Y a falta de héroes y de gestas admirables, la barbarie chavista intenta imponerlas a troche y moche, sin dejo de vergüenza ni desparpajo, y desde luego, con cargo al erario. Así desangra al país, destruye lo que queda. Basta ver el estado en que se encuentra la estatal petrolera, la compra y venta de sueños y conciencias con el llamado “carnet de la patria”, la corrupción galopante e indetenible y un rosario largo de infortunios que hoy acogotan el alma del venezolano.

El delito no se celebra. Pactar con el hampa y convalidar asonadas golpistas implica cohonestar su comisión, exculpando al desquiciado “comandante eterno” y a sus conmilitones.

No puede olvidarse que los mismos que insurgieron contra el gobierno democrático de 1992, dizque para superar la corrupción, la falla en los servicios públicos, y con una carga de nacionalismo-bolivariano a rabiar, hoy –todavía– y luego de una macabra pesadilla de más de veintidós años, no hallan qué hacer para justificar tanta ineficiencia, incapacidad e incompetencia para resolver la grave crisis por ellos generada.

Por el contrario, se han visto incrementados por la incapacidad e improvisación oficiales, al punto que siguen haciendo honor a lo que el difunto dijo: “No tengan miedo a equivocarse, estamos ensayando”.

Para dicha nuestra, Carlos Andrés Pérez descabezó las dos intentonas militares, y aunque algunos filibusteros le soplaban desconocer las instituciones, aceptó ser enjuiciado. Réquiem por el presidente CAP, defenestrado injustamente del poder por un gentío, hasta los tuétanos metido en la jugada.

El 8 de noviembre de 1992, el malo José Vicente Rangel denunció la malversación de 250 millones de bolívares de la partida secreta del Ministerio del Interior. El fiscal general, entonces Ramón Escovar Salom, inició el antejuicio de mérito y el 20 de mayo de 1993; la extinta Corte Suprema de Justicia, comprometida hasta las vísceras en esa jugarreta, lo declaró con lugar.

Sometido al amañado juicio, CAP aceptó la sentencia de una Corte –insisto– comprometida hasta los tuétanos en la conspiración, los designios de la misma Corte que después rechazó inhabilitar al golpista. Por cierto, “ingenua Corte” que le regaló al golpista la constituyente inconstitucional para que se cogiera el poder.

Imposible olvidar a aquella inefable exmagistrada y su peregrina tesis de la “supraconstitucionalidad”. Allí tienen, pues, cojan su “supraconstitucionalidad”.

Conviene describir todos los actos contra CAP desde el Caracazo su condena y el ascenso del golpista como conspiración. Contra el mediocre milico golpista no hubo indulto, no hubo juicio, no hubo condena, pues todos cargaron contra el presidente CAP. Todos.

Doña Blanquita Rodríguez de Pérez y su honorable familia salvaron sus vidas milagrosamente, pues los golpistas tiraron a matar. De allí que no haya nada que celebrar el 4F ni el 27N. Recordemos las intentonas golpistas de esos funestos días, siniestras fechas de intentonas golpistas, teñidas de sangre por manos asesinas.

Caldera II sobreseyó al golpista y su combo, quien nunca fue a juicio por no confiar en la justicia. De allí que no fuera sentenciado. El difunto golpista nunca fue indultado, pues nunca fue a juicio, ergo, nunca fue sentenciado. Caldera II lo sobreseyó.

No es como algunos dicen por ignorancia jurídica y de los hechos. Chávez y su combo golpista fueron sobreseídos, NO indultados.

Hugo Chávez y 200 de su grupete incurrieron en el delito de rebelión militar en el año 1992, cuando insurgieron en contra de CAP. En dos años Chávez y su séquito de golpistas, nunca fueron sentenciados, por lo que no podían ser indultados. Recibieron sobreseimiento. Caldera no podía inhabilitar al golpista Hugo Chávez y su combo, porque la Constitución de 1961 no lo permitía.

Mi papá liberó a Chávez, pero no lo hizo presidente. Ustedes votaron por él”, dijo Andrés Caldera Pietri. Y por su parte, Juan José Caldera: “Rafael Caldera nunca votó por Chávez ni le debía favores a sus padres”.

Al no estar sentenciado el golpista Chávez, ser sobreseído, y salir en libertad adquiere plenamente sus derechos políticos y ciudadanos. El sistema judicial de entonces ha debido juzgar a los golpistas e imponer la sanciones o penas correspondientes. Quizá nos hubieran ahorrado esta desgracia que no ha debido tener tiempo, modo ni lugar en ningún rincón del mundo.

Y aunque el difunto llegó al poder por la vía democrática, gozando de legitimidad de origen, no queda duda de que pronto incurrió en ilegitimidad en el ejercicio del mismo, y fue así como Chávez mal gobernó hasta el hartazgo, 14 años de un período de ingrata recordación, hoy continuado por esa cosa en cuyas “alas” lleva marcada la señal de la trampa y la usurpación.

El país sufrió el hartazgo catorceañero a merced de un ser despreciable; milico golpista que encarnó la suma de todos los defectos morales del venezolano; atropelló todo el ordenamiento jurídico venezolano y se burló de toda convención del derecho y encarceló arbitrariamente.

Nada que celebrar, siendo que un golpista aposentado en el poder, NO expropió, despojó de su propiedad a innúmeros ciudadanos honestos; insultó y nos escarneció en sus deleznables y obligadas cadenas nacionales de radio y TV.

El megalómano delirante –la redundancia valga-  enajenó nuestra soberanía nacional a los designios de la oprobiosa dictadura cubana, y ante la acción asesina del hampa y del malandraje mostró grosera complacencia.

Nada que celebrar, ¿o acaso merecen ser celebradas aquellas listas infames y excluyentes, cuya siniestra vigencia no pudo ser posible sin la aprobación de Chávez? Así las cosas, ¿Chávez vive? pues sí, en cada andanza del hampa, cada gota de sangre derramada, cada viudez y orfandad generada, en cada miseria humana.

La épica no se decreta ni el talento se habilita. ¡Nada que celebrar, el delito no se celebra!

 


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