La pandemia nos envolvió a los terrícolas en una crisis global. Hay que volver a la normalidad, se suele decir desde la nostalgia  de “cuando éramos felices y no lo sabíamos”. Pero, entre otras cosas, la vacuna no termina de aparecer y se nos achica la esperanza. Mientras tanto, por otro lado gana terreno la opinión de que no hay que regresar a la normalidad, visto que es esa normalidad la que nos trajo hasta aquí y es, por tanto, el problema. Queda abierta, entonces, una discusión sobre cómo va a ser el planeta después de que el bichito deje de hacer de las suyas. Los puntos de vista son dispares y sustentados por diferentes argumentos.

¿Un mundo feliz?

Cuando aún tenía cierto sabor a utopía, Internet representaba un espacio libre basado en la colaboración entre los usuarios y ajeno a la lógica del mercado, Sin embargo, aunque al principio las grandes empresas (Amazon, Facebook, Google y demás) no cobraban sus servicios, la ilusión terminó, según cuentan los historiadores, en los años de la burbuja financiera, entre 1994 y 2000, cuando los inversionistas comenzaron a exigir resultados a dichas empresas. Estas tomaron la decisión de echar mano de los datos personales de los usuarios, los cuales reflejaban sus comportamientos, deseos, ideologías, temores y preferencias que adicionalmente tenían un enorme valor predictivo. Como indica la periodista española Marta Pairano, todo lo que el usuario busca, escribe, envía, calcula, recibe, lee e incluso borra, es digerido por un algoritmo y almacenado en sus servidoras para su explotación eterna. Si hemos de apelar a la ciencia ficción, cree ella que lo que está sucediendo indica que no es George Orwell (el autor de 1984) sino Aldoux Huxley (el escritor de Un mundo feliz) quien mejor profetizó los tiempos que estamos viviendo. En el primer caso, señala, el poder y la vigilancia se encuentran anclados en la violencia, mientras que en el segundo se apoya en nuestra casi infinita capacidad para la distracción.

Dice la profe Shoshana Zuboff

En pocas palabras, así queda descrito el origen del “Capitalismo de la Vigilancia”, según lo denominó la filósofa y economista Shoshana Zuboff, prestigiosa profesora de Harvard, refiriéndose a “un nuevo orden económico que califica la experiencia humana como materia prima gratuita para prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas”. Debe tomarse en cuenta, dice la autora, que el usuario no es consciente de que al hacer uso de la red está en medio de una transacción comercial, entregando, sin obtener alguna contraprestación, un activo (su información personal) que las plataformas pueden capitalizar, cosa que se lleva a cabo sin su conocimiento y prácticamente sin ninguna cortapisa, pues las regulaciones existentes en la materia son aún muy débiles, por decir lo menos. Y lo peor, señala ella, lesiona nuestra creencia de que el ser humano actúa motivado por el libre albedrío.

Un menú cada vez más variado de dispositivos inteligentes es el complemento de “una gran red para recoger información de nuestras vidas, la cual acumulan y suman a bases de datos masivas para ser analizada y extrapolada”. Y si hemos de darle la razón a Yuval Harari, entre otros que también han tratado el tema, estamos ante dos transformaciones tecnológicas disruptivas que se potencian mutuamente: una biológica que cada vez devela mejor el funcionamiento del cerebro, y otra informática que genera una enorme capacidad de procesamiento de datos, y cuando estas confluyan “se producirán algoritmos de datos que supervisarán y comprenderán mis sentimientos mucho mejor que yo”. Se trata, así pues, de un mercado de comportamientos futuros de la conducta humana.

De paso estamos frente a un modelo que han adoptado cada vez más empresas y asoma como la identificación de lo que pudiera identificarse como el “nuevo sentido común económico”. Y lo han asumido diversos Estados, siendo China el mejor ejemplo, país que, como escribí en otras oportunidades, ha conseguido promover el desarrollo capitalista, bajo la administración del Partido Comunista (de paso, no dejo de preguntarme siempre qué diría Marx).  Pero desde luego, hay otras muchas naciones que, según sus capacidades y objetivos, incurren en semejantes prácticas (si no que lo diga el norteamericano Edward Snowden)

No resulta fácil tragar el hecho de que este Capitalismo de la Vigilancia sea la solución de los problemas y dificultades que agobian a nuestro planeta (peligros ambientales, desigualdad social, debilidad de las democracias y paremos de contar). No pareciera deseable, entonces, que asome como nuestra “nueva normalidad”. Ojalá la profe Zuboff esté equivocada en sus investigaciones, piensa uno.

En todo caso, afortunadamente están prosperando ciertas iniciativas importantes, algunas ya con evidente éxito, que buscan restaurar el dibujo que alguna vez intentó ser Internet.

Harina de otro costal

A propósito de lo escrito acerca del Capitalismo de la Vigilancia, vale la pena traer a colación, aunque solo sea de paso, que de acuerdo con diversos estudios también la política se está transformando radicalmente, debido en gran medida al desarrollo y difusión de las tecnologías digitales, que permiten registrar lo que es cada persona, en términos de sus preferencias individuales e influir en su decisión como votante. Se habla, pues, de la “democracia de los datos”, regida por algoritmos, más representativa, según llegan a sostener algunos, que la misma democracia representativa. Que las elecciones no tienen mayor sentido, expresó, por ejemplo, el primer ministro chino, sosteniendo que la opinión ciudadana puede expresarse diariamente y ser procesada desde el poder político a través de sus plataformas digitales.

Por cierto, no es buena idea que los venezolanos nos desentendamos de estos asuntos. El carnet de la patria, entre otras cosas, está allí para recordárnoslo.


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