La guerra que terminaría con todas las guerras dejó muchas más grietas en el tejido de la estructura internacional de principios del siglo XX, que aquellas que traía de finales del siglo XIX y que se abrieron dramáticamente en Sarajevo cuando Francisco Fernando de Austria, heredero de la corona austrohúngara, fue asesinado por el separatista Gavrilo Princip. La historia contemporánea de la humanidad podría leerse fácilmente si se observa al conflicto como una variable independiente en la vida de las naciones. En efecto, no es raro ver en las investigaciones históricas que, tanto en la modernidad como en los tiempos contemporáneos, la guerra interna e internacional y el conflicto en sus diversas manifestaciones representan el colofón de los libros de historia. El lugar merecido de las bellas artes, música, literatura, entre muchas, ha sido eclipsado, y ha permanecido a la sombra de las grandes tragedias bélicas que ha vivido la humanidad en los últimos 200 años.

El comportamiento de los líderes y de parte de sus sociedades, en el contexto de satisfacer intereses nacionales, ha sido una de las variables conducentes a la paz o al conflicto. De hecho, como lo advierte el reconocido historiador británico Anthony Beevor, las causas, diferencias y crisis que desencadenaron las dos primeras guerras mundiales del siglo XX, fueron las mismas. Esta observación del fenómeno posibilita la comprensión de las variables condicionantes que dieron por concluido ambos conflictos, por una parte, la Gran Guerra de Europa finaliza jurídicamente a través del Tratado de Versalles que significó una extensión de la guerra por medios políticos y financieros y, por la otra, los Tratados de París¹ que desarrollarán las bases de un Nuevo Orden Mundial con un precio muy alto para la futura estabilidad del sistema. Ciertamente, el daño causado por los Estados agresores y sus líderes ameritaba producir un castigo ejemplarizante para que nunca más ocurriera. En tal sentido, junto con los tratados de paz y de los juicios que siguieron al finiquito de las hostilidades en Europa y Asia, los vencidos fueron llevados de rodillas a concluir dichos pactos y aceptar las condiciones de los vencedores. Es un lugar común reflexionar, que todo conflicto concluye con la hegemonía de los vencedores sobre los vencidos, pero, sin lugar a dudas no cierra las grietas que causan la agresión.

Si se observa el panorama mundial, previo al inicio de las hostilidades en 1914, la anarquía internacional que existía no representaba mayor peligro para el sistema internacional colonial, por el limitado poder de destrucción que poseían los Estados-nacionales, del siglo XIX. De hecho, los daños ocasionados sobre la población civil en la Gran Guerra de Europa, con la cifra de 6,6 millones de fallecidos, casi iguala a la de los militares con un saldo de 8 millones. Considerable para que los plenipotenciarios tomaran la decisión de buscarle solución al tema de la guerra entre las naciones de Europa por medio de sanciones y no a partir de identificar las raíces pretéritas del conflicto [Stevenson, 2013]. De tal manera que las diferencias que iban creciendo dentro de las agendas de las potencias coloniales del siglo XIX fueron las mismas que llevaron al campo de batalla, con una tecnología que superaba las expectativas y, mayor capacidad de fuego y destrucción. De hecho, el tanque, el submarino, la ametralladora y el avión fueron innovaciones que se enfrentaron en la tierra, en el aire y en los océanos, causando muchas bajas.

Los ejércitos coloniales se enfrentarían desde el Asia hasta el Caribe por el logro de la hegemonía militar, haciendo global un conflicto que, al inicio, estaba focalizado en Europa. Cuando un conflicto se inicia, detenerlo implica un potente ejercicio del arte de la negociación.

La inocencia que llevaron las tropas a los campos de batalla en 1914 muestra el impacto de la tecnología en la vida de una sociedad decimonónica para quienes la guerra era una epopeya romántica y finita, con reglas de combate. Una pieza cinematográfica que da cuenta de tal ingenuidad lo muestra la película Caballo de Guerra en la cual la caballería británica, símbolo del poderío imperial, queda masacrada frente a la ametralladora alemana. De tal manera que la sociedad europea ponderó el peligro que representaban las nuevas armas de guerra, por lo cual, siendo el armamento un símbolo del poderío de los Estados, el desarme suponía su claudicación.

Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos, casi al final de la Gran Guerra, el 8 de enero de 1918, hace un llamado a las potencias centrales para que depusieran las armas y buscaran negociaciones de paz, eficientes y duraderas mediante el establecimiento de una organización internacional que hiciera posible la solución pacífica de las controversias. Ese discurso dado en la conferencia de París fue conocido como los 14 puntos de Wilson y representan junto a E H. Carr [ver “La crisis de los 20 años”]² elementos fundacionales del idealismo político, uno de los paradigmas de las relaciones internacionales nacientes como disciplina académica que, junto al realismo político de Morgenthau, completan el primero de los 5 grandes debates de las relaciones internacionales [Ver Robert O. Keohane, Hans Morgenthau, Kennan y Waltz, Kenneth]. Debe recordarse que la guerra como continuación de la política exterior de los Estados, estuvo justificada por el Derecho Internacional decimonónico y, las nuevas publicaciones de principios del siglo XX.[Véase Julio Diena, Charles Rousseau, entre muchos], pero que luego del pacto de Versalles y los Tratados de Briang-Kellogs, se prohibió y sancionó. Este es un tema escabroso para los publicistas en Derecho Internacional Público toda vez que, aunque la guerra está prohibida, no ha podido ser suprimida como fenómeno internacional, dejando una secuela de impunidades sepultadas por la realpolitik.

El mundo había entendido que la guerra no solo separaba a los hombres en la posibilidad del intercambio de manufacturas, el desarrollo de un comercio internacional sostenido, gracias a los adelantos tecnológicos, sino que era expresión de atraso, destrucción y muerte. Era necesario detener el conflicto como fenómeno de la realidad internacional, por lo cual el desarme del vencido respondía moralmente a esa necesidad que, además, era aceptada y reconocida por las partes. Sin embargo, el tiempo demostraría que desarmar al vencido sin argumentos y, con el uso del poder, no resolvía el problema. Estados Unidos de América surge al final de la Gran Guerra como el líder, del denominado unilateralmente, “mundo libre” estableciendo desde entonces espacios geopolíticos de influencia que intentará dominar en buena parte del siglo XX, permitiendo que, en retrospectiva, se logre identificar la gran hipocresía realista, en el desarrollo de una política exterior beligerante y de dominación, hacia América Latina y el Caribe [Ver Marcano, 2020].

Cada guerra concluyó con una sanción y unos juicios que pretendían ser un ejemplo para las demás naciones del mundo. Sin embargo, siguiendo la tesis de Beevor, [Ver Segunda Guerra Mundial, 2017], las grietas que quedaron tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, que fueron causa común de un mismo conflicto, no se subsanaron luego de los Juicios de Núremberg ni de Tokio (1946-1948), son marcas que están aún latiendo en el tejido de la sociedad internacional. En tal sentido, debe observarse que al final de la guerra europea del 1914 al 1918, se crea una Organización Internacional inspirada en el espíritu de las ideas de Wilson [Liga o Sociedad de las Naciones] pero no se solucionan las profundas diferencias que llevarán a los Estados a los campos de batalla el primero de septiembre de 1939. Son causas más profundas que se manifestarán de diferente manera durante los años siguientes.

Así como las guerras mundiales del siglo XX dejaron secuelas que hemos denominado grietas, como expresión de una ruptura del tejido en el sistema internacional, la Guerra Fría y sus guerras domésticas e internacionales, los procesos de contención y de distensión dentro del equilibrio de poder, marcarán una agenda sangrienta en Asia, América Central, Medio Oriente, en donde se fueron abriendo nuevas grietas inclusive, dejando severas cicatrices en el tejido de la sociedad internacional. El estallido de la paz con la reunificación alemana en 1990, produjo fracturas profundas que hoy amenazan la paz del sistema internacional. En efecto, los conflictos en los Balcanes, guerra de Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Serbia y Croacia, serán un testimonio de cómo una vieja grieta, puede producir una fractura peligrosa en Europa.

A mediado de los noventa, las Naciones Unidas, frente a los genocidios en la ex Yugoslavia y las guerras civiles de Ruanda y Sierra Leona, dan a entender que la justicia sin la fuerza de las armas es lenta e insegura, y nuevamente el desarme se coloca en la agenda internacional como panacea.

El 11 de septiembre de 2001, el mundo abre los ojos en un nuevo siglo de turbulencia y conflicto con grietas viejas y cicatrices nuevas. El legado de todo el siglo XX fue crear las condiciones necesarias con estructuras internacionales y disposiciones jurídicas que hicieran del sistema internacional, un espacio de seguridad y paz, que nunca pudo concretarse. El resultado fue la construcción de un mundo con armas más sofisticadas y destructivas y con instituciones mucho más débiles e instrumentos internacionales con poca fuerza para detener la agenda mundial del conflicto. Sumado a ello y con una notable diferencia, aquellos líderes que a principios de siglo XX se preocupaban por el logro de un sistema estable con la debida delimitación de sus intereses, nuestros líderes actuales, parecieran tener como objetivo de sus agendas políticas, la acumulación de poder y dominación, tal vez confiando en un sistema que ha probado su debilidad frente a contingencias inesperadas.

¿Cómo comprender un mundo mucho más peligroso por la pluridiversidad de armas de destrucción masiva y sin esos instrumentos que puedan desarmarlos a todos? Nadie puede saber lo que va a ocurrir en la nueva agenda bélica que se desarrolla en Europa. La guerra ruso-ucraniana parece estar delimitada territorialmente, sin embargo, al alargarse, se hacen visibles grietas viejas y poco manejables y, nuevas cicatrices que dicen de la construcción de bloques de autodefensa, como otrora lo fueron la triple alianza, la triple entente, los aliados o el eje en sus diferentes tiempos históricos.

El tema es de gran complejidad y requiere una observación académica que invada las políticas públicas de las naciones, se investigue la raíz de los conflictos, para aportar hojas de ruta que los decisores puedan usar para alcanzar seguridad y paz. El desarme de los vencidos no parece una opción actual, sino una política global de desarmarse antes que el estallido de un conflicto de proporciones inimaginables ponga en peligro el destino de la humanidad. El nivel de peligro al que ha llegado la humanidad por el tipo de armas que están en los arsenales de los Estados dice que el epílogo de una nueva guerra, es que dejará naciones derrotadas y pocos seres humanos, en un lento y doloroso, proceso de extinción.

Por más que se llenen folios, que se publiquen tratados y se firmen pactos internacionales, pareciera que la necesidad de seguridad y poder se enfrentan al ánimo de bienestar, paz y esperanza. ¿Podrá el mundo encontrar una solución de desarme que satisfaga a las partes en el conflicto ruso-ucraniano antes que Vladimir Putin cumpla su amenaza de usar armas nucleares? La respuesta es tan compleja como la solución. La ONU tiene en las manos un problema mucho más peligroso que la pandemia del covid-19 que no supo abordar con una política global. Para comprender el mundo de hoy debemos empezar por analizar cómo hacer para desarmar a quienes aún no han iniciado el conflicto y entender que el uso de armas ni soluciona los conflictos, ni son el camino para la paz que todos los seres humanos en este dañado planeta anhelamos. Esperemos que, en 100 años, algunos investigadores puedan leer estas opiniones y decir que estábamos equivocados, de lo contrario no habrá quien pueda contestar que fuimos advertidos.


  1. Después de un turbulento proceso de negociaciones, iniciado en Potsdam y en posteriores reuniones entre los Aliados y las potencias del Eje, en 1946 se organizó la Conferencia de Paz en París, a la cual asistieron los veintiún países que efectivamente lucharon contra la Alemania nazi y sus aliados: Gran Bretaña, Rusia, Estados Unidos, Francia, China, Bélgica, Grecia, Noruega, Países Bajos, Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia, Australia, Canadá, India, Nueva Zelanda, Unión Surafricana, Brasil, Etiopía y las repúblicas soviéticas que fueron reconocidas individualmente.
  2. La crisis de los veinte años es un libro sobre relaciones internacionales escrito por E. H. Carr durante la década de 1930, terminado poco antes de la Segunda Guerra Mundial y publicado en su primera edición en septiembre de 1939. El análisis de Carr se inicia con el optimismo de posguerra luego de la Primera Guerra Mundial, incorporado a las declaraciones de la Sociedad de Naciones y a los tratados internacionales animados por el espíritu de prevención de nuevos conflictos militares.

 


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