venezolanos
Foto: EFE/ Luis Torres

La cantidad enorme de refugiados y desplazados que aportan los informes de la ONU y Acnur reflejan el tránsito del globo terrestre hacia un planeta de migrantes. Hasta octubre de 2021 eran casi 90 millones por guerras, violencia, persecución y violaciones de los derechos humanos. La cifra actual sobrepasa los 100 millones y va en rápido aumento.

Venezolanos fuera de su tierra natal hoy cuentan 7 millones y medio acogidos por ahora en 80% como refugiados, significa albergue asegurado por legislaturas constitucionales que pueden acreditarlos como ciudadanos con los derechos y deberes que esa condición implica. Pero esas garantías tienden hoy a sufrir alteraciones negativas debido al cambio climático, la pandemia reciente y los crueles vaivenes políticos, léase la presente guerra del Putin criminal, que obligan a urgentes desplazamientos y debilitan las bases financieras en consagradas  democracias receptoras de esas avalanchas.

En Estados Unidos, modelo insuperable que junto a los postulados de la Revolución francesa inspiró las gestas independentistas en todo el colonizado hemisferio, por vez primera surge la angustiosa duda sobre si su sistema democrático constitucional de dos siglos tiene plataforma firme, pues el trumpismo invade al Partido Republicano, por tradición conservador moderado, antes capaz de enmendar leyes para mayor libertad bajo control que beneficiar a nacionales nativos y a la gigantesca masa de inmigrados que configura su heterogénea población. Esa herida profunda genera retrocesos con súbitas mudanzas jurídicas que pretenden anular el derecho al aborto segregando de nuevo etnias y sexos. Aunque mayormente son supremacistas blancos quienes cobijan a nazis confesos, oficialmente todavía no han tocado a las diversas religiones que conviven.

Por buena suerte, además, la legislación estadounidense permite modificaciones federalistas autonómicas de cada estado que pueden anular esos con otros daños y en esa dura lucha se encuentra hoy el país, aun considerado la mayor potencia mundial. En su límite sureño aguardan millares de parias harapientos que escapan de sus lares sometidos a regímenes criminales de izquierdas y derechas.

Los venezolanos huyen del resentimiento gubernamental, un odio incrustado en la miseria programada, torturas y cárcel junto a los habitantes secuestrados, así forman un conglomerado muy especial porque la politiquería corrupta de muchos actuales opositores, candidatos presidenciales autoelegidos como dirigencias de partidos sin doctrina, programas de gobierno ni militancia registrada, acaban de violar la propia Constitución que permite accionar un gobierno interino transicional hasta lograr elecciones presidenciales correctas como sus leyes ordenan. Este sobrevenido proceso es defendido por los ejecutores con argumentos contradictorios, opacos. Es ilegal según lo explican al detalle eminentes juristas venezolanos. De esta manera Venezuela, ya Cubazuela, queda bajo el dominio de dos desgobiernos ilegítimos que la conducen de facto a un vacío de poder. Sus residentes y su gigantesca masa diaspórica pasan a un limbo jurídico y existencial, fenómeno histórico que por larga trayectoria militarista convierte al continente latinoamericano en un territorio inhóspito repleto de bardos.

¿Y qué es un bardo? Durante la Edad Media fue el primer improvisado cronista en vivo, relator, periodista trashumante, fugitivo, poeta trovador europeo que cantaba y comentaba en plazas y rutas empedradas los avatares de su tragedia como víctima, tránsfuga huidizo de crueles monarquías, autocracias y tiranías. Miguel de Cervantes, espiado por la Inquisición que lo culpabilizó como sospechoso descendiente de judíos conversos y lo condenó a ser un errante cobrador de impuestos, inmortalizó al bardo en las aventuras imaginarias de su Caballero de la Triste Figura, frase de fotografía verbal que le hizo su escudero Sancho Panza.

Ahora, el inestable bardo, carente del sentido de pertenencia que produce la eventualidad rutinaria, puede llegar a la comprensión de multitudes que la sufren a través de la reciente película Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades del varias veces laureado guionista, productor y actor mexicano Alejandro González Inárritu. Ya los especializados críticos del arte fílmico analizan grandes aciertos y mínimas fallas de esta polémica cinta .Pero al espectador que solo sabe leer cine como narración imaginaria le llega hondo el mensaje tácito de quien ha padecido en carne propia tamaño drama, por cierto nada cómico, tal como lo titulan algunos cinéfilos.

Estar y no estar, ser y no ser de su allá natal ni de los aquí sucesivos o fijos otorgados, pues en todo sitio lo consideran y se siente forastero, extraño, distante, temeroso y desubicado. En el caso venezolano es un bardo, pues perdió del todo la confianza en las dirigencias políticas propias y ajenas.

Desde sus delirios cada bardo busca recuperar el amparo del vientre materno que lo parió, el único lugar seguro y suyo, sin dudas. Por eso, al doliente protagonista de la película le aparece recurrente esa rara imagen inicial del útero protector que lo atrapa, fantasía de sus pesadillas y sueños esperanzados

El filme Argentina, 1985, protagonizado por el inmenso actor Ricardo Darín, merece nominación para mejor película internacional en los próximos y siempre controversiales premios Oscar junto a esta obra surrealista sobre un síndrome muy mexicano que trasciende fronteras y retrata de cuerpo entero a los bardos transnacionales del siglo XXI, en cada país con sus  motivos y  señas particulares. También es un logrado símbolo artístico de lo que fuimos, somos y luce que seremos.

Mientras tanto, la brújula del bardismo está en los versos del español Antonio Machado (1875-1939): “Caminante no hay camino/ se hace camino al andar”.

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