Es evidente que el gobierno no puede combatir la violencia que se ejerce en el país contra los mexicanos en general, y contra los periodistas en particular: ni los locales, ni los regionales, ni los nacionales. El atentado fallido contra Ciro Gómez Leyva es una muestra palmaria de esta incapacidad.   Por ello, es indispensable que López Obrador haga lo que sí está en sus manos, lo que sí puede hacer, lo que sí es perfectamente factible. Como le dijo el rey Juan Carlos a Hugo Chávez: ¿POR QUÉ NO TE CALLAS? Que simplemente cese sus ataques contra periodistas, académicos e intelectuales. El ambiente de odio, de abuso verbal, de calumnias y de enfrentamiento se presta a casos como el de Ciro. Es intolerable, y debe acabar. Por el bien de todos.

No es un problema de derecho de réplica. López Obrador puede perfectamente permanecer en silencio ante la cantidad de críticas que efectivamente le dirigen todos los días la inmensa mayoría de los integrantes de la comentocracia nacional en los medios impresos y en la radio. Ningún presidente de México, ni los más locuaces, respondían todos los días a todos los cuestionamientos; no lo hace tampoco ningún presidente de otro país. Y menos aún contestan a sus críticas con ataques personales, o sobre sus finanzas, propiedades, afinidades, etc. Los colegas de López Obrador se abstienen de comportarse como perros de callejón por dos razones: por una parte, se ven obligados a trabajar en otras tareas, básicamente en gobernar, y conocen el peso de la palabra presidencial en cualquier país, bajo cualquier régimen.

En un país normal, uno esperaría que los comunicadores, pero sobre todo los dueños de los medios, que poseen mucho más peso que sus colaboradores, le exigieran a López Obrador que detuviera ya sus andanadas. No lo van a hacer, y la intimidación de los críticos mediante el recurrente combate sí amedrenta. Los críticos dejan de criticar: unos porque no encuentran espacio; otros porque se ven obligados a ganarse la vida en otros menesteres; y algunos atemperan sus escritos y dichos para evitar consecuencias. Las amenazas tácitas de López Obrador, y los atentados sí funcionan. Peor: se normalizan, pasan a ser parte de la tragicomedia nacional. Ni modo.


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