La disputa entre “los abajo firmantes», «los contra abajo firmantes” y los partidarios de unos y de otros ha puesto de relieve, no sólo la gran división de la sociedad venezolana sino el fanatismo para defender o exponer ideas de cómo enfrentar el ominoso futuro que nos espera si no se decide con urgencia el mejor camino para enfrentar peores penurias que amenazan al país. En estos grupos conviven algunos dominados por esa descontrolada emoción que el filósofo George Santayana famosamente describió como «el redoble de un esfuerzo emocional cuando se ha olvidado el verdadero objetivo». Es el caso del “fanático sincero”, conocido en el mundo anglosajón como “true believer”.

Como no es posible hacer una lista de los innumerables “fanáticos sinceros” que pueblan el enlodado terreno opositor, vamos a referirnos a un venezolano representativo del “fanático sincero”. Se trata de Gustavo Coronel. Un venezolano de una digna trayectoria vital que Alexis Ortíz resume así: Es una de las figuras emblemáticas del recorrido histórico del petróleo en Venezuela. Fue clave para que la nacionalización petrolera desembocara en la creación de una industria eficiente, competitiva y meritocrática. Su rica experiencia como geólogo la cumplió en las empresas Shell, CVP, Maraven y Pdvsa. Sus trabajos los realizó en Venezuela, Holanda, Indonesia, Argelia y Estados Unidos.

En psiquiatría el síndrome del fanático sincero describe un desorden cognoscitivo que compele a una persona completamente normal a creer lo increíble más allá de toda razón, que deviene enamorado de una ficción, de una impostura y, mientras más se le demuestra su falta de lógica, más se aferra a su creencia. Este autoengaño no significa que se miente a sí mismo, el “fanático sincero” está persuadido de que lo que cree es real, independientemente que abundantes hechos le demuestren lo contrario. Son intolerantes a las ideas u opiniones de los demás. Muchos de nuestros “fanáticos sinceros” venezolanos están convencidos que aliviar las sanciones para buscar un camino común y salvar al país de una catástrofe, peor que la sufrida, es ni más ni menos que una traición. No les importa, no oyen ni ven nada significativo en los antecedentes y hechos que tercamente confirman que las sanciones no derriban gobiernos.

Esta excepcional carrera no ha impedido que Coronel haya devenido en un “fanático sincero”. Llama poderosamente la atención que un geólogo experto en petróleo no haya percibido el barajo geopolítico que ha generado la guerra Rusia-Ucrania como una oportunidad única, irrepetible de salvar lo que queda y recuperar parte de lo perdido del país nacional. Diferir por un tiempo los factores inútiles que se han repetido por de más de veinte años de enfrentamiento sin resultado alguno y explorar un arreglo con Estados Unidos para recuperar Pdvsa y el país no parece tener lógica alguna en estos exaltados fanáticos. Es un enigma que este profesional y muchísimos como él no lo comprendan. Explicable sólo porque padecen de esa triste condición de “fanáticos sinceros”.

Coronel cree firmemente en lo increíble. Deponer el gobierno revolucionario a punto de sanciones, aun cuando en el proceso signifique la destrucción de Pdvsa y eventualmente del país. Coronel es la viva representación del cura párroco que, en su obsesión por matar el ratón que le enerva el espíritu, dinamita la iglesia. Coronel, como aquellos que piensan como él, han sucumbido a una ficción, a una impostura y mientras más se les demuestre su ausencia de fundamentos, de lógica, y lo inútil que ha sido en más de 20 años la incomprensible incompetencia opositora, más se aferran a esa imperturbable creencia de derribar el gobierno con artículos de opinión y sanciones que no han hecho mella en Cuba por 60 años y en Irán por más de 40 años. Nada de esto, aparentemente, disminuye la pasión de Coronel por Venezuela y de otros quienes en ocasiones conmueven con esa fe de carboneros pero que hace tanto daño al país.

El reputado filósofo social americano Eric Hoffer en una monografía aborda el tema del proceso por medio del cual un individuo deviene en “fanático sincero”. En esencia, Hoffer sostiene que todos los miembros de agrupaciones políticas de izquierda, de derecha, sociales, religiosas, nacionalistas, tienen en común una propensión a la exaltación, a una esperanza ferviente, a través de la cual destilan odio o intolerancia como medios para liberar una poderosa energía que les demanda una fe ciega o una lealtad religiosa a una idea o una causa. Coronel en décadas de residencia en Estados Unidos se ha imbuido de esa ficción enaltecida por el arte cinemático que hace que algunos gringos adopten la figura solitaria de un cowboy enfrentado a los hombres malos.  Algunos de estos “fanáticos sinceros” son ateos -advierte Hoffer- pero es todo lo contrario. «La hoz y el martillo o la esvástica han estado en la misma línea con la cruz». Se trata, puro y simplemente de un comportamiento humano hasta cierto punto irracional, «una simple herramienta de pasiones» concluye Hoffer.

Antes de devenir en un “fanático sincero”, Coronel, para decirlo con un lugar común, era un paladín del bienestar del país. Con el tiempo, afectado por este proceso revolucionario, como dice Santayana, se olvidó de su “verdadero objetivo” para “redoblar sus esfuerzos emocionales” y acabar, de cualquier manera, con la autocracia bolivariana. Los que no compartimos este arrebato somos simplemente “traidores, desvergonzados o invertebrados”. Para Hoffer esta creencia ferviente exige una «entrega total y un yo diferente» que los identifica como «miembros de una tribu» donde no existen términos medios.

Esta “esperanza ferviente”, como la llama Hoffer, que invade a los “fanáticos sinceros”, a través de la cual destilan intolerancia como medios para liberar esa poderosa energía, fue utilizada durante las Cruzadas para ayudar a restablecer la fe cristiana que se había perdido por efecto de las pestes que redujeron a Europa a la mitad de su población. Durante el Renacimiento “fanáticos sinceros” ayudaron a Occidente a salir de la Edad Media y en dos cruciales ocasiones protegieron con sus vidas a la civilización Occidental en los intentos del Imperio Otomano de ocupar el continente e islamizarlo.

En el siglo de las luces, según Kant, el fanatismo fue siempre una transgresión a los límites de la razón humana, un delirio metafísico.

o.ochoa@attnet


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