La película The Whale de Darren Aronofsky es incómoda, extraña y también dolorosa. Una exploración al sufrimiento espiritual humano desde una óptica tan cruel que resulta, por momentos, devastadora. Quizás, su mayor atributo. 

En, al menos, tres de las escenas más importantes de The Whale de Darren Aronofsky, Charlie (Brendan Fraser) explora la culpa desde lo retorcido. De hecho, el tema principal de esta película, por momentos confusa y desordenada, es una gran interrogante vital sobre el sufrimiento invisible. Para la ocasión, el cineasta profundiza en lo repugnante, lo angustioso y la necesidad de comprender la vida humana a través de sus carencias.

Pero como en otras de sus películas, sus criaturas fílmicas no llevan a cabo un viaje semejante a través de ideas sutiles. The Whale es tan dura que en ocasiones despierta lástima y a la vez, repulsión. En sus mejores momentos tiene una inspirada capacidad para la metáfora grotesca.

La historia de un hombre aislado por los límites de su cuerpo pudiera parecer simple, de no ser por la capacidad del argumento de inquietar. Lo logra, la mayoría de las veces a fuerza de construir un panorama desagradable, de deconstruirlo con cuidado. De no dejar la menor duda del sufrimiento de Charlie y la sensación perenne de ser un extraño en su propio cuerpo.

Aronofsky retrató la perversión de las drogas en Requiem for a Dream a través de un horror incuestionable cada vez más absoluto. En The Whale, consigue algo parecido. Pero además, describe una caída total en la oscuridad psicológica de su personaje a través de imágenes casi vomitivas. Todo, mientras apela a la humanidad, la fragilidad y el desconcierto de un hombre roto en muchos fragmentos distintos.

El laberinto de los horrores 

En The Whale, los elementos desagradables son un lenguaje. La cámara del director muestra al personaje oculto detrás del recuadro negro de la pantalla del ordenador. Una voz que emerge para leer o en el silencio del que escucha, aterrorizado por expresar cualquier opinión. Después de masturbarse con pornografía gay, devastado por lo que considera los estratos oscuros de su vida. Incluso, al comer, con los dedos manchados de grasa y las manos temblorosas.

Para Aronofsky es de considerable importancia dejar claro que Charlie sufre, que le desgarra una herida moral y espiritual. Pero que en específico todo ese complicado mapa interior se manifiesta en su cuerpo. El personaje, tan obeso que apenas puede ponerse en pie, es en el contexto de la película la imagen misma de la desesperación. El director se esfuerza porque el relato visual sea claustrofóbico, hasta que el espectador se encuentra enlazado a la experiencia de Charlie. Todo, en la percepción del cuerpo, como un estrato violento, un límite demoledor a cualquier esperanza y aspiración.

The Whale elabora una versión sobre el cuerpo como prisión que resulta agobiante. En especial, porque Charlie está atrapado no solo en los límites de su obesidad, sino en los de sus dolores y prejuicios. Como hombre gay que admitió su sexualidad a una edad madura, todavía lucha y se esfuerza por comprender su identidad. Pero Aronofsky no intenta que el autodescubrimiento sea una forma de liberación. De hecho, lucha porque sea todo lo contrario. Una cárcel desagradable y violenta que limite los espacios de la comunicación, el amor y las relaciones emocionales hasta niveles de profunda angustia.

The Whale, la mirada al individuo atrapado en su piel 

Charlie es un rehén. De su debilidad física, su incapacidad para comprender su vida, incluso de la sensibilidad que le atormenta. Pero también lo es de sus achaques y malestares. Su lento deterioro físico se convierte no solo en uno de los temas centrales de la película. También, en la forma en que Aronofsky dialoga con la percepción acerca del bien y del mal. La cámara se acerca al personaje de Fraser para mostrar su soledad y desarraigo a través de una desesperación cada vez más oscura.

Enclaustrado en su pequeño piso, Charlie atraviesa una patética reclusión. Una marginación total del mundo, que poco a poco se hace más dolorosa; un terreno complicado que Aronofsky atraviesa dejando claro las fronteras del mundo de su personaje. Su sensibilidad, la búsqueda de una respuesta a la completa soledad que le rodea, es una agonía perenne incapaz de consolar.

Mucho menos, cuando su hija Ellie (SadieSink) deja claro lo que pudo ser su futuro. La llegada de la adolescente contextualiza la vida de Charlie. Narra el “antes” de aceptar su orientación sexual y hundirse en todos sus dolores. El guion del mismo Darren Aronofsky, basado en la obra de Samuel D. Hunter, profundiza en esa versión de la concepción de Charlie sobre sí mismo. “Fui padre antes de saber el hombre que era”, dice aturdido, atormentado. Ellie, enfurecida, desconcertada, es en toda su vitalidad, quizás el único vínculo de Charlie con el mundo.

Los dolores a la oscuridad en The Whale

The Whale podría ser por completo insoportable de no ser Brendan Fraser capaz de construir una mirada profunda y sensible sobre un crítico dolor emocional. Es su actuación la que hace posible que la película sea algo más que un desfile sórdido de escenas grotescas. Pero, más allá de eso, el intérprete logra crear una percepción sobre Charlie que es mucho más que el subrayado de ideas sobre sus horrores invisibles. Un mérito que brinda al personaje una humanidad total que conmueve y desafía cualquier clasificación inmediata.

Al final, The Whale no busca la redención de su personaje o insinuar la posibilidad que todo “estará bien”, antes o después. En realidad, el film es una introspectiva caída a los infiernos. Pero una tan potente y bien relatada que termina por sostener una versión sobre el sufrimiento que, en sus mejores momentos, resulta casi poético. Su punto más fuerte y elegante.


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