Sergio Garrido juramentó a su tren ejecutivo en la Gobernación de Barinas
@SergioGarridoQ

Es difícil adentrarse en lo que pasó el 9 de enero en Barinas y no pensar que acaso los designios divinos sí existen, que la cosas no pasan por casualidad, que las acciones humanas tienen sus consecuencias y sus jueces, llámense karma, pecado, hybris, o como se le denomine en los diversos y disímiles sistemas de creencia de este mundo convulso y voluble. Es conocido que los dioses griegos, por ejemplo, cegaban a los que querían perder o castigar por sus acciones soberbias o carentes de piedad y comedimiento. Uno de los casos más célebres es el que expone Sófocles en su conmovedora tragedia Áyax, en la cual el héroe de la Ilíada, fuera de sí por no haber recibido como reconocimiento el escudo del fallecido e insuperable Aquiles -que le fue concedido a Ulises- pierde la razón y acaba con un gran rebaño de reses, convencido de que eran sus compañeros de lucha, por los que ahora sentía un profundo celo y odio. Al final del relato, el eximio héroe, avergonzado de sus actos, decide suicidarse arrojándose sobre una espada colocada verticalmente en el suelo.

En este pedazo de tierra llamado Venezuela, ubicado al norte del sur, no nos encontramos con héroes sino con caudillos y vividores de la política, borrachos de poder, pero podemos encontrar en el 9 E una situación semejante a la referida: un especie de autosuicidio -Carlos Andrés Pérez dixit- cometido en colectivo por Maduro, Cabello, los Chávez y toda la casta de alto funcionarios del gobierno y del PSUV que participaron de la cayapa contra Garrido y la oposición, y que transformaron una derrota “decente”, con una diferencia de 300 votos, en una gloriosa paliza con 15 puntos porcentuales de diferencia.

El término «barinazo» cabe apropiadamente porque lo que ocurrió en la entidad llanera fue, ni más ni menos, que una pequeña rebelión cívica. Allí fracasaron -al menos por esta vez- todos los elementos sobre los que se ha construido la hegemonía y la dominación chavista y madurista en estos años: el clientelismo exacerbado, los mecanismos de control social, el chantaje y la extorsión, la violación continua del estado de derecho, la amenaza y la violencia, y, por supuesto, la narrativa de un mesías impoluto, hijo putativo de Zamora y descendiente de Maisanta. He aquí una paradoja que debería servir de escarmiento al régimen: mientras el 21 de noviembre obtuvo una amplia victoria -en las gobernaciones, no así en el ámbito de las alcaldías- después de haber dosificado y reducido algunos de estos elementos de su dominio (CNE más equilibrado, observadores internacionales, control de los punto rojos, etc.) el 9 de enero, cuando los elevó a su máxima potencia, dando paso a un abuso mayor que el otro, a ventajismos más grotescos que nunca, y a censuras -como la clausura del programa radial de Garrido y la prohibición de su publicidad en las radioemisoras los últimos días de la campaña- propia de las más ominosas dictaduras, salió con las tablas en la cabeza, los que nos sugiere que el elector barinés y el venezolano en general , reaccionan vívidamente cuando la desfachatez y la obscenidad del poder sobrepasan los límites.

Otro factor decisivo -desde el lado del régimen- en este fiasco fueron las contradicciones internas, las fisuras y tensiones que vienen tomando cuerpo dentro del oficialismo al calor de la lucha por el poder. El mismo reconocimiento de la derrota por Arreaza resulta poco menos que insólito e inesperado: al tenor de la cadena imparable de abusos e ilegalidades que se cometieron, la cruda e implacable lógica decía que el arrebato sería consumado costase lo que costase. Y si bien la amplia ventaja hizo imposible intentar de nuevo el fraude vía centros de votación, sobraban medios para seguir torciendo la voluntad popular, acudiendo de nuevo -por cualquier motivo cogido a lazo- al TSJ o a otra de las instituciones sumisas del Estado. No sería de extrañar, por tanto, que el reconocimiento rápido y sorpresivo de la derrota por Arreaza -siguiendo las órdenes con toda probabilidad de Maduro o Rodríguez- quiso evitar que tomara cuerpo una nueva iniciativa de Cabello para manipular o coartar el proceso (seguramente posponiendo el pronunciamiento del CNE o la junta regional electoral). De esa forma concluyó un capítulo más de la larga disputa entre el inquilino de Miraflores y el caudillo del Furrial.

Ahora, este cuadro no está completo si no consideramos la muy acertada actuación que, en líneas generales, tuvo la oposición. Empezando, naturalmente, por la decidida e irrevocable disposición a participar en el nuevo evento electoral que privó desde un principio. Parece obvio que el escenario ideal del régimen era producir la deserción de la oposición, ganar, como dicen en el lenguaje deportivo, por forfeit, encarando los comicios con los Fermín y los Adolfo Superlano alacránicos, sendos aspirantes de comparsa. Olvidaba, sin duda, que lo que pasó en 2018 y en 2020 obedeció a la existencia de otras circunstancias y otras condiciones, tanto en el plano nacional como en el internacional. Afortunadamente la oposición no pisó el peine y aceptó el reto sin complejos, demostrando persistencia en el lineamiento estratégico de afrontar los cambios y la transición a través de la vía electoral, ocupando todos los espacios locales y regionales que sean posibles, para empoderar así a nuevos liderazgos y revitalizar las alicaídas organizaciones partidistas.

El barinazo fue posible, por tanto, porque la oposición mostró la resiliencia y la paciencia que le ha faltado en los últimos tiempos, superando uno a uno los obstáculos y zancadillas que se le fueron interponiendo: la anulación del triunfo de Superlano, la no aceptación de las candidaturas de su esposa y luego la de Julio César Reyes, el escaso tiempo de campaña, el uso descarado de los bienes públicos en la campaña rojita, el traslado de casi todo los ministros a Barinas en abierto apoyo a Arreaza, y otro sinfín de ilícitos e irregularidades.

Otro elemento resaltante, sobre todo en el liderazgo regional opositor, fue la rápida concertación de voluntades y propósitos que se produjo, dejando a un lado los intereses partidistas y las ambiciones personales, lo cual se reflejó en la pronta selección de Sergio Garrido, quien resultó ser un excelente candidato, que no creó asperezas ni rivalidades, además de ser un buen comunicador. En este punto hay que resaltar el papel de factores de la Alianza Democrática, como el exgobernador Rafael Rosales Peña -abanderado de esta el 21 de noviembre- así como la Avanzada Progresista de Henri Falcón, que contribuyeron a fortalecer la unidad de propósitos y el deseo de cambio de los barineses, dejando en la estacada a Fermín y Adolfo Superlano. Concertación de voluntades que reitera lo que ya sucedió el 21 de noviembre -y que ha pasado por debajo de la mesa- donde se produjeron en numerosas localidades y estados del país alianzas entre la oposición de la MUD y sectores de la Alianza Democrática, lo cual habla de la complejidad de este tema en el futuro, que no podrá resolverse con condenas anticipadas ni fórmulas preconcebidas.

Pese a que el barinazo ha sido un pequeño pero significativo golpe al tablero político, que brinda sugerentes lecciones para el futuro, haría bien la oposición en no envanecerse, pues fue posible por un conjunto de circunstancias particulares. Ahora toca evaluar con prudencia y ponderación los nuevos movimientos a desarrollar, incluyendo la consideración del revocatorio, que es, ciertamente, un derecho legítimo consagrado en la constitución, pero que lamentablemente parece brindar más riesgos y turbulencias que buenas oportunidades.

@fidelcanelon

 

 

 

 

 

 


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