Es la obra más curiosa del director y guionista. A medio camino entre un drama adolescente y una auténtica historia de terror, es, también, una exploración sobre el dolor, la muerte y el duelo. Todo en medio de un escenario brillante y una atmósfera claustrofóbica. 

En El Club de la Medianoche solo hay una regla: si hay algo —o algún lugar— después de la muerte debes regresar para contarlo. Una premisa escalofriante, temible y en apariencia extravagante, que, lentamente, comienza a tomar un nuevo peso y significado. La nueva serie de Mike Flanagan para Netflix es mucho más que una mirada morbosa a la muerte, que también lo es, en cierto modo.

Pero las preguntas que se plantea el guion (escrito por Flanagan en colaboración con Leah Fong) están más relacionadas con la supervivencia de la conciencia. Particularmente en el misterio de lo que podría ser en realidad la muerte y como la conciencia colectiva acepta su cualidad inevitable. Una percepción sobre el más allá, lo misterioso y lo intangible que supera el terror para convertirse en un punto más amargo y mucho más incómodo de lo que podría suponerse.

De hecho, uno de los puntos más duros del programa, es que no disimula que sus personajes morirán antes o después. En el hospicio de Brightcliffe, la frontera entre la vida y la muerte es muy difusa. Tanto, como para confundirse con más frecuencia de lo necesario. Este refugio de cuidados paliativos para jóvenes que no rebasan la veintena, tiene algo de espacio cruel y angustioso.

La muerte, los dolores, el miedo primitivo 

Pero Flanagan mantiene fuera de la historia el horror del fallecimiento inminente. El argumento está mucho más interesado en profundizar en la forma en que las jovencísimas víctimas de diversos tipos de cuadros por necesidad mortal afrontan lo desconocido. Algunos lo hacen desde el humor, otros desde el cinismo.

La mayoría, a partir de la conciencia, que avanzan con rapidez hacia un punto de deterioro inevitable. Pero, la historia tiene la suficiente habilidad para construir su versión sobre el miedo a la mortalidad, desde términos precisos y brillantes. “Vamos a morir, eso es un hecho, ¿por qué no divertirse mientras ocurre?”, insiste uno de los personajes.

La muerte en Brightcliffe es inevitable. No hay vuelta atrás, medias tintas y ya desde su primer y bien construido episodio, El Club de la Medianoche deja claro lo que ocurrirá. Lo hace, mostrando a sus personajes no desde su debilidad —aunque sin duda todos se encuentran disminuidos por la enfermedad — sino su brillo menguante.

Si la serie apuesta a explorar el tema de la muerte desde un realismo crudo y honesto, también hace algo más. Cuestionar si perder la vida durante la juventud es un evento distinto a cualquier otro. Una y otra vez, la serie analiza la magnífica posibilidad de las vidas que pudieron disfrutar sus protagonistas. El futuro radiante a punto de llegar, solo para después, mostrar la pérdida de la esperanza que supone la enfermedad.

Un recorrido hacia los misterios de las sombras 

Algo que Ilonka descubre de inmediato. La que fuera una aventajada estudiante a punto de ingresar en Stanford, termina por perder cada uno de sus sueños debido al cáncer. “Fue como ver el mundo desplomarse”, explica el personaje. Su historia es la introducción a una mucho más compleja de lo que parece. También, a puntos más relacionados con el dolor, el luto y la conciencia de la mortalidad que con lo sobrenatural.

Después de todo, Ilonka — apasionada por Shapeskeare, admiradora de Mary Shelley — es una promesa de vitalidad a punto de cumplirse. Por lo que su rápida caída en lo inevitable, resulta más dolorosa. Su enfermedad y la conclusión, que será incurable, convierten al personaje en un catalizador de puntos de vista distinto. Por un lado, la conciencia sobre la vulnerabilidad, un punto que la serie profundizará a través de sus diez episodios con soltura e inteligencia. Al otro extremo, como ese espacio sin matices de la posibilidad de la muerte, profundiza en nuevas interrogantes y percepciones.

El reto de Mike Flanagan era equilibrar una historia juvenil con un tono mucho más mórbido y siniestro. Lo logra, en cada ocasión en que sus personajes enfrentan a la muerte como un tipo de fortaleza que nace de la resignación. Un curioso paradigma que la serie explorará a través de los ya conocidos diálogos y la capacidad del director para cuestionar lo obvio. Cada uno de los capítulos de la serie, se acerca mucho más al terror primitivo que provoca la muerte. Al mismo tiempo, a la cuestión obvia que estas jovencísimas víctimas de un azar cruel, le harán frente desde sus herramientas intelectuales y morales. Un punto poderoso que la serie elabora con cuidado y al final, es su mayor fortaleza.

Cuentos de terror a la medianoche 

Pero por supuesto, El Club de la Medianoche es una historia de terror. Una en la que la firma de Flanagan es más evidente que nunca y la separa por completo de otras historias parecidas. Con su cuidada ambientación en la década de los noventa, la producción adquiere una peculiar personalidad. Además, de la misma manera que lo ha hecho en sus cuatro series anteriores para Netflix, Flanagan cuida la construcción de un mundo claustrofóbico. Esta vez, se trata de una casa que simboliza el centro de los misterios, que aparece en sueños premonitorios y que alberga secretos terroríficos.

Como otras historias del realizador, El Club de la Medianoche comienza y termina en un espacio condenado. Lo es en la medida que tanto Brightcliffe como sus habitantes se enfrentan a un vínculo con una oscuridad latente. La promesa de volver de la muerte —una vieja reminiscencia a la idea de la conciencia posterior a lo inevitable— se vuelve concisa, real y espeluznante. Flanagan, que en ocasiones suele ser acusado por su falta de sutileza o su manejo del terror obvio, esta vez se concentra en lo que se sugiere en un escenario cada vez más siniestro.

Un ascensor que baja a una terrorífica morgue y que “tiene vida propia”, según los propios residentes de Brightcliffe. Una sombra que se desliza entre pasillos y puertas entreabiertas. Las conversaciones a la medianoche, entre moribundos y condenados a morir a no tardar. “Comprendemos algo en lo que nadie piensa”, dice Ilonka. “Que morir es inevitable, como una puerta que debe ser abierta”. La serie, que recorre todos los lugares sobre la mortalidad y atraviesa desde creencias en lo sobrenatural hasta el simple miedo, triunfa en su franqueza. Más allá de su precisa puesta en escena y la habilidad de Flanagan para sostener una historia cada vez más dura, la premisa brilla por su profundidad.

El Club de la Medianoche es un recorrido a través de los temores y la conciencia de la vida como un evento inexplicable. Pero en especial, del terror como una idea vinculada a la identidad. ¿Qué nos hace temer a la muerte? Es un cuestionamiento que el programa repite en varias ocasiones y utiliza como espacio para profundizar en varios tópicos a la vez. Dese la noción de lo humano como limitado y fútil, hasta sus estratos más tenebrosos. La producción avanza con cuidado en varias direcciones distintas y construye una percepción alternativa de su historia central desde cada uno de ellos.

“Morir siendo un joven es como demostrar que la vida es un mal chiste”, dice un personaje. Se encuentra sentado en medio del círculo de los que cuentan historias de terror. Esperan una señal del otro lugar al que uno de ellos acaba de partir. Brightcliffe, la casa convertida en antesala a la oscuridad definitiva, espera una respuesta. La tensión se alarga y es, entonces, cuando Flanagan demuestra su capacidad para convertir la historia en un terrorífico relato íntimo. “No todas las historias terminan bien”, dice Ilonka, la que fuera una devota lectora de Mary Shelley y ahora está a punto de enfrentarse a la muerte. Un elemento con que El Club de la Medianoche juega con habilidad y que termina por ser, uno de sus puntos más altos.

 

 


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