La tragedia venezolana tiene su componente más dramático en la descomposición ética, en la destrucción de la educación, en el vaciamiento espiritual de una parte significativa de la población.

Es un daño a los valores del espíritu que impactan de manera directa la convivencia, la autoestima, las normas ordenadoras de la vida, la fe, y la cultura de nuestros ciudadanos.

Cuando una nación está lesionada en su dimensión espiritual corre mayores riesgos, que cuando el daño es solo material. Ciertamente un daño material puede producir afectaciones en el orden espiritual, pero todo daño espiritual puede conllevar a la muerte individual o socialmente considerada. El nivel de afectación en el plano moral y cultural toma más tiempo superarlo, y requiere de esfuerzos aún mayores.

La dimensión materialista del chavismo, su desprecio a los valores espirituales y religiosos, su repudio a la cultura nacional, su afán por colonizar políticamente a la población nos ha producido una distorsión en la esencia del venezolano y una generación de ciudadanos severamente distorsionados en su cosmovisión.

El chavismo, en primer lugar, intentó manipular los valores religiosos. Quisieron montar una Iglesia Católica “revolucionaria”. Buscaron en los presbiterios captar sacerdotes para dividir a la Iglesia, y para hacerse eco de la superada teología de la liberación, así como la promoción de una “iglesia popular” que confrontara a la jerarquía. Como diría Sancho, “con la Iglesia te has topado”. Hugo Chávez no pudo ni penetrar, ni dividir, mucho menos manipular a la Iglesia Católica. El episcopado venezolano, con una clara lucidez, entendió perfectamente la mala fe del comandante golpista, y cerró filas para impedir su afectación.

El difunto presidente, al no poder lograr su cometido, lanzó entonces su política de hostigamiento a la Iglesia y a sus pastores. La campaña de insultos, amenazas y descalificaciones a los obispos ha sido prolífera y sostenida.

De entrada, les privó de todo tipo de aporte financiero para la actividad pastoral, educativa, humanitaria y social. Pensó que conseguiría doblegarles. Se equivocó. La jerarquía, el clero y los laicos comprometidos no cedieron al chantaje, y, por el contrario, han sido voz de un pueblo oprimido por un sistema político y económico deshumanizado.

La ruptura de la cúpula roja con la Iglesia Católica venezolana generó una apertura y una alianza, con sectores o personas de Iglesias evangélicas, y con sectas fanáticas de bábalos y paleros que llegaron para incorporar valores y creencias ajenas a la larga tradición católica de nuestro pueblo.

Con el respaldo de un Estado autoritario, que contó con multimillonarios recursos financieros, estos factores lograron penetrar sectores de nuestra población. La capacidad formativa y evangelizadora de la Iglesia Católica, por el cerco económico e institucional lanzado desde el Estado socialista, se vio afectada.

Esta limitación se ha evidenciado en las nuevas generaciones de venezolanos. Donde la familia no ha existido o no ha podido cumplir su labor espiritual, se ha levantado una población con ausencia total de Dios.

He aquí uno de los más severos problemas que se deben superar en el futuro. Una o dos generaciones vacías de la noción de Dios, son un pasto fácil del materialismo más abyecto, cantera para formar delincuentes de toda naturaleza y motivo suficiente para alejarlos de una educación integral capaz de convertirlos en ciudadanos.

Educación que tampoco está a la disposición de las familias y de las personas. Aquí entramos al otro elemento constitutivo de la debacle moral y cultural de nuestra sociedad. En efecto el régimen socialista bolivariano se propuso, siguiendo la tradicional doctrina marxista, “formar un hombre nuevo”. Tal como lo relata Juan Bonilla en su obra, dedicada a estudiar al poeta de la revolución bolchevique Vladimir Maiakovski, titulada Prohibido entrar sin pantalones, ese hombre nuevo debe “repudiar las costumbres de la religión burguesa y la educación por ella impartida”.

Esa visión materialista del hombre llevó a Chávez, a Aristóbulo Istúriz y a otros agentes del régimen a sacar de la educación pública a Dios, y a modificar la educación formal cuyos contenidos son el resultado de una formulación pedagógica de muchos años.

El afán de imponer una ideología muerta, de manipular la historia, de cambiar la toponimia, y los referentes ciudadanos, los llevó a armar unos contenidos alejados de nuestra nacionalidad, y para nada capaces de formar personas para desenvolverse con éxito en el mundo contemporáneo.

Paralelamente al elemento conceptual y de contenidos, el castro-chavismo destruye la carrera docente al pretender utilizar al maestro, como agente político al servicio del proyecto hegemónico y autoritario en marcha. El educador pasó de ser un profesional valorado positivamente por la sociedad y el Estado, a un funcionario sometido y esclavizado.

Nunca en la historia de la educación venezolana un educador, en cualquier nivel, había sido tan mal tratado y obligado a trabajar al servicio del Estado sin recibir prácticamente remuneración, o percibiendo una meramente simbólica. Hoy en día la función docente es esclavista.

Paralelamente, el Estado socialista, abandona a su suerte las instalaciones de escuelas, liceos y universidades. Atrás quedaron los tiempos de la república civil. Aquella que llenó de escuelas, liceos y universidades nuestra bella geografía nacional. Aquella que dignificó al maestro y envió a las mejores universidades del mundo a toda una generación de venezolanos vendidos desde los más recónditos rincones de nuestra nación.

El militarismo comunista no construyó más instalaciones para escuelas, liceos y universidades. Por el contrario, las abandonó a su suerte. Hoy todas las instalaciones educativas del país están semidestruidas y abandonadas. En su afán por obtener un control político de las universidades las ha dejado prácticamente sin presupuesto.

El cerco económico, institucional y físico a las universidades autónomas ha derivado en un daño descomunal, que las limitaciones de un artículo de opinión impiden desarrollar. Nuestra universidad autónoma y democrática resiste con estoicismo esta macabra política de bloqueo.

Es menester hacer un reconocimiento muy especial a los miles de profesores universitarios, verdaderos héroes civiles, que aún se mantienen en precarias condiciones, dictando cátedra, mostrando un amor especial a nuestra juventud y a nuestra nación.

A pesar de la estampida humana que hemos sufrido, por la huida de nuestra juventud, aún quedan millones de niños y adolescentes que requieren una educación de calidad. Él régimen. “socialista y bolivariano” no ofrece oportunidades a esa población. Hoy la deserción escolar llega a niveles jamás conocidos en medio siglo de nuestra historia.

La tragedia humanitaria compleja. El hambre, la insalubridad, la desarticulación familiar y la pobreza han alejado de la escuela a miles de niños. Tal drama constituye un daño mayor al que representa la caída del PIB en los últimos años.

A la tragedia de la educación, sumamos el abandono de la cultura como instrumento de elevación espiritual. En este campo también la dictadura ha querido manipular e imponer su cosmovisión sesgada y manipulada. Allí consagró la discriminación. Desde el sistema de orquestas, obra impulsada por la democracia civilista, hasta el teatro, el cine, la comunicación social, las publicaciones y la investigación han pretendido ser sometidas y convertidas en instrumentos del activismo enfermizo de la camarilla dominante.

Por fortuna en el mundo de la cultura ha existido una extraordinaria reserva ética que ha resistido el asedio del régimen, y ha reivindicado los valores de la libertad, la dignidad y la verdad para impedir sucumbir ante la tentación autoritaria.

Este cuadro de destrucción impulsado por la revolución en el campo de los valores del espíritu debe tener una importancia capital en el proceso de recuperación de la nación.

A la par del proceso de regeneración institucional, de saneamiento y construcción de una economía moderna y productiva, debe andar el proceso de recuperación espiritual y cultural de la nación.

Venezuela debe ser insuflada de una fuerza positiva que haga mover, desde los cimentos, las mejores reservas morales y culturales de sus hombres y mujeres. Una ola de motivación, de vuelta a nuestros valores tradicionales, de recristianización de la juventud, sobre todo la de los sectores populares, de emoción por reconstruir nuestra nación.

En esa ola de vuelta al espíritu positivo, la educación debe ser el pivote más importante. Una educación moderna, con valores superiores, con afán de alcanzar la posmodernidad, debe ser una gran prioridad de la Venezuela que ha de reiniciar el camino a ser una nación civilizada, digna de un pueblo que merece un mejor destino.

 


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