He jugado fútbol muchos años, no digo cuántos, pero nunca me han parecido demasiados. A ojo de buen cubero –siempre he sido malo en matemáticas– han sido tantos como para que quepan casi 3.000 partidos, sin contar amistosos, ni caimaneras, y jamás me ha pasado por la cabeza la idea de retirarme de la cancha. Todos los juegos fueron distintos, particulares, especiales, todos ellos fueron a su manera entretenidos, divertidos, emocionantes, aunque también los hubo desagradables, juegos de esos de los que uno sale furioso, descontento, deprimido, con ganas de matar al árbitro o lamentando no haberle dado un buen codazo al lateral derecho del equipo que te ganó 4 a 1 la final de un campeonato.

La vida en la cancha me dio a entender, desde niño, que si el alma es eso que nos hace humanos a los humanos porque les permite sentir, pensar, creer y soñar, entonces yo debo tener el alma en los pies. Y un poco después comprendí por qué Eduardo Galeano, escritor uruguayo, expresó que el fútbol es una religión respecto a la cual es imposible ser ateo.

Así las cosas, es obvio suponer como me ha afectado la cuarentena. Ya voy para tres meses sin pisar una alfombra de grama y por lo que se asoma en el horizonte, me quedan otros cuantos más. Pero para no enloquecer del todo –seguro que no soy el único terrícola al borde de la demencia– tengo un baloncito con el que corro por todo el apartamento driblando sillas y chutando a un cesto de basura que hace las veces de portería.

La pandemia impone condiciones

El fútbol es un fenómeno social que tiene pocos parangones en el mundo actual, de lo que dan constancia numerosos estudios que lo examinan desde el punto de vista político, social, tecnológico, ético y obviamente económico. El deporte es, sostienen los que echan cálculos, el tercer o cuarto negocio del planeta, siendo el fútbol el de mayores dimensiones entre todas las disciplinas. Es una industria que a través de todos sus componentes (televisión, publicidad, venta de jugadores, franelitas, ropa y paremos de contar) mueve enormes fortunas, a veces de manera no muy santa, por cierto. Cabe presumir, entonces, el descalabro económico que le significa la suspensión de los campeonatos en casi todos los países, también en Venezuela, como consecuencia de la pandemia.

Por otra parte, en los pocos en que se han reiniciado, se han tomado diversas medidas, dado que se ubica entre las actividades que producen mayor contacto social En el ámbito del propio juego se han procurado algunas variaciones: se permiten cinco sustituciones de jugadores por equipo, se asoma la eliminación del VAR, se obliga al uso de un tapabocas especial, se le saca tarjeta amarilla al que escupa, se reduce la duración del partido y adicionalmente se pretende acortar las temporadas. Son precauciones que se suman a las que se toman antes del partido conforme al protocolo indicado por los médicos. Se trata, en suma, de evitar el contagio, pero como dice el ex jugador argentino Jorge Valdano, hoy convertido en un magnífico escritor: “…tarde o temprano habrá que ir a cabecear un córner, y el riesgo que corra un jugador será extensible a su mujer y a sus hijos cuando vuelva a casa”.

Estadios vacíos

El mismo Valdano advierte que “…los que tienen prisa por regresar no son los jugadores, es la industria del balompié”, no importa que los partidos tengan lugar en estadios vacíos, norma que seguramente se mantendrá por largo tiempo, si tomamos en cuenta algunos pronósticos serios respecto a la propagación del virus y sus efectos.

Para el negocio del fútbol el hincha es una escenografía, dice el periodista Martín Caparrós. El estadio sin público es un mausoleo, señaló Juan Villoro. Jugar al fútbol sin público es como tener sexo con la ropa puesta, opinó el  británico John Carlin. Tres frases que muestran cómo el coronavirus ha reivindicado al fanático. Este hace falta hasta en los eventos transmitidos por televisión y es indispensable, desde luego, para los jugadores que se encuentran en la cancha. Así las cosas, ante la ausencia de los espectadores se ha barajado la posibilidad de emitir el audio grabado del público, utilizar aficionados de cartón piedra, maniquís o incluso robots para llenar parte de las gradas y hasta desarrollar un software con el fin de generar un público virtual que reaccionaría a partir de unos algoritmos de inteligencia artificial.

Cómo será la nueva “normalidad” del fútbol

El suizo Gianni Infantino, presidente de la FIFA, la todopoderosa multinacional encargada de gobernar al fútbol a nivel planetario, declaró que deben construir un fútbol vinculado con las realidades territoriales, pero al mismo tiempo más global, menos arrogante y más acogedor. “Lo único que no cambiará será la alegría por un gol, el abrazarse para compartir una alegría. Seremos mejores, más humanos, más atentos a los verdaderos valores”, dijo al anunciar que se vendrán cambios profundos. “Necesitamos una evaluación del impacto económico global, de los daños, para ver cómo podemos cubrirlos, qué sacrificios hacemos y cómo volvemos a arrancar. Quizás podemos aprovechar para reformar el fútbol dando un paso atrás, con formatos diferentes, torneos más reducidos, con menos equipos, pero con más equilibrio. Menos partidos para proteger la salud de los futbolistas”.

Ignoro si su visión transformadora va más allá de este planteamiento general.  Hay otros dirigentes que están considerando que si gracias a la pandemia se mejoraron las plataformas digitales, no es descabellado visualizar que algunas modificaciones tecnológicas se arrimen con más fuerza al fútbol.

En efecto, diversos reportes de científicos e ingenieros sugieren que el desarrollo de “tecnologías disruptivas” como la realidad aumentada, la inteligencia artificial o los tejidos inteligentes, formarán parte del balompié. Un reciente documento –“El futuro de la industria del fútbol: la visión para 2022”– se ha centrado en propiciar la interacción con los aficionados y la evolución del consumo de fútbol por nuevos canales, como uno de los pilares de los cambios, resaltando los efectos de la ya citada inteligencia artificial y la realidad aumentada como dos de las grandes novedades que se incorporarán terminada la pandemia.

Por otro lado, el mencionado informe prevé el paso a “estadios inteligentes”, con la incorporación de servicios de geolocalización, la inclusión de pantallas en los asientos, además de la posibilidad de ver los partidos en tres dimensiones gracias a proyecciones desde fuera de los estadios. El tema es largo, pero a fin de salirle al paso a la tentación de que se piense que se trata de cuentos de ciencia ficción, resulta imposible no referir que el Camp Nou, estadio del Barcelona, es el primero en Europa con cobertura 5G, lo que permitirá que el televidente vea el partido aún mejor que si estuviera sentado en las tribunas.

Por otro lado, diversas exploraciones dejan ver cómo se suman cada vez más los aficionados, sobre todo jóvenes, a los eSports al igual que a las Fantasy Leagues, en las que los hinchas pueden crear sus equipos virtuales, actividades ambas que muchos observan como una seria competencia frente al balompié.

La transformación del fútbol ¿ya cuenta con un libreto?

Desde hace rato, cuando nadie adivinaba que un virus iba a causar semejante desmadre en todo el planeta, el balompié ya venía mostrando innovaciones muy importantes generadas desde la informática, la nanotecnología, las neurociencias, la biomecánica, la psicología y paremos de contar, referidas a la vestimenta, la fabricación de equipos y materiales, el entrenamiento, la nutrición y la salud del atleta –incluyendo cosas como chalecos GPS que siguen a los futbolistas, sensores en las espinilleras y pastillas inteligentes para medir la temperatura gastrointestinal cada medio minuto…–, el mejoramiento de estadios (incluyendo medidas de seguridad casi orwelianas) y, de manera muy relevante, las estrategias para competir, vía, sobre todo, inteligencia artificial y big data. Todo ello sin mencionar la aparición de formas más sofisticadas de dopaje –genético, cognitivo–, con relación a las cuales las autoridades deportivas han prendido las alarmas.

¿Cuál irá siendo, entonces, el peso que tiene la labor de los diversos laboratorios en el resultado de las competencias? Los expertos han empezado a hablar, por tanto, de la necesidad de repensar a fondo la actividad deportiva, evaluando si su progresiva “tecnologización” distorsiona su esencia. Se trata de un asunto clave que alude también el fútbol, desde luego.

En suma, la pregunta central es, me parece, si este libreto futbolístico, ya en curso, seguirá vigente después de que termine la pandemia y si las grietas que desnudó el bichito en la civilización contemporánea, y la consiguiente necesidad de cambiarla de manera radical, no plantearán también y de manera igualmente profunda, la transformación del balompié de acuerdo con otro modelo y otros propósitos.

 


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