Chávez emergió en la escena política venezolana una madrugada del 4 febrero de 1992 con un fallido alzamiento militar. Con ese antecedente histórico-político, con el devenir del tiempo, no sorprende que su gobierno haya sido cuestionado desde el comienzo por su falta de apego a las reglas de la democracia. Su voracidad por el poder y su desprecio por las opiniones disidentes lo convirtieron en un líder con fuertes rasgos autoritarios. Pero, el comandante eterno murió en 2013. Su delfín, Nicolás Maduro, heredó un gobierno que se viene cerrando cada vez más. Sin el carisma ni el liderazgo de su extinto jefe político ganó sus primeras elecciones presidenciales por una pequeña brecha, resultados muy cuestionados por la oposición, que denunció una larga lista de irregularidades ante el CNE y el mundo democrático.

Maduro años más tarde hizo todo lo posible por torcer las reglas de juego político/electoral a su favor, no tuvo forma de evitar una segura derrota en los comicios parlamentarios de diciembre de 2015. En uno de sus últimos gestos democráticos, reconoció la victoria de sus adversarios. Sin embargo, no soportó que la oposición controlara con una mayoría calificada la Asamblea Nacional. Su ofensiva para terminar con la democracia en Venezuela comenzó en marzo de 2016, con decisiones puntuales de control político por parte del Tribunal Supremo de Justicia.

El chavismo, como todo gobierno autoritario, desprecia intencionalmente la justicia, y toma una antipostura ante la lógica. Para que haya una democracia plena tiene que haber también legitimidad de ejercicio, que significa gobernar con ciertos límites, respetando la diversidad de opiniones o criterios que existen normalmente en toda sociedad.

Evidentemente, a los presidentes con tendencias autoritarias no les gusta el sistema de división de poderes y la existencia de otros poderes independientes. Como estrategia, Maduro para avanzar en su ajedrez político cuenta con la ANC, todo un traje a la medida para legitimar lo inconstitucional. Además, activa sigilosamente amenazas políticas, estas germinan en un tipo de violencias visibles e invisibles, algunas prácticas difíciles de ver a simple vista, ya que son las propias estructuras psíquicas de las personas las que las hacen frágiles. Nuestro análisis se puede explicar desde un enfoque psicosocial, la sociedad venezolana, indudablemente, percibe, interpreta y reacciona ante la amenaza política de diversas formas inducidas por el régimen para frenar su proceso irreversible en su decadencia política/electoral.

Ahora bien, lo que no razona o no quiere razonar Maduro es que lo grave está en que la mayoría de los venezolanos tiene serias dudas de sus cotidianas narrativas. En nuestros estudios de opinión publica se revela que 79,3% de los venezolanos culpa directamente a Nicolás como responsable de la aguda crisis que transita el país. Ante tanta escasez e ineficiencia, la gente muchas veces sale a la calle, no obstante, protestar en Venezuela hoy día es considerado traición a la patria, la histórica consigna gubernamental aún mantiene una vigencia en su práctica: “No importa que se pase hambre, lo importante es mantener la revolución cueste lo que cueste”. La amenaza, la violencia y el miedo gravitan sobre la conciencia y la conducta de todos los venezolanos. El gobierno del comandante Chávez y Maduro trasfiguró la vida normal de la gente, modificó los modos existenciales de los venezolanos, poniendo a la mayoría en niveles vulnerables. Hablamos de una pobreza del 90%.

En nuestro país, el régimen es supra, amenaza, por encima del derecho y de las leyes, siempre apuntalado en la violencia estratégica. La agresión al adversario ya es práctica gubernamental común: los vejámenes a los dirigentes políticos detenidos en varios estados del país por protestar contra Maduro, la tortura psicológica hacia los presos políticos, las diversas violaciones de los derechos humanos, las continuas amenazas al pueblo por “infidelidad” hacia el socialismo del siglo XXI, la negación -juegos del hambre- de los CLAP a los que no apoyan el proyecto revolucionario, el carnet y los bonos de la patria, son todos un verdadero chantaje, articulado a un férreo control social.

Nicolás perdió la calle, la popularidad. De acuerdo con nuestros números está en 17,1%, se perdió la magia revolucionaria que los atornilló durante 21 años en el poder central; emergió el desamor hacia un proyecto político que ilusionó, pero no concretó los sueños de los que aspiraban un mejor país. Es casi imposible llegar al final de una gestión con una opinión nacional en contra que representa más de 80%. El tiempo se le agotó al socialismo del siglo XXI, la revolución bolivariana sufre un desgaste sistemático, solo queda el delirio de mantener una revolución a la fuerza.

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