A propósito de la instalación de la Asamblea Nacional fraudulenta del régimen el pasado 5 de enero, se han propagado numerosas versiones en las redes sociales sobre la pérdida definitiva de Venezuela en manos del chavismo, pero quienes así opinan abordan el camino fácil de la analogía con la historia de Cuba en manos del castrismo.

Lamentablemente, presenciamos tiempos en los que los silogismos y los sofismas prevalecen sobre el fundamento de la teoría política, lo que facilita recurrir al fraude y amalgamar eventos políticos para descalificar al adversario. De allí el señalamiento obsceno, sin fundamento alguno, con tal de lograr el objetivo de aplastar al contrario. Bajo esa lógica errada, basada en el fanatismo, todos los partidarios de Trump son fascistas y Joe Biden presidente electo, es miembro conspicuo de la Internacional Comunista y de Al Qaeda. Como vemos, la irracionalidad se expande traducida en ignorancia y flojera mental de los analistas de galería y managers de tribuna.

Resulta que el devenir histórico de la Cuba castrista fue producto de un contexto en el que el verdugo del pueblo cubano, Fidel Castro, se presentó como el redentor de la patria ante la dictadura bananera del sargento Fulgencio Batista, para luego asumir en un segundo acto el papel del apóstol del marxismo leninismo en América Latina, y el David bíblico capaz de derrotar al águila imperial norteamericana. Entretanto, desde sus inicios prohibió los partidos políticos y confiscó la Central de Trabajadores Cubanos (CTC), expropiando a placer lo que era próspero y productivo.

Ese rol de víctima le facilitó por lo menos 3 décadas de prestigio en el siglo XX, a tal punto que a la intelectualidad progre global le enorgullecía una nota de reconocimiento, fotografiarse con el mayor estafador de la historia continental, ello generó la visita a la isla de una riada de luminarias como J. P. Sartre, Simone de Beauvoir, Rene Dumont, Gabriel García Márquez, entre otros, quienes habían “descubierto” el futuro hombre nuevo, hasta que el fiasco de dictador estalinista pudo ser reconocido en todo el mundo con la caída del Muro de Berlín.

Desde el comienzo de su cruenta gestión en 1959 contó con la fidelidad del pueblo cubano, quien creía contar con la “divina presencia” del comandante, quien impuso un régimen de partido único y un entramado estatal bajo la asesoría de la URSS y las policías tenebrosas de la Europa Oriental -adquirió con la Stasi alemana la experticia en aterrorizar al pueblo-. Este aparato represivo organizado en el G2 multiplicó el exilio opositor, la prisión y asesinatos selectivos y redujo la oposición a las Damas de Blanco y ahora recientemente con el surgimiento del Movimiento San Isidro.

El contexto de Venezuela ya lo conocemos porque en resumidas cuentas la conflictividad socio laboral es promovida por líderes sociales, sindicatos y centrales sindicales, las cuales no ha podido prohibir a pesar de la represión y persecución del liderazgo que las conduce, indicando que luego de 21 años de dominio estatal no ha logrado imponer un aparato de control absoluto de la protesta general.  Por otra parte, en cuanto a los partidos políticos opositores, aun cuando los ha ilegalizado, subsisten hoy menguados, condición que también caracteriza al PSUV rechazado por más de 80% de la población, al igual que el fraudulento mandatario Nicolás Maduro.

Esta relación política entre Estado y población de aparente calma es frágil y el régimen lo sabe, por eso recurre a la represión salvaje de la FAES y al reparto de bonos y alimentos para paliar lo imposible, que es la crisis humanitaria que ha precarizado al extremo la condición de vida de 90% de la población. A diferencia de la Cuba castrista, acá en cada centro de trabajo, transporte público, mercado de alimentos, universidades, plazas públicas, no hay temor alguno en manifestar el aborrecimiento general a la dictadura madurista y a la vida saudita que disfruta la nomenklatura del régimen.

Realidad que clama por una política y un liderazgo diferente a la fracasada dirección opositora en sus diferentes versiones: Coordinadora Democrática, MUD, Frente Amplio o G-4, capaz de escribir una historia diferente a la que ha vivido el agobiado pueblo venezolano, siendo más factible con relación a Cuba un cambio en Venezuela porque la única perspectiva del castrochavismo es continuar con el saqueo de nuestro país, y ni un ápice de prosperidad nacional como lo exige el reciente comunicado de la Conferencia Episcopal.

Entretanto, como se ha planteado en otras ocasiones, la perspectiva opositora debiera estar integrada por todos los sectores de la población expoliada por el régimen: estudiantes, empresarios, trabajadores y sindicatos, organizaciones políticas, universidades, asociaciones religiosas como garantes en unidad para otra historia posible, Eso sí, debiendo comenzar por un propósito de enmienda que hasta ahora ha sido el origen de los fracasos del mando partidario opositor.


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