En un libro reciente (Memorias de un virus y otras pandemias publicado en Universo de Letras de la Editorial Planeta y en Edición Kindle) he tratado de mostrar cómo la propagación del virus del síndrome respiratorio agudo severo tipo 2 (SARS-CoV-2), que ha causado muerte y dolor en la población mundial y estragos en la economía y la vida social, se vio favorecida por las condiciones (políticas, sociales y culturales) imperantes. Y por otra parte que el desarrollo y la duración de la pandemia –que ya se prolonga por dos años– están relacionados con las decisiones adoptadas por los grupos dirigentes, movidos más por el interés de asegurar su continuidad en el poder y el afán de obtener beneficios económicos, que por lograr el bien común. Las tendencias de 2020-2021 (de las que se muestran ahora las cifras) y las hipótesis formuladas en el libro han quedado plenamente confirmadas en los últimos meses.

  1. Hace dos años, a comienzos de enero de 2020, las autoridades responsables de los servicios de salud de Wuhan (China) reconocieron la aparición de casos de “una neumonía vírica de origen desconocido”, tal como algunos médicos y otras personas preocupadas habían informado días antes por las redes sociales. No era posible ocultarlo más. El día 11 los medios oficiales anunciaron el primer fallecimiento causado por aquella enfermedad (cuyo agente se identificó como un coronavirus). En realidad, muchos piensan que ocurrieron otros con anterioridad. En todo caso desde entonces comenzaron a contarse. Hasta el momento de escribirse esta nota, en todo el mundo (según la OMS) han muerto a causa de la covid-19 (nombre que se le dio el 11 marzo) 5.631.457 personas (1,55% de las más de 364.191.494 en que se ha detectado). Porque el virus, presente desde el diciembre de 2019 en muchos sitios de China, se propagó rápida y agresivamente: el 13 de enero se detectó en Tailandia, el 20 en Estados Unidos, el 24 en Francia, el 29 en los Emiratos Árabes Unidos, el 25 de febrero en Egipto y el día siguiente en Brasil.
  2. En estos dos años el virus ha causado daños incalculables a personas y a sociedades. Basta decir que 4,78% de la población mundial de aquel momento ha sufrido la enfermedad, que 0,07% falleció por tal causa y que muchos de quienes la han superado guardan secuelas físicas y de otro tipo. En algunos de los países más poblados esos porcentajes son muy altos: en Estados Unidos 21,75% y 0,26%, en Brasil 11,44% y 0,29%, en la Federación Rusa 7,91% y 0,23%, en Irán 7,48% y 0,16%, en Suráfrica 6.05% y 0.16%, en la India 2,93% y 0,04%.  Debe tomarse en cuenta que esos números no muestran la realidad (en verdad, aún más grave), porque en muchos Estados las estadísticas son muy deficientes y en no pocos se utilizan para manipular la opinión pública (a conveniencia de los gobiernos). Apenas, y con reservas, las cifras mencionadas –terribles– nos acercan a la comprensión de la tragedia causada por el coronavirus, cuyo origen todavía no se ha revelado. Pero no la reflejan en su magnitud: porque, además, la pandemia desequilibró la economía mundial, arrojó a la pobreza a millones de familias, condenó a cientos de millones de hombres y mujeres a la ignorancia y la incultura. Más aún: provocó cambios políticos que afectan desfavorablemente la vida de pueblos enteros en todas las regiones del mundo.
  3. La economía mundial sufrió un serio retroceso (-3,36%) porque la pandemia afectó la producción industrial, el comercio internacional, el movimiento de personas y mercancías, la construcción de infraestructuras. Todas las grandes economías, aquellas que impulsan a las restantes, tuvieron en 2020 un comportamiento negativo (salvo la de China con +2,35%): la de Estados Unidos cayó en -3,64%, la de Japón en -4,59, la de  Alemania  en -4,57, la del Reino Unido en -9,69%, la de Francia en -7,86%, la de Italia en -8,94%. Lo mismo ocurrió en las que siguen en importancia: la de Canadá en -5,31%, la de Corea en -0,85%, la de Australia en -0,004%, la de la Federación Rusa en -2,95% y la de España en -10,85%. También retrocedieron algunas muy dinámicas y de reciente emergencia: la de India en -7,25%, la de Brasil en -4,06%, la de México en -8,31%, la de Indonesia en -2,07% (aunque la de Turquía aumentó en 1,79%). El descenso de la actividad económica provocó graves daños en casi todos los aspectos de vida social y el desmejoramiento de los servicios, al mismo tiempo que las medidas tomadas para prevenir el contagio obligaron a limitar la comunicación entre las gentes y a suspender actividades, como las de educación o de cooperación internacional, fundamentales para garantizar el desarrollo.
  4. Todos los países, aun aquellos que tuvieron un ligero crecimiento, se vieron afectados. Pero, no todos lo fueron por igual. Así, el PIB de América Latina y el Caribe disminuyó en 376.000 millones (una caída de – 6.72%), el de Sur del Asia en 195.000 millones (-5,71%)  y el de África Subsahariana en 37.000 millones (-2.02%). Unos estaban mejor dotados que otros para enfrentar la pandemia. Sufrían desde mucho antes lo que he llamado las “pandemias sociales” que los hacen especialmente vulnerables. El virus desnudó la realidad. Unas afectan el espíritu, como la deshumanización, el materialismo, la indiferencia, la banalidad; otras la vida material, como la pobreza, el hambre, las enfermedades, la sumisión; o en fin, la acción social y cultural, como la ignorancia, el autoritarismo, la violencia, la discriminación. Todas, en verdad, son resultado de la negación de un origen común, de un Padre creador que llama a la trascendencia. Ante la vulnerabilidad precedente, pocas sociedades podían (o querían) dar respuestas adecuadas a la emergencia. Los gobiernos cometieron errores que fueron de penosas consecuencias. Sin embargo, poco se ha insistido sobre la responsabilidad que les cabe por las decisiones que tomaron, muchas con pleno conocimiento de los males que podían causar. Solo algunas voces –como las del papa Francisco o del secretario general de la ONU–  llamaron a la reflexión y a la solidaridad.
  5. El 11 de marzo de 2020 el director general de la OMS, al declarar que el organismo consideraba la enfermedad como una pandemia, advirtió que “afectar(ía) a todos los sectores” e hizo un llamado para que los Estados adoptaran un “enfoque pan-gubernamental y pan-social”, en torno a una estrategia integral. No fue bien escuchado. Otro enfoque, más utilitarista, orientó las medidas que se tomaron: privó la afición al ejercicio del poder y el afán por obtener ganancias económicas. En no pocos casos se sacrificó la protección de la vida y de la salud. Importaba más asegurar la continuidad del grupo dirigente. Con tal fin, por ejemplo, se ocultaron o manipularon informaciones que advertían el peligro o se eliminaron medidas que imponían limitaciones a la libertad individual (para no molestar a millones de electores). Al mismo tiempo, se ha pretendido garantizar el funcionamiento de las actividades productivas (o limitar las restricciones). Con ese propósito se justificaron muchas iniciativas, como estimular el trabajo a distancia, aumentar los subsidios a las empresas o permitir la realización de espectáculos con miles de personas. El monto de los gastos fiscales ha aumentado considerablemente debido a las necesidades de los  servicios sociales y de los sectores de la producción. También la deuda pública repuntó sin consideración a sus efectos en el futuro de los pueblos.
  6. En los países con regímenes autoritarios la pandemia permitió reforzar el control sobre la población, mediante la limitación de libertades (sobre todo de información). Sirvió, asimismo, para intentar ocultar acciones que rechaza la opinión pública: derrocar gobiernos, reprimir o silenciar movimientos democráticos, imponer programas económicos e, incluso, continuar guerras. En los países occidentales se han manifestado dos tendencias distintas (y contradictorias). Por un lado se han tomado medidas que restringen derechos, pero por otro los gobiernos renunciaron a su papel dirigente. Antes que fijar objetivos a largo plazo, han preferido seguir la inclinación de las mayorías. Mientras prevaleció el temor frente a la enfermedad desconocida, pudieron imponer conductas que suponían sacrificios para todos. Pero, poco a poco, cedieron a las exigencias de grupos muy activos renuentes a aceptar limitaciones. Así, a veces, con el ánimo de conseguir provechos electorales se facilitó la propagación del virus.
  7. Debe decirse que hombres y mujeres en todo el mundo han demostrado preferir el mantenimiento de su forma de vida (materialista, hedonista, egoísta) antes que modificar su conducta para evitar contraer la enfermedad y para impedir el contagio de otros. Si bien lo primero puede calificarse de actitud irresponsable para consigo mismo, lo segundo supone el olvido de la solidaridad que nos obliga para con los otros miembros de la sociedad. Esta actitud, contraria a uno de los principios que inspiraron las grandes revoluciones modernas y sobre el cual se ha pretendido construir las sociedades de nuestros días, parece tomar fuerza. Para justificarla se alega que por naturaleza el hombre está llamado a vivir en libertad, cuyos límites cada uno puede fijar. Aunque pueda parecer extraño (después de casi doscientos años de prédica socialista), esta forma de pensar ha ganado muchos seguidores. Sin duda, ha sido causa importante en la amplitud que han adquirido los contagios de las últimas variantes de los virus.

El coronavirus aparecido en Wuhan en diciembre de 2919 ha marcado la historia de nuestro tiempo. Pero, en buena medida, sus efectos se produjeron por la acción de los hombres. También, aunque pueda parecer una paradoja, ellos mismos han contribuido a limitarlos (con medidas de prevención o la creación de vacunas), al tiempo que han  dado alivio a quienes los han sufrido. Son – no cabe duda – seres contradictorios.


Las cifras referidas a la pandemia de la covid-19 son tomadas del Tablero sobre el coronavirus de la Organización Mundial de la Salud (al 24 de enero de 2022). Los datos de población y comportamiento económico de los países aparecen en la página del Banco Mundial.


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