Esa terca manía, insisto, no resuelve ninguno de los problemas acuciantes que hoy padecemos los venezolanos, salvo el capricho y la perversa satisfacción de la peste gobernante y sus fantasías seudohistóricas; su supuesto amor inagotable por la clase indígena, mientras estos pasan hambre viviendo en las peores condiciones de existencia imaginables, siéndoles violados flagrantemente sus derechos políticos.

Venezuela sin agua, pero le cambian el nombre a la represa del Guri, antes conocida como Central Hidroeléctrica Raúl Leoni. La inseguridad reina en sus alrededores y sus instalaciones no son las más óptimas, aun así, suprimen el nombre de Rómulo Betancourt al Parque del Este, aquí en Caracas. Y en Valencia, al Parque Fernando de Peñalver, quien fue consejero y mentor de Bolívar, presidente del Congreso de Angostura y fundador de El Correo del Orinoco, también borraron su nombre para llamarlo no sé con cuál otro. Quizá uno que se le ocurrió a alguna mente explosiva y diabólica del ch… abismo.

¿Y el bolívar? ¡Ay, la moneda! No solo le han cambiado el nombre con distintos adjetivos, sino que ha sido devaluado escandalosamente. Fíjense: “El precio del dólar es 22,86 billones (millones de millones) de los bolívares que estaban al inicio del gobierno de Hugo Chávez”.

El cálculo pertenece al economista Pedro Palma, según declaraciones emitidas el 24 de julio de este mismo año. (https://www.americadigital.com/columnistas/el-precio-del-dolar-es-2286-billones-millones-de-millones-de-los-bolivares-que-estaban-al-inicio-del-gobierno-de-hugo-chavez-91700)

Cono monetario al diablo, lo perdimos. Es la pesadilla coloreada del rojo alarmante que nos oprime, la pérdida de valores, la destrucción de la identidad, de lo que queda de país. Si esto no resulta escandaloso, no sé qué lo sería.

Al estado Vargas, entidad que lleva el nombre de uno de nuestros más excelsos y valiosos héroes civiles, albacea del Libertador y fundador de la Universidad Central de Venezuela, se lo arrebataron impune y groseramente.

Claro. ¿Qué otra cosa se le puede ocurrir a un régimen plagado de resentimientos, incapaz de construir una obra de calidad?  Es que ni siquiera una cancha de bolas criollas o un peladero de chivos para que los granujillas correteen.

Ha dicho bien la escritora y abogada Liliana Fasciani: “Pueden cambiar toda la toponimia nacional, los nombres de calles, avenidas y autopistas, de cerros, montañas, parques nacionales, ríos, lagos y lagunas. Ninguno de esos cambios podrá cambiar la historia ni los hechos ni lo dicho por los hombres y mujeres honrados de esa manera”.

Uno de los temas que había rondado mi psiquis, había sido ese de los cambios de nombres de disímiles lugares, desde parques y plazas, hasta avenidas, autopistas, urbanizaciones, y aún más, de centros de salud donde, en teoría, se presta el servicio de protección a la salud como contenido fundamental del derecho a la vida.

Es un empeño detestable que se ha convertido en competencia a ver quién cambia más o cuánto más asombro o desparpajo causa cambiarle el nombre a alguno de estos sitios, y al propio tiempo, quién recibe más loas del jefe.

En tiempos en que se intenta borrar la historia derribando estatuas; en que se daña murales y se descuidan tantas obras de reconocidos artistas, mientras otro tanto ocurre con edificaciones públicas, ante la mirada impávida de los encargados de su custodia y preservación; en que se aprueban leyes que parecen dirigidas a un mayor control social; cuando se amenaza a periodistas y a medios de comunicación; en que pensar distinto parece delito; cuando inmisericordemente se le inflige un castigo innecesario a la memoria de tantos héroes y buenos ciudadanos de indiscutibles méritos; en que fueron desalojadas prestigiosas instituciones del Teatro Teresa Carreño, incluso, se desmanteló el museo que guardaba las cosas de nuestra eximia pianista que da nombre al teatro, en estos tiempos vale decir algo.

Menos mal que el coso de Los Caobos aún conserva el nombre de nuestra eximia pianista de fama universal, Teresa Carreño, y el comentado cambio de nombre afortunadamente se quedó en rumor.

De un gobernador chavista de Anzoátegui natal, nos llamó la atención –y lo advertimos– que a lugares de salud como los centros de diagnóstico integral, les haya puesto solo nombres de guerrilleros: Noel Rodríguez, Chema Saher, Che Guevara, entre otros.

Nos hizo recordar a una poeta boliviana cuyo nombre no precisamos, que allá por los años sesenta del pasado siglo, deliraba por los alzados del monte, al punto de escribir: «Quiero nadar en la mar / del semen de un guerrillero».

Al gobernador de entonces han debido haberlo asaltado esos mismos delirios, porque habiendo tantos médicos eminentes, tantos ciudadanos esclarecidos, no se justifica escoger los nombres de guerrilleros para designar hospitales o centros de asistencia para brindar protección a la salud –como dije antes– como valor esencial del derecho a la vida, siendo que aquellos montoneros andaban en procura de la muerte.

Nos ha tocado por ejercicio profesional recurrir al trámite legal de Rectificación de Partidas (de Nacimiento, defunción, matrimonio), en casos en que se ha incurrido en error u omisión, cuyos efectos pueden afectar derechos, acciones o intereses de particulares.

Sobre esto, y muchas veces a manera de guasa, nos han preguntado acerca de si una persona puede cambiarse el nombre, por ejemplo: Juan por Jhon, Pedro por Peter, o Bonifacio por Robert. A lo que hemos dicho que no es así de fácil, que debe demostrarse mediante procedimiento judicial, el error u omisión que implica afectación de derechos.

Y viene al caso, pues así como ocurre con las personas, mutatis mutandis, con relación al cambio de nombre de los lugares que han quedado dichos, debe tenerse mucho cuidado, sindéresis, tino político y sobre todo, respeto por la historia, por la memoria colectiva, por el sentido de arraigo y de reconocimiento de las comunidades y su entorno. También, incluso, por el derecho que todos tenemos a ser recordados.

Aracataca, donde nació Gabriel García Márquez, se negó a dejarse cambiar el nombre, referéndum mediante, para pasar a llamarse Macondo. ¿Se dan cuenta? Hasta para lo que sirve la consulta popular. Y Guarenas, aquí mismo, asomó en su momento su descontento por la intención de arrebatarle el nombre a una de sus más populosas urbanizaciones: Doña Menca de Leoni, y trocarlo por una fecha de aquellas intentonas golpistas del desquiciado barinés, en el 92 del siglo pasado.

Tratar alegremente el tema, olvidando que las personas pasan y las instituciones quedan, es a todas luces un acto de cicatería.

Para mí, esos lugares seguirán siendo estado Vargas, cerro Ávila, Parque del Este etcétera. Y desde luego, seguirán estando en la República de Venezuela. Y nada de “resistencia indígena” ni ninguna otra necedad de parecida naturaleza. Y el 12 de octubre seguirá conmemorándose como el Día de la Raza.

Por cierto, acabo de recorrer la autopista Francisco Fajardo y lo seguiré haciendo.


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