El beso en la boca de Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), a la futbolista Jenni Hermoso en la celebración de la final del noveno campeonato mundial de fútbol femenino le ha dado la vuelta al mundo.

El penoso y polémico suceso ha puesto patas arriba a los estamentos futbolísticos españoles, ha obligado a intervenir la poderosa FIFA y al Consejo Superior de Deportes de la madre patria, ha llegado hasta Naciones  Unidas, ha impactado a la prensa, desde The New York Times y The Guardian hasta el más modesto de los sitios web. No paran los noticiarios y las redes sociales, han fijado posición mandatarios y figuras de la política, el deporte y el cine, y se mastica en bares, oficinas y casas no solo en la península ibérica, y se convocan además concentraciones. Y esto, contrario a uno de los eslóganes esgrimidos, no se ha acabado.

La gente, se lee, se grita, está harta. En un mundo en guerra, con una ola de calor que achicharra por aquí y por allá, con la inflación que devora salarios y mengua recursos, cómo es posible dedicar tanto espacio y tiempo de un lugar a otro a un hecho menor argumentan algunos o muchos, que no se sabe. Ha sido una semana trepidante -desde el domingo 20 de agosto- en torno a un solo asunto, en lugar de celebrar, insisten los críticos, por todo lo alto la conquista de una Copa en la que habían reinado, imperiales, las gringas. Y todo por un beso. Una «gilipollez» para él, una agresión para ella, criterio que comparten las otras 22 chicas campeonas.

Más allá de la cháchara y la desmesura, han ocurrido cosas. Rubiales fue alejado de sus funciones en el fútbol -y de Hermoso- y está bajo investigación por la FIFA por faltar al protocolo disciplinario y la Fiscalía española. Buena parte de quienes lo aplaudieron en la esperpéntica asamblea de la RFEF donde dijo rendir cuentas ahora lo condenan, mientras él  se considera víctima de un «asesinato social» y hasta su señora madre inició una huelga de hambre encerrada en una iglesia de Motril, en Granada, en reclamo de justicia para su hijo. Si el clima quema, la vida social -y política- es candela viva.

Rubiales comenzó a los 14 años su andadura en el fútbol -en plena vorágine cumplió 46 años edad- y llegó a ser jugador profesional, más tarde presidente de la Asociación de Futbolistas Españoles, hasta llegar a la cúspide de la RFEF para sustituir a Ángel María Villar, cuya «dictadura» de casi 30 años al frente de la federación española concluyó cuando entró en prisión bajo cargos de corrupción. En el mundo FIFA saltar de las alturas al foso se está haciendo rutina.

En cinco años de mandato, Rubiales consolidó su poder con el apoyo de las asociaciones territoriales (por autonomías), alcanzó la vicepresidencia de la UEFA (como la tuvo Villar) y fue el centro de controversias nunca del todo aclaradas, como la negociación que llevó la  realización  con comisiones de por medio de la Supercopa de España a Arabia Saudita, con Gerard Piqué, aún jugador del Barcelona, como intermediario.

Era un hombre bajo el escrutinio público y en la cumbre de su gestión durante la celebración de la Copa del Mundo de fútbol femenino cruzó la raya amarilla. Aunque estos tiempos de sobresaltos y extremismos no cooperan, al poder (político, económico, social, deportivo) se le exige rectitud y decoro. Rubiales los echó por la borda en cuestión de minutos: primero en el palco, tocándose las partes íntimas, y luego sobre el terreno al besar a Hermoso, quien ha negado tal consentimiento.

Y es que aún con consentimiento el Código de la Ética de la FIFA obliga a personas como él, en representación de un alto cargo, a «abstenerse de ejercer o tratar de ejercer toda actividad o de adoptar un comportamiento que pudiera interpretarse como una conducta inapropiada o pudiera despertar sospechas de ello». La sanción por incumplimiento supone la prohibición de ejercer actividades relacionadas con el fútbol por un período determinado.


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