El régimen casi todos los días nos anuncia nuevas medidas supuestamente orientadas a evitar las malignas consecuencias que ya está causando en Venezuela la catástrofe mundial del coronavirus. Con ello pretende recuperar la confianza, desde hace mucho tiempo perdida, de un pueblo hastiado de la manipulación de la voluntad popular, los excesos de poder, las promesas incumplidas y la desilusión de una prosperidad inexistente. Desde un escenario mediático con voceros a los que nadie les cree, el régimen intenta con expresiones en tonos que van del hiperrealismo a la desmesura fantástica y fanática encubrir y disfrazar la dolorosa y triste realidad de un clima apocalíptico creado por sus propios errores, donde el futuro cercano que se vislumbra muestra el máximo grado de la vulnerabilidad a la que está sometida la población y nos muestra también la dolorosa decadencia del país.

Cada anuncio gubernamental la ciudadanía lo recibe con la certeza que su contenido es falso, que está plagado del consabido augurio de mayores catástrofes, fatalidades, improvisación, información imprecisa y contradictoria que evidencian la más profunda  intencional ceguera que el régimen tiene de la realidad nacional. Estos son los factores fundamentales que causarán graves penurias a todos los ciudadanos, la economía y al país como un todo.

Destacados voceros, ampliamente conocedores de la realidad del sistema de salud venezolano, han indicado que el país no está preparado para enfrentar con éxito las calamidades que sobrevendrán en la medida que avance el contagio de las personas con el virus. La deficiente dotación de recursos de diverso orden para atender la contingencia, el grado de abandono, colapso, la carencia de luz, agua e insumos básicos de los hospitales públicos, crean serias dificultades para su operatividad bajo las circunstancias actuales de emergencia nacional; asimismo, los grandes problemas para agenciar lo necesario que confrontan las clínicas privadas, así como las severas deficiencias de la infraestructura nacional, auguran una catástrofe de enorme magnitud.

Los venezolanos indefensos, especialmente los adultos mayores, ven y perciben los anuncios de la dictadura como un ultimátum a la vida, a la tranquilidad, la calma y a la seguridad de sentirnos protegidos y se constata que el gobierno no está capacitado para erradicar la incertidumbre del futuro inmediato.

Es criminal pretender obtener réditos políticos ocultando lo grave de la situación a la que nos enfrentamos, mintiendo sobre las capacidades disponibles para enfrentar la crisis; no obstante, la desventurada persona de Maduro trata de hacerlo con sus peroratas, de anuncios cada vez más amargos y fatídicos, rodeado por el entorno de sus cómplices más cercanos: ministros y secretarios, asesores y asesores de los asesores, consultores extranjeros, valets, magistrados del TSJ, generales, adulantes y allegados y, por supuesto, la familia presidencial o, al menos, lo que de ella va quedando.  A pesar de tanto despliegue y boato, Maduro no puede ocultar el agobio infinito y el lastre pertinaz que la causan el hablar por hablar puesto que, en su fuero interno, sabe que sus anuncios son solo palabras vacías y carentes de factibilidad y credibilidad.

Vistas así las cosas, ¡que Dios nos agarre confesados!


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