Las extrañas circunstancias, por ser generosos en la interpretación, en las que el TSJ suspendió el acto de votación en Barinas y ordenó al CNE organizar una nueva elección para comienzos de enero de 2022, abren un espacio de reflexión importante sobre la eventual respuesta de la oposición democrática venezolana a la intromisión descarada, una vez más, del Poder Judicial en los asuntos de un Poder Electoral que sin duda presenta un balance distinto a los anteriores CNE, controlados completamente por el chavismo. Ya no se trata solamente del uso que el gobierno de facto hace de los poderes confiscados, sino de que ahora se los utiliza para intentar solventar disputas internas dentro del chavismo. No se requiere demasiada imaginación para entender que una facción del chavismo intenta proteger al hermano del Comandante, al tiempo que otra activa el mecanismo de desconocimiento de la elección y simultáneamente precipita la renuncia del gobernador.

Pero más allá de estos hechos, que podrían considerarse casi anecdóticos dentro del esquema de democracia minusválida y separación chucuta de poderes que se han convertido en marca del fábrica del chavismo, está el hecho de que una acción unitaria de la oposición, sociedad civil y partidos, podría resultar en una derrota monumental de opinión pública nacional e internacional para el abuso chavista-madurista. Solamente se requeriría que se entendiera que se puede dar una demostración de unidad en la elección de Barinas, designar un candidato suficientemente convincente y transformar esta elección en una movilización importante en la batalla por la recuperación del voto.

Por supuesto que los argumentos en contra para no hacer lo que sería necesario y estratégicamente valioso hacer son numerosos. Por un lado, se puede aducir que nada ha cambiado, que las condiciones electorales siguen siendo las mismas, a pesar de que la composición “3 a 2” del CNE es un cambio significativo, que la desconfianza y desánimo de la gente son aún mayores que el 21N, y que la división de la oposición impediría cualquier decisión unitaria sobre la materia. Todo ello es probablemente cierto, pero también es innegable que la impudicia del abuso y la intromisión del Big Brother en Barinas han creado una oportunidad única para enrostrarle al chavismo no solamente que son minoría, sino que si la oposición democrática se pone de acuerdo, es posible derrotarlos en escenarios electorales aún contra todo el ventajismo. Paradójicamente, una derrota del chavismo se produciría en Barinas independientemente de quien “gane” las elecciones de enero, siempre y cuando la participación popular sea tan masiva que el eventual robo y manipulación de las elecciones o la presumible actuación violenta de los grupos paramilitares, o una combinación de ambos, sea tan clara  que el chavismo pierda frente a la opinión popular. En entornos autoritarios, como el venezolano, un acto electoral se puede ganar independientemente de que se produzca una victoria o una derrota en las urnas. En otras palabras: ganar masivamente u obligar al chavismo a robarse las elecciones de Barinas, el estado de los Chávez y los Superlano, puede convertirse en una derrota significativa y un avance en la recuperación del voto como herramienta para recuperar la democracia y debilitar a un estilo de autoritarismo que está obligado a preservar una apariencia de apoyo popular.

¿Quiénes deberían estimular esta reacción de la oposición democrática? En primer lugar el presidente encargado Guaidó, que tiene una oportunidad dorada para demostrar liderazgo interno. En segundo lugar los proponentes del referendo revocatorio, que tendrían una ocasión excepcional para entrenar herramientas y narrativas en un entorno donde podría haber un candidato único singular, exactamente como en el RR donde el candidato único sería “Revocar a Maduro”. En ambas circunstancias, el candidato no sería solamente una persona, sino la expresión del descontento colectivo. El candidato en Barinas podría ser una suerte de Fuenteovejuna: Todos a una contra el autoritarismo ignominioso que ha arruinado a nuestra nación.

Lo de Barinas, independientemente de su resultado, por supuesto que no va a resolver los asuntos del secuestro de la democracia en Venezuela. Es tan solo una oportunidad que no debería perderse y que podría tener el efecto beneficioso de demostrar que hemos aprendido algo del 21N. El voto y la recuperación de la confianza ciudadana en el liderazgo democrático, renovado o no, son demasiado importantes en esta compleja y desigual lucha contra el chavismo. Las lecturas que se pueden realizar del 21N son múltiples y complejas: la desunión opositora fue manifiesta; el chavismo perdió el voto popular a pesar de ganar la mayoría de las gobernaciones por la torpeza opositora; la observación internacional denunció con fuerza el abuso del régimen y no se prestó a la falsa de validar ingenuamente las elecciones y, por último, que se impone una renovación del liderazgo de la oposición democrática. Todas esas verdades fragmentadas son parte de un complejo entramado, pero independientemente de eso, Barinas es un caso excepcional del dicho popular que reza “la oportunidad la pintan calva”. Esa circunstancia, refiriéndose a un régimen que maneja excepcionalmente bien el artilugio discursivo, el miedo y la pobreza, o la esperanza de riqueza súbita, como herramientas de control social, y que rara vez deja ventanas abiertas, no se puede dejar pasar. El tiempo es corto y las decisiones sabias y estratégicas, algo en lo que hemos fallado con frecuencia, se imponen.

 


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