La crisis financiera de 2008 se cerró en falso. Los bancos centrales del mundo intervinieron y lograron frenar la hemorragia, pero no solucionaron el problema de fondo. La crisis de 2008 fue una crisis de deuda, todo empezó porque muchos ciudadanos se endeudaron, gracias al fácil acceso al préstamo, para comprarse casas que luego no podían pagar. Eso es lo que sucedió con las hipotecas subprime.

No solo se endeudaron los ciudadanos, también las empresas y los estados lo hicieron. Todos se embarcaron en gastos y proyectos que luego eran difíciles de mantener y pagar. Fue como una gran estafa piramidal, en la que nuevos préstamos cubrían los pagos que había que hacer en el momento.

El sistema financiero mundial estuvo al borde de la quiebra. Los gobiernos mundiales, sin embargo, reaccionaron de la manera correcta. Hubo coordinación y los bancos centrales bajaron los tipos de interés e inyectaron dinero al sistema financiero para evitar un impago generalizado.

En los últimos diez años se hablaba mucho de un posible cisne negro (evento inesperado y potencialmente demoledor de la economía mundial) que desatase una nueva crisis. Ese cisne negro ya está aquí, y es el coronavirus.

Nadie podía esperar que esto fuera a suceder, ni la magnitud que puede llegar a tener. Por supuesto, todo dependerá de la propagación y mortandad que puede tener el virus, pero los gobiernos mundiales, al igual que hicieron en 2008, deben actuar con coordinación y, sobre todo, prepararse para lo peor, por si este escenario catastrófico llega a ocurrir.

De momento, la Fed ha bajado los tipos de interés. El Banco Central Europeo no lo ha hecho, entre otras cosas, porque más bajos probablemente no pueda tenerlos. Mucha de la capacidad de reacción de los bancos centrales ya se utilizó en la crisis de 2008.

Pero  la solución a todas las crisis viene con una sola palabra: solidaridad. Según el FMI, la deuda mundial alcanza ya unas cifras récord. Nunca tantos habían debido tanto a tan pocos. Por ello, lo acreedores han de considerar la opción de prorrogar o perdonar parte de las deudas que deben cobrar.

Esto no es tan revolucionario. Cuando se produce una negociación entre deudores y acreedores debido a un potencial impago, siempre se habla de una quita. Además, en Italia se han implementado algunas medidas que incluyen el no tener que pagar la hipoteca.

Estas quitas de deuda, si se producen, harían que los acreedores perdieran grandes cantidades de dinero. Sin embargo, estos no se verían tan afectados, pues perderían ahorros pero podrían seguir con su capacidad de pago intacta.

El problema de las quitas viene dado porque, si los bancos dan por perdidas muchas de sus deudas, podrían llegar a ser los depositarios los que perdieran sus ahorros, lo que llevaría a una situación de pánico si estos sacasen su dinero de los bancos. Se podría producir un corralito a nivel internacional.

Para evitar este escenario, se deben realizar grandes quitas programadas que alivien a los deudores frente a los acreedores, ante la posibilidad de una situación de impago.

Todo este escenario, claro, puede llegar a ser real si la epidemia de coronavirus se prolonga en el tiempo y se hace más intensa. Si se llega a controlar la situación sería diferente. Pero, sin duda, las autoridades deben tener un plan de contingencia ante el peor de los escenarios, que evite situaciones de pánico.

Los gobernantes saben lo que deben hacer, pero sin duda muchos acreedores no darán su brazo a torcer ante la situación y no querrán perder sus derechos de propiedad. En cualquier caso, finalmente no quedaría más remedio que tomar medidas en esta dirección, pero, esperemos, de una forma ordenada y no caótica.


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