho que el hombre requiere imperiosamente mostrar ejecutorias exitosas tempranas para mantener o incrementar su apego popular, lo que no es malo, y por otra parte, para poder exhibir de cara a la comunidad internacional un modelo llamativo y un rumbo positivo más allá de sus arengas atrabiliarias en favor del cambio climático. Ese fue el preámbulo, pues, de su visita a la madre patria

En España, donde podía haber contado con un ambiente a su favor dada la alta carga también populista de su par, Pedro Sánchez, no pudo generar las simpatías que le hacen falta. Inició su visita después de meter el dedo en el ojo a todos los españoles, cualquiera que sea su inclinación, con lo que se considera en la madre patria una bellaquería: calificar de “yugo español” a la presencia ibérica en nuestras tierras anterior a la independencia. Un medio de comunicación muy serio se refirió a este hecho como “relato hegemónico y caduco de los criollos libertadores”.  ¡Mal sabor les debe haber quedado a las más de 50 empresas españolas que hacen hoy vida activa en suelo colombiano!

En fin, el presidente cordobés, reñido por convicción con las formas de la diplomacia, perdió una oportunidad de oro en una visita que habría podido sumar mucho a su favor por la gravitación que España tiene en los asuntos de la Unión Europea en lo atinente a sus relaciones con América Latina. Dentro de un ambiente como el que describo, al margen de la ovación de pie recibida de parte de tirios y troyanos en el Congreso español con ocasión de su visita, su autocomparación con el Quijote y su tono apocalíptico al referirse al cambio climático lo que provocó fueron gestos de incredulidad y algo de sorna.  Es cierto que firmó algunos compromisos de poca monta con el Ejecutivo español, pero estos en poco abonan el terreno de la interacción que es preciso fraguarle a Colombia con Europa entera.

La guinda de la torta fue de nuevo presentarse ante la prensa como el vocero del chavismo-madurismo. Ninguna necesidad tenía de asegurar a los medios que el gobierno de Trump pretendió usar a Colombia como punto de origen de una invasión en contra del régimen de Venezuela.

En síntesis, este viaje a España no le deja cosas buenas a los colombianos, pero si desnuda a su mandatario. Poca preparación es lo que se notó de parte de su cancillería o una rebeldía deliberada y hasta tremendismo de parte del jefe del Gobierno.

Cualquiera que estudie con seriedad la geopolítica mundial de hoy se percata de que los países de América Latina, por razones que no vienen al caso citar, no contamos ya para mucho en el desarrollo de los grandes asuntos que se dirimen en el planeta. Nuestro continente entero, excepción hecha quizá de México y Brasil, ha pasado a ser marginal en la escena global. Algo de pensamiento estratégico del lado de sus asesores debería haberle indicado al presidente colombiano que esta era la gran ocasión de solidarizar al socialismo español a la causa del Pacto Histórico.


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