Al ser un cuento de vieja data, vamos a resumirlo para quienes no lo conocen. Uno pregunta: ¿quieres que te cuente el cuento del Gallo Pelón? Y otro contesta: sí quiero… Y entonces el que preguntó vuelve a preguntar: ¿pero quieres que te cuente el cuento del Gallo Pelón? Y el que contestó, ahora responde: no, no quiero… Y el que pregunta insiste: ¿pero quieres que te cuente el cuento del Gallo Pelón? Y así sucesivamente. No importa la respuesta, la pregunta es la misma. Una pregunta que no lleva a ninguna parte. Pura burla.

En tanto cuento de muchachos está bien. Se pasa el tiempo, aunque no mucho porque cansa. Y lo que debería ocurrir es que el burlado no se deje tomar el pelo con ese mismo cuento. Pues bien, cambiando lo cambiable, eso es lo que sucede con el cuento de las «votaciones» que maneja la hegemonía roja, en especial las parlamentarias. Cuando la respuesta opositora ha sido la abstención sin más, como en 2005, esta fue masiva, y no pasó nada. Cuando la respuesta ha sido la participación unificada, como en 2010, el CNE tuvo que reconocer una presencia importante de diputados opositores, y no pasó nada. Y cuando en 2015 la derrota oficialista fue tan aplastante, que el CNE tuvo que adjudicarle una bancada minoritaria, tampoco pasó nada.

Cuando digo «no pasó nada» es que la hegemonía siguió haciendo lo que le dio la gana. Incluyendo la anulación de la propia Asamblea… Es más, multiplicó y agravó los desmanes, las tropelías, los atropellos, y las agresiones de una hegemonía despótica, depredadora y corrupta. No solo no hubo cambios efectivos para bien, sino que Venezuela fue sumida en una larga catástrofe humanitaria. Y ahora resulta que se proyecta una corriente de opinión para que sigamos jugando al cuento del Gallo Pelón. Es decir, sigamos jugando el juego del poder establecido, de Maduro y los suyos, de sus satélites multicolores, de los patronos cubanos, y además en el contexto de nuevas arremetidas descaradas y brutales en contra de la ya arrinconada participación político-electoral.

Vale la pena llamar la atención sobre esa «corriente opinática», porque un reciente comunicado de la Conferencia Episcopal de Venezuela, en algunos aspectos, la reverbera.  Es lamentable y lo expreso con sincera preocupación. No tanto por la influencia que pueda llegar a tener en la valoración de la gente sobre la cuestión de las «votaciones», sino por la afectación que pueda causar en la credibilidad de la CEV, que, en esta materia, ha sido muy calificada, precisamente por la consistencia y contundencia de sus pronunciamientos. Esperemos que las posiciones correspondientes se aclaren con sentido de realidad

Ahora bien, se comprende que haya desaliento cuando solo hay críticas sin ofrecer alternativas. La población necesita una esperanza que oriente su agobio y su sufrimiento. Pero eso es una cosa y otra que ese camino sea, de manera exclusiva y excluyente, la farsa cantada de las pretendidas votaciones parlamentarias de diciembre, o el juego del Gallo Pelón. Lo cual, por cierto, supondría un «escenario» estupendo para la hegemonía. No es por nada que dichos «comicios» están tan desacreditados dentro y fuera del país. No es que estén tocados por «irregularidades». No. Es que son expresión dantesca del control hegemónico.

Los que están llamados políticamente, sobre todo por su fundamento institucional -así sea formal- a representar el cambio que el pueblo ansía, tienen una gran oportunidad para plantear una alternativa constitucional que pueda ser verdadera, no solo por el carácter represivo, arbitrario y despótico del poder, sino por la profundidad y extensión de la catástrofe humanitaria y de derechos humanos, cuya responsabilidad también concierne a la comunidad democrática internacional. El país está atento y podría estar dispuesto a la movilización social, si la alternativa planteada fuera sustancial. Lo que ya basta es seguir con el cuento del Gallo Pelón.


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