Había una vez que nos quedamos sin WhatsApp, sin Facebook, sin Instagram, mejor conocidos como guasá, feisbu e ístagra. A la gente le dio así como de todo: estupor, angustia, impotencia, crisis existencial, incertidumbre ante el regreso a la barbarie comunicacional, ganas de llorar y deseos incontenibles por comer chocolate. Claro, hay otros a quienes no les dio nada.

Confieso que mi primera reacción fue de total desconcierto, seguida de la gran curiosidad que me caracteriza. Yo TENÍA que saber qué era lo que estaba pasando antes de que cayera la noche; nunca me he podido dormir llena de interrogantes. Para mi sorpresa -y en medio de mi ignorancia- Twitter sí estaba funcionando. Misterio.  Tal y como me enseñaron, escribí #WhatsApp y supe que la aplicación de mensajería instantánea no es que se había caído, más bien se había desbarrancado en el ámbito mundial. “¡Una pelusa de ceiba”!, exclamé.

Entonces reparé en algo que parecía un foro, un Twitter Live en ese servicio de microblogueo. Hoy sé que se llama “Espacios”. Juraíto por este puño de caracteres -280 caracteres para ser precisa- que voy a seguir a @TwitterSpaces y voy a aprender esta nueva manera de conversar.

Resulta que había un “Espacio” en donde se estaba discutiendo lo que sucedía con Wasap. Más de cinco horas y la gente allí, finita. Ávida de información me metí pensando: “¡Bienvenida la tecnología y las noticias al rompe, Carola!”.

Y fue mucho lo que escuché.

—¡Señores, ¿qué está pasando?! ¡En Maracaibo nos estamos volviendo locos! ¡Es como si se nos hubiera perdido un hijo!

—Ustedes me van a perdonar… y no los quiero alarmar… aquí hay algo que no nos están diciendo… recuerden que DonalTrún perdió las elecciones por culpa de feisbu… Aquí en Mayami manejamos los hechos…

—¡¡¡Eso fue un ciberataque a la plataforma!!!

—Una iguana sideral.

—Buenas tardes amigos, los saludo desde Guasipati, desde el restaurán “Tumorronái”, hogar de la sapoara frita y del sancocho de pavón. En realidad aquí no usamos  guasá, pero yo quería solidarizarme con todos los compatriotas en esta hora aciaga y convidarlos muy cordialmente a acercarse hasta acá para degustar nuestras especialidades en el más puro ambiente familiar. Pargos abstenerse.

—¡Holiiis! ¡Amigüiiis! ¡Estoy en Ecuador! ¡¿Alguien me dice cómo puedo comunicarme con mi mamá allá en Boconoíto?! Es que ella sufre de la tensión y no quiero que le dé un infarto.

—Épale. Aquí estoy con mi niña, Fabiola Hyreiní del Valle. Esta mañana me dijo: “Papi, ¿y si tú le pides a la gente que te mande un tuit con un gif de muñequitos para mí, porque es mi cumpleaños?”.

Y la gente hablaba y se encadenaba y se deleitaba oyéndose a sí misma. ¿Y la caída de WhatsApp?… Mijo, por allá fumea. Entonces a mí me dieron unas ganas locas de participar y de encadenarme yo también. Ya mis palabras me resonaban armónicamente en mis oídos de Mipersona (Míper):

—Mi nombre es Carolina Espada desde Caracas. Estoy en plena obra benéfica con la promoción de la lectura dramatizada de Casas muertas de Miguel Otero Silva… ¡sin wasap y no sé qué hacer! Aprovecho para pedirles que colaboren con los niñitos hospitalizados en el J. M. de los Ríos. Toda la platica que se recoja con esta lectura es para ellos. Imagínense que el costo mínimo de la entrada es de un dólar (o su equivalente en bolívares). Eso se deposita directamente en la cuentas de la ONG www.preparafamilia.org  que se encarga de asistir y acompañar a estos niños y adolescentes, y a sus familias de tan escasos recursos. A lo mejor ustedes me conocen por mi telenovela Mi Gorda Bella o por mi libro La telenovela en Venezuela”, pues les cuento que ahora hice la adaptación de Casas muertas para un grupo de excelsos actores aficionados, que han logrado conmover al público más exigente en cada una de sus presentaciones. ¡Pero no solo adapté! ¡También dirigí! ¡Ando sin frenos! Y yo les pregunto: ¿en qué lugar del mundo se puede asistir a un espectáculo recreativo, cultural y benéfico por tan poco dinero? ¡Ah, y es que la lectura permanece en el canal de Youtube durante 48 horas. A partir de las 5:00 de la tarde del sábado, 48 horas. Así es como nos han visto en todo el mundo. Cero rollo con la diferencia horaria. Y como Twitter sí funciona, escriban #CasasMuertas. Allí verán una cosa que se llama flyer  (flayer) y a lo que yo le digo: “volante”. Ahí están los números de las cuentas y todo es muy fácil. Uno: ustedes depositan. Dos: hacen una captura de pantalla (que algunos insisten en llamar “cápchur”). Tres: envían esa captura al email [email protected] y más nadita. Desde allá les van a mandar su enlace para que vean la lectura. ¿No es una maravilla? Ah, y nuestro ambiente familiar sí acepta a personas de todos los colores y credos y preferencias a la hora de a quien amar.

Pero entonces le dieron la palabra a uno un tanto destemplado.

—¡Si no tenemos guasá es por la sangre de Cristo derramada! ¡La furia de Dios Todopoderoso es el Señor! ¡Esto es el Apocalipsis! ¡La torre de Babel se desmorona! ¡Nos traga el Mar Rojo! ¡Ardemos en las llamas heladas del infierno! ¡El COVID no es otra cosa que la peor de las plagas de Egipto! ¡Impíos, temblad!

Y yo pensé: “Auxilio”. Y también: “WTF” (guatdefoc).

Y entonces se oyó la voz de uno ahí muy educado que sí sabía; habló de servidores, protocolos, direcciones IP, dispositivos que enrutan (así dijo), páginas web, actualizaciones y -de importancia capital- los dene.ese que como que fue lo que se echó a perder.

Quise pedir que me ejemplificaran los dene.ese esos, pero ya no había más tiempo para explicar el enigma de la caída del WhatApp y por qué no nos estábamos entendiendo.

Dene.ese. OMG (omaigot).

@carolinaespada

 


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