Según el DRAE, “caos” es el estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la constitución del cosmos. El término también alude a confusión, desorden. En el plano filosófico el asunto fue abordado por figuras como Hesíodo, Aristóteles, Kant y Nietzsche. El último de los nombrados vio en el caos la esencia misma del ser, entendido como “desorden cósmico sin Dios”, es decir, como una realidad ontológica carente de racionalidad.

Aunque a muchos cause sorpresa, nuestro zar Nicolás se ha preocupado grandemente del asunto e incluso ha llevado su implementación al campo de la política y la economía desde el mismo momento en que le tocó suceder al comandante eterno, Hugo Chávez Frías, luego de su muerte. En ese sentido, Maduro tuvo la singular habilidad de ver con claridad lo que se nos venía encima como consecuencia de la baja de los precios petroleros y el sobreendeudamiento del Estado venezolano que llevó a cabo el de Sabaneta durante su nada ejemplarizante gestión presidencial.

Arturo Uslar Pietri se anticipó a los tiempos actuales cuando escribió: “No es Venezuela una pasiva víctima de una situación internacional. Es el gobierno de Venezuela el activo autor de la inflación, el fabricante de los bolívares de hielo”. Como nunca antes, el cono monetario venezolano es una irrealidad. Por ello, no está demás rememorar –con asombro y vergüenza ajena– que a comienzos de 1983, en plena cuarta república, el billete de 500 bolívares tenía un valor de 116 dólares; hoy, el billete madurista de 50.000 bolívares, emitido el 22 de enero de 2019, tiene el pírrico valor de 0,90 centavos de dólar, situación que justifica rememorar –también con asombro– el cántico revolucionario que dice (o decía): “Así, así, así es que se gobierna”.

Bajo la experta dirección del mandamás de la revolución, los niveles de pobreza y hambruna han alcanzado cotas asombrosas. Esa situación es producto de una hiperinflación galopante que comenzó en noviembre de 2017 cuando se registró una inflación mensual de 56,7 % e interanual de 1.370 %. Desde entonces las máximas autoridades del Banco Central de Venezuela no han dejado de incumplir, con mucho más vigor, el mandato constitucional y legal que tienen de mantener la estabilidad de los precios y preservar el valor interno y externo de nuestra moneda.

A partir de ese fatídico momento, el caos alcanzó su máximo nivel generando desgracias de todo orden: severa desnutrición en los más pobres, emigración creciente de compatriotas de diferentes estratos sociales, altas tasas de desempleos, disminución de los ingresos, serios cuadros depresivos en quienes se van y se quedan, quiebra de numerosas empresas, dolarización de la economía sin planificación alguna, liquidación de activos a precios de gallina flaca, decaimiento de los centros educativos, mayores niveles de corrupción en las diferentes instancias del gobierno y en el Poder Judicial, y paremos de contar.

Aunque hoy la revolución luce una piel añosa y arrugada, nada nos dice que el caos en que estamos sumidos se detendrá. Al contrario, todo indica que el aquelarre persistirá, a no ser que el Bravo Pueblo reaccione y le dé vuelta a la tortilla de una vez por todas.


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