En este año se ha hecho difícil escribir cosas bonitas, no porque no ocurran, ¡suceden y son muchas!, pero un alto porcentaje de personas, no sabemos por qué extraña razón, tienen la tendencia de buscar en las redes sociales y en los medios informativos lo malo, lo trágico, lo trivial, lo superficial, lo amarillista.

Innegable es que vivimos en tiempo real todo lo que acontece en el mundo y eso puede ser peligroso para nuestra salud mental. Sin embargo, la decisión sobre el uso de la tecnología y el tipo de información que buscamos y recibimos, es nuestra.

Las noticias malas las conocemos al detalle. Ahora las vemos en el instante en el que ocurren. Esa inmediatez de lo trágico produce miedo. Nadie niega que el año 2020 ha sido duro: de encierro, desconcierto, pérdidas humanas, sucesos inesperados, escándalos y fenómenos naturales tan extraños, que nos han demostrado que cualquier cosa puede ser posible pero, y en esto no se hace énfasis, también hemos aprendido que no somos tan vulnerables, que estamos luchando para sobrevivir y que a pesar de nuestras carencias, podemos ser solidarios. Lo más importante es que, quizás, estamos valorando y sintiendo amor por la parte sencilla, bonita y dulce de la vida, la que resplandece sobre los tragos tristes y amargos que hemos tenido que saborear.

Es irónico, pero cuando las cosas van mal, muchos critican a quienes comparten una foto llena de sonrisas, un comentario o un video feliz, como si no existiera el derecho de tener ese sentimiento. Otros, cada vez en número mayor y sin piedad, insultan por la misma razón. Se recrimina a quien trata de hacer sonreír a los que están tristes. Al parecer no entienden que la risa es un escape que permite drenar el dolor y que, según las circunstancias, ayuda a pensar, a enfrentar y a tener fuerzas para resolver situaciones difíciles.

Hemos presenciado crucifixiones a través de las redes sociales. Grupos organizados, cual ejércitos desalmados, muchos bajo anonimato, actúan detrás del teclado como jueces, jurados y verdugos, preparados para atacar con municiones de odio y ofensas, a objeto de destruir al “insensible” que intenta hacer feliz a otros, y es que, al parecer, en una época mala como esta, debemos programarnos únicamente para sufrir y hacernos daño.

¿Por qué? ¿Por qué destruir un instante de felicidad? ¿Por qué condenar y condenarnos a dejar de reír?, no me refiero a burlarnos de la tragedia, si ese fuere el caso tendrían razón de estar en contra, ya que la burla al débil o al desvalido es repudiable y transgrede e irrespeta al amor.

Hace tiempo, muchos deben recordarlo, en uno de esos años en el que los venezolanos salíamos a marchar a la calle con una bandera de sueños y un escudo de esperanzas, durante uno de los tantos intentos que hicimos por recuperar la libertad de Venezuela, Laureano Márquez, admirado y querido comediante y politólogo venezolano, decidió buscar algo de paz y al encontrarla quiso compartirla. Así que publicó en las redes una foto en la que, desde la ventana de su casa, contemplaba el cerro Ávila mientras tomaba una taza de café. ¡El ataque fue descomunal! Los insultos feroces e injustos hirieron su alma noble y altruista.

Tenemos derecho a ser felices aunque el mundo se esté cayendo, aunque todos los males estén atacando a la humanidad, porque de allí tomaremos oxígeno para tener fuerzas y alimentar la esperanza que llevamos dentro. Tenemos derecho a reír y hacer reír a otros. Tenemos derecho a prepararnos una buena comida y a brindar por la vida sin remordimientos. Tenemos derecho a dar ánimo a los más golpeados.

Debemos aceptar que la felicidad son instantes, ¡vamos a aferrarnos a eso! Enviemos videos tiernos y aleccionadores, mandemos canciones con letras hermosas y compartamos conciertos. Digamos cosas bonitas por el celular y a través de la laptop. Un chiste bueno también lo sabremos agradecer al igual que algún Tik Tok o meme divertido. Intentemos ser felices y compartir esa dicha y no se trata de esconder la cabeza bajo la tierra como injustamente dicen que hace el avestruz cuando tiene problemas.

Les explico, el avestruz no es cobarde. No esconde su cabeza bajo la tierra por miedo ni para huir de las cosas malas. Ese noble animal de largo cuello y grandes patas, inclina su cabeza para hacer un hueco bajo la tierra y colocar en él sus huevos, permanece horas cuidándolos y luego se turna con su pareja.

No nos saturemos con noticias malas y tristes, dejemos de hacernos daño y hagamos como el avestruz, vamos a proteger a los seres que amamos sin importar lo que piensen los demás.

John Locke, filósofo y médico inglés, dijo: “Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”. Tomemos estas palabras en cuenta. No permitamos que nadie, ni las circunstancias, nos arrebaten el derecho  de ser felices.

@jortegac15

 


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