Todd Field es un director de cuidado. Elige siempre temas que se tutean con el lado opaco de la existencia y los embiste de lleno, golpeando al espectador con situaciones o personajes  extremos ubicados en situaciones de también extrema vulnerabilidad, a partir de las cuales, un lento proceso de reconstrucción se opera. En 2001, su primera entrega era En la habitación sobre un cuento breve, deslumbrante, del escritor Andre Dubus sobre un matrimonio ya adulto que tiene que enfrentarse al asesinato de su único hijo, el duelo y la posibilidad de venganza. Más inquietante (y con más personajes) era en 2006 Little children, un drama que se enfrentaba a la disolución del matrimonio, la adicción a la pornografía y la pedofilia entre otros dramas en una microcomunidad suburbana. Las dos entregas tenían en común el drama íntimo, de toques escabrosos cuando no directamente repelentes que se desarrollaban en comunidades cerradas, que a su manera, exacerbaban ese drama. En ambas Field se revelaba como un director audaz que sabía enhebrar libretos potentes con una sutileza expresiva que contrastaba con el rechazo que algunas situaciones generaban.

Su tercera entrega, Tar, plantea desde el inicio algunas diferencias radicales con sus predecesoras. El escenario ya no es la comunidad suburbana en la que se cocían tramas mayores de personajes desconocidos para el mundo. El mundo de Tar es el del espectáculo en dos ciudades Berlín y Nueva York, vividas a través de una afamada directora de orquesta en el pináculo de su fama. Es un drama de gente famosa,  que se desplaza en aviones privados en un mundo de glamour y dinero conducido por algo sublime y etéreo: la música. Hay una larga, introducción en forma de reportaje en vivo que presenta a Tar, una triunfadora decidida, confiada en sí misma, inmune a la derrota que de ahí salta a una clase magistral en Juilliard, donde la personalidad que conocimos toma otra faceta. No necesariamente humilla a su público, estudiantes que probablemente querrán ser como ella. Pero los observa desde su atalaya, con la impunidad de la fama. Y ante ellos no tiene barreras, se confiesa, independiente, sabihonda, lesbiana, suficiente y dispuesta a decirle unas cuantas verdades crudas a su audiencia aunque no la entiendan o no quieran entenderla. De ahí, viaja a Berlín a encontrarse con su esposa y su hija. Es en este punto en el cual la película realmente comienza. Hasta entonces, descubrimos, el director (también libretista) solo se ha tomado el tiempo para presentar al personaje central y el esbozo de lo que son sus personajes laterales, que seguirán, por supuesto, siendo laterales. Porque la columna vertebral (por algo el film se llama como la protagonista) es la directora en un mundo que gira en torno a ella  y seguirá girando si no fuera por pequeños, mínimos detalles que empiezan a horadar ese mundo. Al principio son detalles cotidianos que no hacen más que reforzar la imagen que tenemos de Tar. Su intervención anónima para proteger a su hija de un bullying humillante y repetitivo. Pero luego surgen detalles perturbadores. Una relación con su asistente en la cual un aura de rechazo y necesidad puede percibirse sin poder del todo precisarse. Y alusiones a un viaje por el Ucayali y una relación incierta con una colaboradora que pronto desaparecerá. A partir de ese momento Tar es la historia de un derrumbe, a la vez íntimo pero también, público. Porque en toda esta minuciosa construcción que Field ha hecho del personaje, lo ha hilvanado en torno a un elemento de quiebre, a la vez íntimo y público. Tar se debe a su imagen, a la fama que ha cultivado con minucia abonándola con su amor por la música y su profesión. Esta arista pública de su persona es más que la forma en la cual su público la ve. Es la forma en la cual ella es en el mundo y el prisma bajo el cual ella maneja sus relaciones con los demás. Inevitablemente una relación de poder en la cual ella es el amo, la detentadora de la fama y el dinero y el tren de vida que va con ella. Cuando ese mundo cruje, descubre la fragilidad de esa fama, que dependía en buena medida, no de su talento, sino del reconocimiento que otros factores de poder establecían con él. No es necesario revelar los detalles del descenso, la caída más bien al escarnio y la pérdida de su dignidad. Es una de las mejores interpretaciones de Blanchett y una película que reconfirma la maestría de Todd Field en la construcción de seres frágiles, a golpes con su entorno y desafíos que jamás imaginaron. Un filme impecable, que vale sus dos horas cuarenta.

TAR. USA.2023. Director Todd Field. Con Cate Blanchett, Nina Hoss, Noemi Merlant, Mark Strong.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!