El Cascanueces, 2006. Ballet Teresa Carreño

Pocas obras tan versionadas de infinitos modos como El Cascanueces. Desde las grandes compañías de repertorio del mundo, hasta la más modesta de las escuelas de ballet, todas escenifican el universal título en la época de Navidad con mayor o menor apego a la tradición. Su mayor y más referencial conocimiento viene dado por la música de P. I. Tchaikovsky, en sí misma narrativa, que contiene momentos de exultante brillantez y honda emocionalidad. El fundamental aporte coreográfico, mucho menos advertido y reconocido por la mayoría de su inmensa audiencia mundial, posee las claves del desarrollo en la danza clásica universal,  desde el ballet de corte y el ballet de acción, hasta su reminiscencia romántica y su academicismo formal.

Para ubicar su verdadero origen habría que remitirse a la llamada Escuela de San Petersburgo y al influjo en su configuración de Marius Petipa, el bailarín francés  convertido en figura determinante y hegemónica del ballet imperial ruso. Bajo esta impronta, Lev Ivanov estrenó su creación el 5 de diciembre de 1892 en el Teatro Marinski, según libreto de Petipa concebido a partir del fantástico cuento de E.T.A. Hoffman.

En un contexto familiar, se desarrolla una historia de magia e ilusionismo, encontrándose en ella los referentes que enfrentan dimensiones reales y sobrenaturales. En medio del aparente protagonismo infantil, en la obra subyacen elementos relacionados con el eterno antagonismo entre el bien y el mal.

Un análisis de sus personajes, más allá conceptualizaciones dramáticas, permite también valoraciones de implicaciones psicológicas. De este modo, Clara vive los sueños de su niñez pero también sentiría el amor y experimentaría el deseo. Drosselmeyer, además de un pariente amistoso practicaría una magia inquietante, mientras que el Cascanueces viviría la dualidad existencial de príncipe y muñeco.

A partir del siglo XX se sucedieron múltiples versiones de El Cascanueces, desde las de Gorsky, Lopukhov, Vajnonen y Grigorovich en la Rusia revolucionaria; Sergueeff y Ashton en Inglaterra; y Romanoff para los Ballets Rusos de Montecarlo, hasta las referenciales de Balanchine creada para el New York City Ballet, Nureyev con el Ballet del Teatro Real de Estocolmo y luego la Ópera de París, y Baryshnikov para el American Ballet Theatre.

El Cascanueces, 1995. Ballet Metropolitano

Esta elevada cima del ballet académico ha trascendido hasta los tiempos actuales con su original estructura de dos actos, que recrea el ideal de la acción a través del movimiento, la fantasía de inspiración neorromántica y el divertimento. La mayoría de sus incontables abordajes se apegan a esta orientación, otras han buscado transgredirla intentando reinterpretarla en términos de contemporaneidad. Solo las elevadas sonoridades de Tchaikovsky permanecen inmutables.

El Cascanueces forma parte también de la historia de la danza académica venezolana desde sus mismos orígenes. La célebre Anna Pavlova incluyó sus más significativos momentos en sus históricas presentaciones en Caracas y Puerto Cabello de finales de 1917. Al término de los años cuarenta, la maestra austríaca Steffy Sthal representó con los estudiantes de su escuela una suite del revelador título. Ya en los inicios de los años setenta, Marisol Ferrari escenificó la versión completa de la obra con el Ballet de Cámara de la Universidad del Zulia, y a mediados de esa misma década Nina Novak lo hizo con el Ballet Clásico venezolano. También Ballet Arte, de Lidija Franklin, la incorporó a sus programas didácticos.

Keyla Ermecheo, a partir de 1981, realizó para el Ballet Metropolitano la producción integral según el tratamiento coreográfico del maestro argentino Héctor Zaraspe, logrando el entusiasmo mayoritario por esta pieza y el inicio del auge nacional por este título. Finalmente, en 1996, Vicente Nebrada convierte El Cascanueces en una puesta escénica de nivel superior con los integrantes del Ballet del Teatro Teresa Carreño, y lo consolida dentro de la tradición de fin de año en Venezuela.

El Cascanueces. Ballet Teresa Carreño

A todo esto habría que añadir que el espíritu del cuento recorre todo el país a través de los montajes escolares, resueltos con mayor o menor rigor, que se multiplican cada año en academias y centros de estudio, haciéndolo una costumbre venezolana arraigada.

El Cascanueces ya no pertenece a ningún lugar en concreto. Su penetración en todas las geografías, contextos y sistemas sociales, tendencias y niveles artísticos, reafirma su definitiva universalidad.


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