La edición que tengo en mis manos, de pequeño formato de bolsillo, pues cabe cómodamente en el bolsillo del pantalón, pertenece a la prestigiosa editorial Aguilar y fue impresa en Argentina con el respaldo de la 4a edición en el año 1962; es decir que justamente se están cumpliendo este año los 60 años del tiraje de esta lujosa edición, para ser exactos en junio del presente año se cumplen seis décadas de tal acontecimiento editorial. Coincidencialmente la edad que tengo actualmente.

El filósofo Platón, autor de El Banquete, nació posiblemente en el año 428 a.C y murió posiblemente en el 347 a. C es decir que vivió alrededor de 81 años, tiempo suficiente para edificar un corpus filosófico vasto y de amplísimas profundidades teóricas con una singular densidad en el orden de las más sorprendentes de las originalidades conceptuales. El Banquete fue escrito hacia el año 384 a. de J.C. Lo que quiere decir que entre la fecha probable de su aparición y el siglo I d.C hubo de transcurrir un largo periplo cronológico nada desdeñable; tiempo suficiente para que se fuera sedimentando en el substrato de la cultura occidental mediterránea una visión y una percepción griegolátrica del tema que atraviesa longitudinalmente el objeto del libro que no es otro que «el Amor» en todas y cada una de sus vastísimas e inagotables acepciones, variaciones y connotaciones semánticas y filosóficas.

Esta edición que ahora pergeño como abrebocas de un estudio posterior que habría de consumir muchos años por lo inagotable del legado y la herencia dejada por el pensador griego, viene acompañada de un hermoso prólogo calzado con la firma de Antonio Rodríguez Huéscar y la atinadísima y pulcra traducción y notas adicionales del griego hecha por Luis Gil Fernández conforman dos elementos distintivos que le confieren a la referida edición un plus de riqueza sustantiva adicional a la que en sí mismo tiene el libro original.

«En tres de sus diálogos -el Lysis, el Symposium (Banquete) y el Fedro- trata Platón el tema del amor (eros) , de importancia capital en toda su filosofía».

En el Fedro, tanto como en El Banquete, el filósofo «de las espaldas anchas» que eso es lo que significa Platón, el tema del amor es tratado con la madurez intelectual con que se tratan temas colaterales como el alma, la belleza, la teoría de las ideas, la retórica, la dialéctica, etc. Empero, no es sino en El Banquete que es abordado con carácter de peculiar exclusividad constituyendo el motivo único alrededor del cual van a hablar en la reunión realizada en la casa del poeta Agatón y a la cual asisten poetas, filósofos y pensadores como Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Alcibíades, el propio Sócrates y, por supuesto el propio anfitrión Agatón, el poeta trágico que en recientes lides retóricas convocadas en la ciudad.

Cuando se habla de la característica sobresaliente que tiene El Banquete en cuanto a su rigurosa unidad temática no se refiere a otra cosa que al tratamiento que ocupa a los asistentes a la casa de Agatón acerca del tema del amor y sus corolarios y concomitancias. Todos los comensales asistentes al banquete ofrecido en casa del poeta Agatón toman la palabra en su debido momento y tejen su discurso -mutatis mutandi– en torno al escabroso y desafiante tema del amor o más exactamente de su falta o carencia o, para ser más precisos, de su ausencia que es por lo que Platón define conceptualmente el amor. La diestra composición sofística de Pausanias es una ejemplar muestra de la definición del evanescente concepto del amor. Pero es Sócrates quien apelando a la secerdotisa Diotima de Mantinea quien se encarga de ahondar mediante su típico método meyastático sobre los alcances y límites del amor en sus inimaginables fronteras eróticas, afectivas, morales, éticas y filosóficas.

El poeta Agatón se exime y excusa de pronunciar su discurso luego de oír a Sócrates hablar sobre la verdad del amor y se retracta humildemente de su propósito inicial de intervenir diciendo que: «lo que importa en un elogio es acumular alabanzas hiperbólicas, atribuyendo a lo que se elogia todo lo más grande y bello que se pueda encontrar, sin preocuparse de si, en realidad, le conviene o no». Por lo que podemos inferir de nuestra lectura, la intervención de Sócrates en casa de Agatón se realiza en lo que podríamos llamar el «segundo momento» de El Banquete y está orientada dicha intervención a tratar el tema central del que se habla que no es otro que el del eros. Es con el discurso de Sócrates que el tema en cuestión comienza a ganar altura y profundidad y gracias a las normas metódicas de preguntas y respuestas del propio filósofo que la verdad sobre el amor adquiere protagonismo y pertinencia de primer orden en el festín de vinos y comidas en casa del poeta.


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