Según el DRAE, cinismo se define como “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. Si bien el origen del término es un poco más noble, asociado con la llamada Escuela Filosófica Cínica, nacida en Grecia en el siglo IV a. C., y cuyo principal representante fue Diógenes, el concepto de cinismo fue mutando con el tiempo y hoy se asocia a falta de vergüenza, descaro y burla.

La psicología, a su vez, concibe el cinismo como una forma de dispatía (contrario a empatía), en cuanto constituye una distancia con los sentimientos del otro mediante una estrategia de burla y banalización. De hecho, definiciones más amplias lo describen como “beneficiarse como sea sin importar perjudicar a otras personas”. Son el desprecio burlón, la indolencia y el rechazo a los demás las marcas distintivas del cínico.

En Venezuela, los últimos cuatro lustros han sido testigos de palmarias evidencias de cinismo por parte de nuestra decadente oligarquía. Pero aunque el cinismo es desde hace mucho tiempo consustancial con la forma en que la actual clase gobernante se relaciona con el país, estamos presenciando una agudización en cuanto a su ya alta frecuencia de uso.

El último ejemplo de cinismo ha sido la afirmación por parte de Maduro esta misma semana –en cadena nacional– de que “Venezuela es un territorio 100% libre de pobreza”.  Lo dice quien es el principal responsable de que hoy seamos, en términos de ingreso, el país más pobre del continente, incluso por encima de Haití. El país con el salario mínimo más miserable de toda la región –apenas 3 dólares–, y donde la gente huye azotada por el hambre y la imposibilidad de alimentar y sostener a su familia.

Pero si el cinismo verbal es condenable, el cinismo conductual es todavía más obsceno: reprimir, encarcelar y hasta asesinar personas en nombre del amor y la paz; violar derechos humanos alegando la suprema felicidad de la patria; el uso de la tortura como práctica institucional del Estado; impedir que el pueblo pueda ejercer su soberanía en unas elecciones de verdad, y pedir luego respeto a ese “resultado”; imponer una inconstitucional asamblea “constituyente” que nadie escogió y que nadie reconoce, pero que se autoproclama como el más alto poder de la nación; la crónica ineficiencia que ha multiplicado los problemas de política pública y ha ensanchado la deuda social acumulada; el cinismo de llamar soberanía a la conversión de nuestro país en una sumisa colonia cubana; y las casi 70 muertes violentas diarias en promedio en Venezuela por no aplicar las medidas que las evitarían, son todas groseras evidencias de cinismo por parte de nuestra corrupta oligarquía, pero además son muestras de la crueldad y mal corazón de nuestros explotadores de turno. Los mismos a quienes no les importa causar sufrimiento o generar dolor, si así lo indica el cálculo político o el mantenimiento de sus puestos y fortunas.

Esta crueldad alcanza una etapa superior de perversión con la práctica recurrente del cinismo como forma privilegiada de relacionarse con los ciudadanos a quienes se debería servir en vez de explotar.

Por supuesto que el cinismo refleja, desde la perspectiva psicológica, una endeble y defensiva personalidad. Pero desde el punto de vista político, presenta dos ventajas principales para quienes lo practican como estrategia.

En primer lugar, al refugiarse el cínico en argumentos tan psicóticamente extraviados, impide el debate. Debatir con un gobierno de tan patológico cinismo, que afirma que el cielo es verde y los árboles vinotinto, es como intentar argumentar con un orate. Al impedir el debate lógico sobre realidades discutibles, el cínico se libera de la penosa tarea de justificar lo injustificable.

Pero, en segundo lugar, y como ventaja más importante, el cinismo de nuestros burócratas persigue como estrategia desestimular, no solo a los opositores, sino al resto de la población. En respuesta al planificado cinismo gubernamental, muchas personas se desaniman y frustran al sentir que es tan inmensa la distancia entre su sufrimiento cotidiano y lo que perciben quienes los gobiernan, que no hay ninguna posibilidad de atacar las causas de sus limitaciones y penurias. Sembrar desesperanza es la intención primaria de la estrategia del cinismo.

La historia demuestra que la mayoría de las veces, el crecimiento del cinismo es un reflejo de la debilidad de los regímenes autoritarios. El aumento del primero intenta tapar el temor y la fragilidad de los segundos. Cualquier parecido de lo que estamos presenciando hoy en Venezuela con los ejemplos de la historia no es para nada coincidencia.


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